El mundo andino celebró este jueves el rito más portentoso de su cultura, la más antigua de la región, desde el momento en que el Sol despuntó detrás de las montañas de la cordillera Real de los Andes, para iluminar las ruinas de la milenaria ciudad de Tiawanaku, a 72 km de La Paz, lo que la diversidad de naciones originarias de Latinoamérica se obsequia como el Solsticio de Invierno.
El Año Nuevo aymara 5520 o Willka Kuti concitó a miles de personas en las ruinas de Tiawanaku, en medio de encendidos reclamos contra el consumo de alcohol y la celebración a hurtadillas de fiestones, por ajenos al solemne rito ancestral.
El 21 de junio es, en el hemisferio Sur, el día más
corto, el más frio y el sol empieza a tomar distancia de la Tierra para
retornar a su posición normal en 3 meses, hacia el 21 de setiembre y el
cambio de estación a la Primavera.
"Es el Sol viejo y los aymaras, los quechuas, los pueblos indígenas
en todas partes (de Latinoamérica) tienen que hacer celebraciones, ritos
para que el Sol no se vaya demasiado de tal forma que no vuelva, porque
el Sol para nosotros es la vida, es todo. El Sol, cuando cruza por un
vidrio, se destroza en 7 colores y esos 7 colores son la Whipala",
insignia boliviana representativa de los pueblos originarios, ilustró el
viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas.
El Año Nuevo andino amazónico renueva, según Cárdenas, el
conocimiento del mundo andino y de sus culturas circunsvecinas que se
extienden desde el Rio Bravo, en la frontera mexicano estadounidense,
hasta el más meridional Cabo de Hornos.
"Medir permanentemente saberes, conocimientos y avanzar entonces.
Tiene esa connotación el Sol y se hacen todos los ritos para que no se
vaya demasiado y retorne", afirmó.
Esta celebración rodeada de solemnidad inconmensurable la mayor parte
del siglo XX y principios del actual y que producto e los estereotipos
ha tendido en los últimos años a la desnaturalización, se representa la
figura ancestral del Sol quieto, en la lejanía.
"En quechua el Año Nuevo", que no guarda relación con el Año Nuevo
del calendario Gregoriano, que mide los tiempos de la civilización
occidental en el mundo actual, "es Quitu, osea sol quieto, sol recto, un
sol que no proyecta sombra hacia ningún lado de una persona y, por eso,
han puesto Quitu en el Ecuador, señalando que ése es el centro del
mundo y se ha casteñalizado y hoy es Quito" capital ecuatoriana, explicó
la autoridad boliviana.
El Año Nuevo andino amazónico se ha celebrado por primera vez en la amazónica ciudad de Cobija, en el norte boliviano.
También, como hace ya décadas, en las ruinas precolombinas de
Samaipata, en el departamento oriental de Santa Cruz y otros
tradicionales emplazamientos subandinos y andinos.
En el Fuerte de Samaipata con el 'Yasitata Euasu', (Lucero del alba).
Por ejemplo, Pampa Aullagas, en el departamento de Oruro, y en el
cerro de Inkarakay, en Cochabamba, donde se hallan emplazadas unas
ruinas arqueológicas preincaicas.
En una muestra de interculturalidad de pueblos tales como los
Essejas, Yaminawas, diferentes nacionalidades de tierras bajas,
celebraron la fiesta de los originarios latinoamericanos.
Centro ceremonial de este reverencial rito ancestral, Tiwanaku es la
cuna de la civilización precolombiana más longeva de América, nacida
diez siglos antes de Cristo y perecida poco antes de la llegada de los
Incas a estas tierras dominadas por el Lago Minchín, o Ballivián, ahora
el celebérrimo Titicaca.
Se trata de un momento de suprema ritualidad, que los ancestros de
los indios andinos celebran hace más de cinco milenios y que corresponde
al instante en que la posición del Sol en el cielo se encuentra a su
mayor distancia angular al otro extremo del plano ecuatorial.
El Solsticio, fuente de energía y renovación espiritual, se registra
como fenómeno natural entre el 20 de junio y el 23 de junio en el
hemisferio sur.
Coincide con el día más corto o la noche más larga del año, en los
umbrales del cambio de estación del Otoño a Invierno y, para los
agricultores andinos, el advenimiento del tiempo de preparación y
tributo a la Pachamama (Madre Tierra, en aymara).
Tiwanacu, una ciudad de 15.000 habitantes, vive del turismo que
recae sobre las ruinas de los que fue, en el siglo VII después de
Cristo, el centro ceremonial de la urbe más poblada del planeta.
Se estima que en el apogeo del estadio Urbano Maduro, Tiwanacu, una
civilización que llegó a desarrollar tecnología agrícola de punta, tenía
una población de 100.000 habitantes, antes de desaparecer,
explicablemente, entre los siglos IX y X de este mismo tiempo.
En momentos en que los tiwanakotas tenían capacidad para cultivar
papas de 2 kg y para deshidratar tubérculos y tornarlos imperecederos,
una sequía secular, traída por un meteorito del tipo de El Niño, con su
consabida carga de masas de agua caliente intramarinas y disturbios
atmosféricos, se desató en esta parte del planeta, entre el Pacífico sur
y el macizo andino custodio del continente.
El fenómeno telúrico desbarató la civilización, alrededor de cuyas
ruinas se activaba el sábado una febril actividad comercial y social.
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