Fisher fue uno de los más influyentes directores de terror de la segunda mitad del siglo XX. En sus films se planteaba un terror explícito que, si bien hoy está buenamente asumido, no tenía precedente en su momento. Fue el primero en realizar películas de terror en Technicolor. Autor de obras maestras del género como “Drácula” o “El cerebro de Frankenstein”. VIDEO
Nacido en Londres, el 23 de febrero de 1904, la sedentaria vida de Fisher (producto de haber contraido el tifus durante su juventud) le llevó a interesarse por el cine, hasta el punto de entrar a trabajar en él literalmente desde abajo. Su primer empleo en la industria cinematográfica inglesa fue accionando la claqueta para varias películas de los estudios Lime Grove, y no será hasta 1945 cuando finalmente logrará ponerse tras las cámaras. La época era propicia para el surgimiento de nuevos talentos, ya que el cine británico pasaba por una gran crisis debida a los destrozos de la Segunda Guerra Mundial y a la migración en masa de sus grandes estrellas a Estados Unidos. El resultado: Terence Fisher comenzó a realizar varios encargos de todo género, y para 1957, año en el que hace su entrada triunfal, ya contaba con más de una veintena de películas en su haber.
Estamos en el momento clave de este director: el año en el que comienza la edad de oro de Hammer Films. La productora británica decidió sacar una serie de películas de terror de ambiente gótico, que serían rodadas en color, y que estaban destinadas a competir con los productos de factura americana, asociada con las grandes películas de monstruos de la Universal Pictures y las pesadillas psicológicas de Val Lewton. Para su primera película de horror, Terence Fisher fue encargado de dirigir una versión de la novela de Mary Shelley, Frankenstein, lo cual representaba un reto titánico: el monstruo ya había sido interpretado hasta la saciedad por actores como Boris Karloff, Bela Lugosi y Lon Chaney Jr, y se pensaba que era ya una mina agotada. Para colmo, Universal poseía los derechos cinematográficos de la criatura, y no permitió que la Hammer utilizara su ya famoso diseño de maquillaje elaborado por Jack Pierce. Es muy probable que dicha prohibición resultara beneficiosa para Fisher, ya que su película La maldición de Frankenstein (1957) se vio forzada a reinventar el mito del científico loco y su demoníaca creación. Colocando frente a frente a actores de la talla de Christopher Lee y Peter Cushing, Fisher consiguió una película legendaria, la primera gran obra de terror gótico en color, consiguiendo una fórmula que se repetiría con éxito durante años. El nivel de violencia gráfica mostrado en la cinta, aunque pueda parecer poco hoy en día, era atroz para la época, y eso encantó al público a la vez que horrorizó a la crítica. Hammer Films había dado con su estilo.
A partir de aquí vinieron las grandes historias de Terence Fisher. Universal, impactado de que aquello que creían muerto volviera a generar dividendos, vendió los derechos de todos sus monstruos clásicos a la Hammer, quien se lanzó a elaborar reinterpretaciones de Drácula, Frankenstein, la Momia o el Hombre-Lobo. El encargado de todas estas revisiones fue, como no, Terence Fisher, quien no dudó en utilizar el mismo equipo humano una y otra vez. Fue así como surgió Drácula(1958), en la que Christopher Lee y Peter Cushing se convirtieron, respectivamente, en las mayores y más grandes encarnaciones del Conde y de su eterno archienemigo Van Helsing. A pesar de estar basada en un material más que explotado, la película resultó toda una innovación no solamente por poner a los dos personajes en un nivel bastante equilibrado, sino por dotar al vampiro de una carga sexual inusitada para la época. El erotismo se convertiría en la pieza clave de este personaje y sus súbditos (en especial apetecibles hembras humanas) a lo largo de toda una saga que incluiría películas como Las novias de Drácula (1960) y Drácula, príncipe de las tinieblas (1966), dos de sus más conocidas secuelas. Curiosamente, Lee y Cushing no coincidirían en estas películas.
Frankenstein también contaría con una saga propia, y nuevamente Fisher fue el encargado de llevarla a cabo. Tras su primera incursión llegarían La venganza de Frankenstein (1958), Frankenstein creó a la mujer (1967), Frankenstein debe ser destruído (1969) y Frankenstein y el monstruo del Infierno (1973). De todas, la más destacable es la tercera, conocida en España con el título El cerebro de Frankenstein, y que volvía a poner a Peter Cushing en el papel del sádico barón convertido en científico desquiciado. Se dice que esta fue la última gran película que Fisher realizara para la saga, una que evidenciaba los excesos violentos y eróticos de la Hammer, que para la época era (gracias principalmente a estas películas) el único estudio británico que generaba ganancias. Pronto la popularidad de Fisher se extendió al nuevo continente, y la Warner Bros. comenzó a distribuir las películas de la Hammer en Estados Unidos. De allí surgió el encuentro de Terence con otro maestro del género: el escritor americano Richard Matheson, quien manifestó su interés por trabajar con el mítico estudio inglés.
El resultado de la unión de estos dos creadores fue la película The Devil Rides Out (1968), una historia con Christopher Lee a la cabeza que tocaba temas como el satanismo con una alta carga de sexualidad. Hoy en día no son pocos los críticos que opinan que esta cinta (conocida en España con el insulso título de La hija del Diablo) es la gran obra maestra de Terence Fisher, y una de las mejores cintas de la Hammer.
Fisher también realizó revisiones de otros personajes clásicos, con cintas como El fantasma de la Ópera (1962) y La maldición del hombre-lobo (1961). Para esta última, se basó en la novela de Guy Endore y la siguió de forma bastante fiel, si bien el libro se ambientaba en Francia y la película en España. El director, en esta ocasión, volvió a trabajar con un actor de primer orden: Oliver Reed, quien se encasquetó un maquillaje de licántropo muy parecido al que creara Jack Pierce para la película de Universal El hombre-lobo (1941). Otras películas de Fisher incluyen La momia (1959) y La gorgona (1964), película que contaba con una Medusa estrambótica y que también es considerada por muchos una de sus mejores cintas.
La carrera de Fisher se vio estancada tras el fracaso económico de Frankenstein y el monstruo del Infierno. Fatídicamente, esta época coincidió con el declive de la Hammer, que se había quedado estancada en su vieja fórmula de horror gótico y no pudo competir con la avalancha de películas de horror "realista" que decretaron la nueva forma de hacer cine. Sin embargo, el boom del VHS a principios de los ochenta supuso el surgimiento de un culto desmesurado por los antiguos productos de la casa británica, y el nombre de Terence Fisher destacaba por encima de todos como el mayor creador de monstruos y depravaciones varias. Por desgracia este fue un éxito que no pudo presenciar, ya que la muerte se lo llevó el 18 de junio de 1980, convirtiéndole en un personaje tan legendario como aquellas criaturas a las que diera vida en tantas ocasiones.
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