Con casi cincuenta años transité por innumerables estados de ánimos, frecuenté burdeles, fiestas, mujeres, hombres, tertulias, bares, canchas, plazas, ciudades. Pasé inviernos cubiertos por la noche meses enteros. Experimenté el sabor de la cálida primavera caribeña. Me enamoré, precisamente, seis veces. Fui tierno, cursi, sensual, sexual, caballero, feminista, político, dialoguista, conversador, seductor y hasta odioso...
Cuento completo
Con casi cincuenta años transité por innumerables estados de ánimos, frecuenté burdeles, fiestas, mujeres, hombres, tertulias, bares, canchas, plazas, ciudades. Pasé inviernos cubiertos por la noche meses enteros. Experimenté el sabor de la cálida primavera caribeña. Me enamoré, precisamente, seis veces. Fui tierno, cursi, sensual, sexual, caballero, feminista, político, dialoguista, conversador, seductor y hasta odioso. Atravesé situaciones muy jodidas. Tuve un hijo siendo pibe, lo cual me llevó a trabajar incansablemente. Tuve otro, siendo más grande. Siempre con la misma mujer. Las cosas siguieron su rumbo, la relación era un desastre y tiempo después me separé. Un amor se mata con otro amor, me dijeron y eso hice. De guatemala a guatepeor. No la pasé mal, salidas divertidas, charlas cordiales, cariño de por medio, iba todo muy bien, hasta que conoció a alguien más, se enamoró y me dejó. Anduve solo, decepcionado. Caminaba por parques y plazas.
Entonces me dediqué a viajar.
Conocí varios países. Conviví con mujeres en Bogotá, París y Acapulco. Relaciones pasadas por agua, cargadas de apremio, incentivadas por el buen sexo, excelente comida y el trato delicado. Descubrí que las cosas en algún momento se acaban, que todo termina, por lo tanto, disfrutar el momento lo más que se pueda terminó siendo mi objetivo. Lo admito, soy existencialista, es esa mi forma de encarar la vida, la realidad. De la nada venimos y hacia la nada vamos, como no hay nada después de esto, intento que lo que hay valga la pena. Me deprimí una sola vez. Al separarme de la madre de mis hijos, por mis hijos, no por ella, con el tiempo supe que no era tan trágico. Se puede ser igual de buen padre viviendo con o sin los chicos. Siempre estuve presente, los apoyé en todo, los banqué incomesurablemente. Era mi deber, mi compromiso ético con las vidas que a mi cargo estaban. Al amor lo consideré siempre una cuestión ética, una ética basada en la libertad, libertad de ser, de elegir, de estar. Sin libertad no existe el amor. Esta premisa no es fácil aceptarla para muchas personas que apelan a imponer formas y comportamientos sin fijarse en el otro. Prefieren que las cosas sean como Dios manda y no como verdaderamente suceden. Spinoza decía que el hombre no actúa en función de lo que está bien o está mal, sino en base a lo que a uno le hace bien o le hace mal. Así comencé a comportarme desde un tiempo atrás, debido a que es la única manera de ser feliz.
En todas las relaciones que fui experimentando supe que tarde o temprano llegaba el final. No aspiré a nada más que al momento, el deseo de estar con alguien para siempre resultó alejadísimo a mi entendimiento. Bueno, hubo un momento en el cual algo buscaba, más allá de un amor de contramano. Conocí mujeres, no pocas, tampoco tantas. Se me acercaban sin medir o midiendo sin pensar, por momentos subordinadas a un deseo a mi persona que agobiaba mi racionalidad. Me viene a la mente nuevamente los dichos de Baruch “la actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre”. Hay individuos que no entienden, que no te comprenden, que no aceptan lo que sos. Otros, por supuesto, todo lo contrario. Esas personas se convierten en amigos incondicionales que, claro está, constituyen un puñado.
Sin buscar un mínimo anhelo transitaba el mundo, acompañado entre soledades melancólicas, con voces de tango que no me disgustaban. El sentido último y fundamental de todo esto que llamamos vida es la felicidad. En este punto es importante diferenciar entre egoísmo y egotismo, la felicidad es a lo que uno aspira. Resulta imprescindible ser feliz para atravesar esta tragicomedia, pero somos en base a cómo nos reflejamos en el otro, somos porque existe el otro. Santayana consideraba que se debe diferenciar entre el egoísta y el egotista. El primero habita en todos nosotros y es necesario dejar que fluya, necesitamos el ego para no sentirnos menos que nuestro par, es parte de nuestra individualidad. Pero ser egostista es otra cosa, significa que uno vive en base a sus propios deseos sin importarle el otro.
Reflexiono. Pienso en aquellas mujeres y hombres que se sienten incompletos porque no encuentran pareja, que buscan el amor en cada esquina, que intentan relaciones que no llegan a nada, que sostienen situaciones que pesan toneladas. Buscan, buscan, buscan y, por lo general, no encuentran. Se frustran, se amargan y lloran. Otros tendrán un poco más de suerte, las excepciones.
Las personas somos contradictorias. Soledad[1] fue mi mejor compañera, con la cual estuve la mayor parte de mi vida, nunca nos llevamos mal. La acepto y me acepta. Entiende mis días de reclusión, comprendo sus noches de alejamiento, de oscuridad y penumbras. Sin embargo le pedí el divorcio. Me enamoré de Alegría[2].
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