Es complejo definir porque los argentinos y por ende los tucumanos, siempre protestan o denigran los gobiernos de turno. Quizás sea una actitud contestataria que aflora en todos los niveles de discusión. En política es donde más se percibe este desmerecer permanente de quiénes gobiernan o dirigen. Los dirigentes, empresarios y políticos que no están de turno, se olvidan de lo anterior. Critican, destruyen y lo que es peor son imitados por gran parte del pueblo. Ningún gobierno les sirve, sólo lo usan para beneficios propios.
No es extraño que pululen conspiradores de todo tipo y en todos los ámbitos, influenciados por la prensa , afamados comunicadores, políticos opositores y hasta oficialistas.
Todo lo que se hace tiene detractores, aun sabiendo que lo cuestionado no es malo. Es imposible ser perfecto y hacer todo muy bien. Equivocaciones hubo y habrá. Aceptar lo bueno es mejor y hace crecer, criticar por criticar no sirve y atrasa.
Con el individualismo instalado en forma clara y permanente, parece que siempre el país está al borde del caos. Si no les sirve a ellos nada sirve. Y cuando sacan beneficios quieren que sea abundante y constante. Por todo protestan, critican y piden cambios. No dejan gobernar a nadie ni a los que ellos votaron. La prensa que reconoce y da a conocer las buenas acciones es rotulada de oficialista como si eso no estuviera permitido. Ser opositor es progre y vende más Nadie puede esconder la mano. Todos tienen cadáveres en el placard. Todos se beneficiaron con algún gobierno. Criticando o alabando acciones, siempre les fue bien en los gobiernos democráticos. En los otros, en esos que se gobernaba desde y con la oscuridad, nunca fueron opositores y el que se atrevió no está más o desapareció.
A Raúl Alfonsín le pidieron consolidar la democracia. Luego se enojaron con el Plan Austral, el congelamiento de precios y hasta hubo grandes monopolios que amenazaron irse del país si no se volvía a la economía anterior, esa que ponía una inflación mensual promedio de 11 o 12 por ciento. Luego grupos políticos antagónicos juntos a esos empresarios precipitaron la hiperinflación. No querían el desagio de los intereses y los sobreprecios, con el que siempre metieron la mano en el bolsillo del trabajador.
Llegó Carlos Menem, metió un tarifazo en los combustibles, cambio la moneda y puso la convertibilidad. Ahí si todos contentos, era la segunda parte de la plata dulce. El dólar era igual a un peso. La revolución productiva del discurso se transformó en improductiva, total se podía comprar productos importados por dos pesos. Mientras tanto todo el patrimonio nacional era rematado con “ilustres periodistas” y funcionarios sin banderas que oficiaban de martilleros.
Nadie decía nada, total el “Turco” era un vivo que se “ganaba” a toda la farándula alcahueta, construía un aeropuerto privado, viajaba a 200 por hora a Mar del Plata y encima ganaba en cualquier competencia deportiva, cuyos obsecuentes rivales de turno lo dejaban hacer lo que quería; además levantaba el rating siempre que aparecía en la televisión. Por el miedo de no poder pagar la cuota del auto, la heladera, el televisor o la tarjeta de crédito volvieron a votar al “Turco”. No hubo salariazo ni revolución productiva y los que los siguieron fueron defraudados. Se cerraron industrias, millones de argentinos quedaron sin empleo. Muchos sindicalistas acordaon aumentos de salarios en negro, no remunerativos. Pensaban que nunca nadie más se iba a jubilar. Vendieron “compañeros” a las AFJP. Se perdió el crédito, el trabajo, el empleo, las empresas públicas, la clase media. Todo fue un desastre. Se comieron todas las promesas de alguien que reconoció que les mintió para poder ganar una elección.
Se fue Menem y otra vez a empezar con la Alianza. Un gobierno aburrido, sin pimienta, con poca preparación, con muchas dudas y sin las “emociones” que les gusta a los argentinos. Terminó de la peor manera. Huyendo. Y ahora aparecieron muchos de aquellos que estaban en funciones criticando lo actual.
Se sucedieron luego varios presidentes hasta que agarró la manija Eduardo Duhalde, . Se acomodaron un poco las cargas, todavía duraba el susto del 2001, algunos aprendieron otros siguieron igual. Entre ellos el “cabezón” que fue presidente durante un año, seguido por una trouppe de “desalmados pensadores” de la política y sociología urbana, que aparecieron de vuelta intentando “cazar” algún cargo.
Ya en el 2003 , otra vez a comenzar, sin convertibilidad, con algunos mangos, con ganas y con un político, Néstor Kirchner, nuevo en las lides nacionales.
Nunca antes en cinco o seis años, los que siempre se quejaron de lleno, estuvieron mejor. Nunca antes se capitalizaron tanto, nunca antes se vieron tan favorecidos por la fiebre del consumo.. Se fabricaba. Todo se vendía. Se pagaban los impuestos, los préstamos, se renovaban bienes durables, se invertía, se construía, se estaba mejor que los últimos cuarenta años. Claro las cuentas pendientes de quiénes saquearon el país, y quieren seguir haciéndolo, se fueron poniendo en el tapete y eso no les gustó..
Los que estuvieron sin voz durante muchos años ahora la tenían. Entonces innumerables intereses fueron tocados, eso no les gustó y empezaron a buscar la manera de cortar las investigaciones acompañados por la prensa sensacionalista y antipopular.
Llegó una mujer , Cristina Fernández de Kirchner, a la presidencia y el machismo de todos esos patriarcas sin banderas y sin amor al prójimo se unieron para sacar a estos “molestos”.
Ahora están añorando uniformes y dictaduras cómplices, prebendas y las ventajas que siempre conseguían perjudicando a esos argentinos “inferiores” que levantaron un poco la cabeza.
El mal llamado juego de la pólitica tiene dinámica y vaivenes, pero la vida de los argentinos no es un juego. Hay que tener cuidado con los agoreros y mala onda de siempre. Son grandes recitadores de guiones que escriben quienes buscan seguir saqueando el país.
Daniel A. Villalba
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