Conocido también como el Malevo Muñoz, poeta, periodista y cineasta, porteño convicto y confeso, gran animador de las redacciones y la bohemia noctámbula de Buenos Aires. Redactor del diario Crítica, compañero de andanzas periodísticas, literarias y etílicas de Troilo, Cadícamo, los hermanos Tuñón, Arlt y Olivari, guionista del film “Tango”, actor en “Galería de esperanza” y director de “Internado”. Escribió los tangos “Luces de París” y “Coraje y fuego” y publicó “La crencha engrasada”, emblema de la poesía lunfarda. VIDEO
Por Carlos A. Pregno
Eran aquellos años cuando mandaban los radicales y don Marcelo lucía su pinta
bacana en las tardes de Palermo o en los palcos del Colón. Cuando la euforia de
los años locos pretendía borrar los horrores de la Gran Guerra y la Reina del
Plata se asemejaba por arriba al cuerno de la abundancia, mientra que por abajo
rumiaban su impotencia y su bronca los desheredados de siempre.
En esa ciudad en que Erdosain-Arlt mascullaba su angustia detrás de la quimera
de una revolución prostibularia, había de todo para todos. Desde los tortazos
de Firpo hasta las zafadurías de Parravicini. Desde el ultraísmo de Florida a
la prosa proletaria de Boedo. De milonguita, la pebeta más linda e' Chiclana,
hasta cocottes de alto vuelo. Del destino tuberculoso al pie del piletón, a las
noches de Armenonville regadas de champán francés, cocaína incluida, con el
consabido final sifilítico de Vieytes. El violín corneta de Julio De Caro y el
fuelle maestro de Pedro Mafia marcaban el derrotero del tango. El biógrafo
ganaba en popularidad gracias a las hazañas de Douglas Fairbanks y las
genialidades del entrañable Carlitos. La aséptica prédica de los socialistas
contrastaba con el estruendo de las bombas redentoras de Severino Di Giovanni.
Había también quien retrataba el costado fulero de la vida de la gran ciudad.
Quien recordaba a esa runfla que alentaba desde el barro. Guapos y cafishos;
canallas y extraviados sin horizonte; putas de ley, milongueras de faca en la
liga; el hondo drama de los inmigrantes ya viejos y vencidos, llorando el
triste destino de conventillo que les tocó en suerte.
Alguien que hurgó profundo, con inmenso cariño y comprensión, en esa realidad
lacerante.
Fatigador incansable de su querida ciudad, supo decir los pesares y las
derrotas cotidianas.
Se llamó en vida Raúl Carlos Muñoz Pérez o Carlos Muñoz del Solar. Quedó para
siempre reconocido y recordado como Carlos de la Púa o el Malevo Muñoz.
Anduvo al garete por la vida desde las mocedades, allá por el barrio del Once,
donde vio la luz cuando se apagaba el siglo diecinueve.
De cadete en una tienda a desertor del servicio militar. Con la linghiera al
hombro caminó la vida, durmiendo donde se cuadrara, comiendo lo que encontraba.
Aunque en eso del manducar no tuviese resuello.
Vendedor callejero, con víbora al cuello como correspondía, ofrecía pelapapas o
inacabables hojitas de afeitar.
Noctámbulo impenitente, escritor, periodista, poeta. Pantagruélico hasta la
desmesura. Porteño hasta la médula y bohemio por los cuatro costados de su
frondosa humanidad.
En el año 24 recaló en el mitológico "Crítica" de Natalio Botana. El
vespertino le vino de perillas y el periodismo lo atrapó definitivamente.
Su estilo se hizo popular y comienza a ser reconocido por su humor, su
desparpajo, su inconformismo.
Alumbró, allá por 1928, los versos lunfardos de La Crencha Engrasada, donde
cuenta con la voz misma de la mugre, sin falsos sentimentalismos, sin
lagrimones noveleros, el drama de los marginados, los eternos perdedores, a
quienes sopapeó la vida sin darles ventaja alguna y hasta mezquinándoles la
posibilidad de la revancha.
Desde el trágico fin de la mina aquella que se bebió la vida entre el tango y
los placeres " (...) y supo en diez años toda la crueldad,/ cuando dio el
remache de la fulería/ la seña jodida de la enfermedad,/ Y sin consuelo, sin
una aliviada,/ la que de la mugre/ se abriera tan mal/ pagó con la chinche
fatal, angustiada,/ la deuda sagrada con el arrabal", pasando por el
desdichado que pagó con creces su delito, y no encuentra más horizonte que el
estaño de un boliche de mala muerte para rumiar sus penas pintó la epopeya de
los que alientan desde abajo, desde el dolor y la impotencia. Es un fresco de
trazo realista, de tonos grises, opacos, deslucidos. Como las mismas vidas a
las que canta.
El malevo Muñoz, o Carlos de la Púa, murió a los 52 años, el 9 de Marzo de 1950
(*)
(*) N.A.: Pese a ser un personaje relativamente reciente hay poquísimas fotografías conocidas del Malevo Muñoz y existen diferencias entre los autores sobre la fecha de su muerte, por ejemplo más arriba Nicolás Olivari señala el 5 de mayo de 1950.
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