El bioetanol –un alcohol que se mezcla, por ejemplo, con la nafta para fabricar alconafta– se suele producir a partir del azúcar de caña o del almidón del maíz. Sin embargo, una materia prima más abundante en la naturaleza (y que no afecta la disponibilidad de alimentos) es la celulosa, dado que se la podría obtener de residuos forestales, cáscara de arroz, bagazo de caña y restos de cosecha, entre otros materiales
Agencia CyTA-Instituto Leloir
El bioetanol –un alcohol que se mezcla, por ejemplo, con la nafta para fabricar alconafta– se suele producir a partir del azúcar de caña o del almidón del maíz. Sin embargo, una materia prima más abundante en la naturaleza (y que no afecta la disponibilidad de alimentos) es la celulosa, dado que se la podría obtener de residuos forestales, cáscara de arroz, bagazo de caña y restos de cosecha, entre otros materiales. ¿El inconveniente? La tecnología que convierte a la celulosa en glucosa y otros azúcares todavía es costosa e ineficiente.
Ahora, científicos argentinos identificaron en los suelos de bosques nativos del Chaco genes de microorganismos capaces de degradar la celulosa, los cuales podrían, eventualmente, expresarse mediante ingeniería genética en otros organismos (como levaduras) para reducir los costos del proceso.
El doctor Esteban Hopp, coordinador de Biología Molecular, Bioinformática y Genética de Avanzada del INTA, explica que se concentraron en relevar los genes microbianos que expresan “celulasas”, que son las enzimas que catalizan la conversión de la celulosa en glucosa.
“Pero todavía no sabemos si las nuevas variantes de celulasas identificadas serán más o menos eficientes que las actualmente utilizadas. Eso requiere aún de un largo trabajo que recién empieza”, explica otra de las autoras del estudio, Paola Talia, investigadora en bioenergía del Instituto de Biotecnología de INTA Castelar.
La investigación publicada en Research in Microbiology, la revista del Instituto Pasteur de Paris, detalla variantes de genes obtenidos de varias especies de microorganismos de los géneros Cellulomonas, Paenibacillus y Acidothermus, entre otros.
Para Hopp, quien también es profesor titular de Genética en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, el relevamiento de la biodiversidad microbiana “podría aportar información muy importante en la delimitación de áreas de conservación”.
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