No era fácil pero tenía que hacerlo. Cinco horas de laburo que le permitían un tiempo libre durante el día para estudiar y cuidar a su niño que promediaba los diez años. Le surgió la idea de trabajar en un call center debido a que la paga no era mala y además era parte de la planta en forma inmediata. Sin embargo, debía atravesar por situaciones engorrosas, en más de una oportunidad.
No era fácil pero tenía que hacerlo. Cinco horas de laburo que le permitían un tiempo libre durante el día para estudiar y cuidar a su niño que promediaba los diez años. Le surgió la idea de trabajar en un call center debido a que la paga no era mala y además era parte de la planta en forma inmediata. Sin embargo, debía atravesar por situaciones engorrosas, en más de una oportunidad. Lo peor era aguantar al supervisor, apodado con un nombre en inglés, todo en los call center es en inglés, por ejemplo en vez de decir descanso dicen break, cosa que también molestaba bastante a Bernardo que no se bancaba la colonización del lenguaje.
Lo cierto es que el supervisor, en este caso una dama, estaba furiosa porque Bernardo siempre llegaba media hora tarde, pero al momento de hacer el balance mensual lograba un buen puntaje y la empresa no podía cuestionarlo. Bueno, la empresa en realidad ni se entera de quien es cada empleado, lo que ocurre es que muchos de los supervisores que meses antes atendían llamadas de gente indignada porque se quedaba sin servicio de internet o de celular o de lo que sea, ascienden y se ponen la camiseta, actuando como verdaderos patrones.
Bernardo, hoy llegaste quince minutos tarde, espero que te quedés quince minutos más cuando terminés de trabajar, dijo María José con una voz simpática y una sonrisa dibujaba en su rostro bastante impostada. Si como no, respondió Bernardo. Se acomodó en su silla y comenzó a atender clientes. Al final de la jornada, salió tres minutos antes de que suene la campana, por decirlo de algún modo.
Durante las arduas jornadas no paran de llamar personas indignadas debido a que las empresas de telefonía brindan servicios de mierda. Bernardo debía retener a los clientes que hartos de que las llamadas no se concreten querían abandonar el plan de pago o cambiarse de empresa. Sufría presiones de todo tipo, pero no se hacía demasiados problemas, siempre trataba de dar soluciones, no por la empresa, sino por la gente. Aunque sabía que las soluciones son relativas debido a que el reclamo entra a un sistema que prácticamente no soluciona nada, es decir, la burocracia en su máxima expresión.
No tenía mucha relación con sus colegas, Bernardo siempre comentaba que trabajar en un call center era morir por cinco horas, de las cuales solo tienen siete minutos para ir al baño. Pero necesitaba la guita. Mucho de los agentes no tienen compromiso ni con la empresa, ni con el cliente, ni con nadie. En una oportunidad Amelita, nombre concheto por excelencia, se descompuso y entró en crisis. Comenzó a agitar los brazos desesperada porque no aguantaba la situación: el mal comportamiento de los clientes quienes siempre tienen razón, o la ingratitud de una empresa a la cual no le importa más que facturar millones por mes. Lo cierto es que Amelita se levantó de su silla, se sacó con abrupta violencia el auricular con micrófono incorporado, se lo lanzó a Bernardo que atónito observaba lo que pasaba, mientras una mujer del otro lado del teléfono imploraba que le carguen una tarjeta de veinte pesos que nunca se acreditó. El artefacto impactó en la nuca de Bernardo. Amelita agarró el teclado y lo arrojó por la ventana que estaba cerrada y el vidrio estalló. Entonces el supervisor rápidamente trató de agarrarla: soltame, hijo de puta o te mato, amenazó la mujer a su superior inmediato con una lapicera de metal que parecía peligrosa, el hombre la miró sorprendido y cinco minutos después se agarraba la nariz porque Amelita le había propinado una piña. Todo esto alteró, naturalmente, el normal funcionamiento del lugar, los compañeros no podían dejar su lugar de trabajo, solo miraban mientras escuchan los reclamos. El gerente observaba por el monitor en su oficina intocable, ubicada en el último piso del gran local. Bajó corriendo y a los gritos pedía cordura, pero Amelita estaba desquiciada, corría por todos lados, pateaba sillas, arrojaba todo tipo de objetos al suelo mientras gritaba: ¡viva Perón, carajo!
En su mano tenía un celular último modelo que no dudó en utilizarlo como proyectil. Con buena puntería logró encajárselo al hombre de trae gris, entre las cejas, cosa que le costó unos cuantos puntos, el tajo era pronunciado. El guardia de seguridad acudió a la brevedad pero Amelita le dio una patada en el centro de las bolas, mientras a las carcajadas salía por la puerta como si nada hubiera pasado, se dio media vuelta, todos la miraban y ella levantó el brazo derecho e hizo la señal en V.
Se marchó.
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