Las paradas de taxi de Barcelona y su área metropolitana están desbordadas. Y no de clientes. Las esperas de los taxistas por una carrera se antojan infinitas. "Mi récord de este año son cuatro horas y media en el aeropuerto", dice uno en una de las improvisadas tertulias que ahora se eternizan. "Los taxistas somos el termómetro de la sociedad, indicamos cómo va todo...", reflexiona otro. "Ahora mismo en Catalunya sobran un montón de taxis". Y el enésimo intento del sector de autorregularse se está deshaciendo poco a poco.
Tres horas por una carrera de 30 euros descuadra todas las cuentas. Un
par de euros de suplemento no compensa noventa minutos de espera en la
estación de Sants. La situación, en el último año, se ha tornado
insostenible. Una hora en plaza Espanya, entre un hotel y un centro
comercial, por 9 euros. Tres cuartos de hora en plaza Catalunya... Los
coches se acumulan en un embudo sin salida, primero en doble fila, luego
en triple, hasta que aparece un agente de la Guardia Urbana.
Luego
de que la congelación de trabajadores asalariados propuesta en la
última etapa socialista se perdiera en un embrollo judicial, después de
que el Institut Metropolità del Taxi no encontrara apoyos suficientes
para instaurar más días de fiesta, la nueva medida orquestada por la
Administración y las asociaciones de profesionales destinada a retirar
unos cuantos miles de coches de las calles genera tanto miedo y rechazo
entre los propios que el Institut ya considera su aplazamiento. Porque
lo que se perfila en el horizonte es la guerra por la supervivencia.
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