Científicos del CONICET estudian el mecanismo de acción de una hormona llamada Ghrelina, en busca de controlar el apetito sin perjudicar su rol en el control de otras funciones, como el estado de ánimo, de modo de hallar tratamientos para la obesidad y la anorexia, informó a Télam el bioquímico Mario Perelló.
"Cuando se descubrió la ghrelina -hace una década-, lo primero que se vio es que estimulaba el apetito", en respuesta a la necesidad energética del organismo", dijo a Télam Perelló, líder de un equipo de investigadores del Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE), en La Plata.
Pero la hormona tenía también otro efecto: estimulaba aspectos hedónicos de la ingesta haciendo “que la comida pareciera más rica promoviendo la ingesta por placer y no sólo por necesidad calórica".
En su estadía como investigador en Texas, Perelló había demostrado este fenómeno en ratones modificados genéticamente, inyectándoles ghrelina en áreas específicas del cerebro.
Otros investigadores corroboraron que esta hormona produce efectos similares en humanos.
"Ahora profundizamos el estudio y sabemos que ghrelina también regula la respuesta al estrés y controla el nivel de ansiedad o de depresión", reveló Perelló.
Este aumento del estrés "ayudaría a movilizarnos para buscar comida y tiene una función biológica muy importante para la especie, útil en período de escasez de alimentos", precisó.
El investigador contó que "la ghrelina aumenta cuando una persona tiene hambre, ya sea antes de una comida o luego de una ayuno prolongado, pero también en condiciones de estrés, cuando orquesta una serie de respuestas que llevan a conseguir alimento".
“Eran mecanismos que evolucionaron para protegernos en el pasado, para estar alerta, cuando el acceso a los alimentos era más restringido; pero ahora que eso no hace falta porque tenemos gran cantidad de comida disponible y con alto contenido calórico, estos efectos de ghrelina parecieran estar funcionándonos en contra", planteó.
El investigador precisó que estudios epidemiológicos en humanos muestran que "a partir de la década del `60 cambió la composición de nuestra alimentación y aumentó el nivel de estrés al que estamos sometidos, dos factores que incrementaron los índices de obesidad en la población".
Dado que en períodos de estrés aumenta en sangre la cantidad de ghrelina, se intensifica el estímulo sobre el apetito y aumentan las ganas de comer no por necesidad, sino por aplacar el estado ansioso.
La solución de inhibir el papel de la ghrelina, culpable de la glotonería, podría tener sin embargo severos efectos adversos.
"Si podemos encontrar cómo estas funciones están relacionadas y disociar este mecanismo, controlando las ganas de comer sin perjudicar el estado de ánimo, encontraríamos tratamiento farmacológico no sólo para la obesidad sino para la anorexia o la falta de apetito de la gente con terapias contra el cáncer, que hacen perder las ganas de comer cuando más se necesita", enfatizó.
Según Perelló, la industria farmacéutica procura una fórmula que limite el mecanismo de encausar la ansiedad en la ingesta excesiva de comida, en busca de un medicamento contra la obesidad, una epidemia en desarrollo a nivel internacional.
La Organización Mundial de la Salud sostiene que el 65% de la población mundial tiene sobrepeso u obesidad.
El trabajo acerca de los circuitos neuronales involucrados en este doble mecanismo fueron publicados en la revista especilizada Public Library of Science One (PLoS One), por el equipo de investigadores del IMBICE, dependiente del CONICET y de la Comisión de Investigaciones Científicas de Buenos Aires.
Junto a Perelló, bioquímico de la Universidad Nacional de La Plata, participan del estudio la licenciada Agustina Cabral, la doctora Olga Suescun y el doctor Jeffrey Zigman, con aportes de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, la Fundación Florencio Fiorini y la International Brain Research Organization.
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