Nuevo estudio sostiene que la actividad humana causa daños a los océanos valorados en cerca de 1,5 billones de euros. El informe recomienda enfrentar la contaminación, la sobrepesca y los cambios climáticos en conjunto.
Autores: Holly Fox / Evan Romero-Castillo para DW.
Decir que la contaminación, la sobrepesca y los efectos del cambio climático –que muchos científicos de por sí atribuyen a la actividad humana– son factores que se confabulan contra los océanos del mundo es llover sobre mojado. Pero un nuevo estudio de los mares del planeta publicado por el Instituto del Ambiente de Estocolmo (SEI) advierte que estos y otros agentes se potencian mutuamente alcanzando una intensidad superior a la sospechada hasta ahora. Su impacto no es el resultado de la suma de estas partes, sino de su multiplicación.
Así describe Kevin Noone, director de la Secretaría Sueca para las Ciencias Ambientales del Sistema Tierra, la ecuación que está causando estragos en las aguas. Noone pone como ejemplo los corales: su cercanía a las costas los expone a los embates de productos químicos, procesos de acidificación acelerados y a la interferencia humana, todo al mismo tiempo. Siguiendo la tendencia de asignarle un costo monetario a las extinciones del orbe, el informe del SEI procura estimar las dimensiones económicas de la degradación de los mares en este siglo.
Para hacer ese cálculo, el SEI compara el costo de los perjuicios ambientales a futuro si se permite que el proceso de calentamiento global siga su curso, sin alterar las actividades industriales que lo propician, con el costo de esos daños tras la implementación de medidas a escala internacional que mantengan la temperatura global a unos 2,2 °C por encima de la actual (2 °C es la meta de las negociaciones climáticas internacionales). Los resultados: daños valorados en 1,5 billones de euros de aquí a 2100 si se asume la actitud más indolente.
También es difícil asignarle un precio a los corales y a la biodiversidad...
El precio del aire que respiramos
Si se opta por reducir dramáticamente las emisiones, la humanidad entera puede ahorrarse 1,06 billones de esos 1,5 billones de euros en perjuicios. La parte del estudio dedicada a las cifras tomó en consideración cinco categorías de valor oceánico que pueden perderse en los escenarios contemplados: la pesca a gran escala, la industria turística, el aumento del nivel del mar, las tormentas y la capacidad del océano para absorber el carbón. No obstante, los mares del mundo ofrecen otros beneficios tan cruciales como incalculables.
“El oxígeno que respiramos es producido por organismos que viven en los océanos. Pero no pudimos ponerle un valor al oxígeno”, señala Noone. Aunque la organización ambientalista Oceana no estuvo involucrada en el estudio, sus miembros coinciden con los colegas de SEI en que las autoridades internacionales que deciden en materia climática deberían asumir una perspectiva holística, integral, de cara a estos asuntos. “Uno no puede tomar partes del ecosistema y tratarlas como unidades separadas o independientes”, argumenta Hanna Paulomaki, de Oceana.
Eivind Hoff, de la Fundación Bellona, acota que las acciones locales no son inútiles y que políticas específicas de Gobiernos puntuales pueden tener efectos sobre crisis globales como la del cambio climático, pero ese impacto es difícil de medir. “No vamos a detener la posible desaparición de los corales con acciones locales; realmente necesitamos recortar las emisiones de dióxido de carbono. Pero podemos frenar esos procesos de deterioro global encargándonos de resolver los problemas locales de nuestro entorno”, dice Noone con talante optimista.
Autores: Holly Fox / Evan Romero-Castillo
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