Nacido en Ucrania y establecido desde niño con su familia en una de las colonias judías de Entre Ríos, comenzó desde muy joven como periodista del diario La Nación y otras publicaciones, llegando a ser director de El Mundo. Dueño de un estilo brillante, a veces algo opacado por la retórica de la época, fue un narrador excepcional. Autor de recordadas obras, como “Los gauchos judíos”, “El retorno de Don Quijote”, “Cuentos de ayer”, “Los amores de Baruj Espinoza”, “La clínica del doctor Mefistófeles”, “La aldea embrujada”, “Entre Ríos, mi país”, etc.
Existen personas dotadas de una capacidad excepcional para desarrollarse en varias fases de la comunicación y de la política. Tal es el caso de nuestro personaje Alberto Gerchunoff, quien se destacó como periodista, escritor, versátil orador e inquieto político, defensor de perseguidos, de la libertad y de la justicia social.
Nació el primero de enero de 1883 en Proskurov, pequeña villa de la gobernación de Kámenetz-Podolsk, una provincia rusa de muy densa población judía. En su hogar y gracias a su padre que era un hebraísta muy culto y nutrido de conocimiento, se reunían notables judíos del pueblo para hablar de la emigración y la tentativa de colonización del barón Mauricio de Hirsch en la Argentina. En ese entonces se decidió el traslado de la familia Gerchunoff a dicho país sudamericano. «Ahí, -dijo su padre- trabajaremos la tierra y seremos agricultores como los antiguos judíos de la Biblia. Allá no verán cosacos, ni pogroms, porque es un país libre donde todos son iguales».
Ya en Buenos Aires se establecieron en la provincia de Santa Fe de la colonia Moiseville, la primera fundada por el barón Hirsch. Cuando esta colonia empezaba a progresar en 1891 y a pesar de la confianza del padre de Alberto en el país argentino, un gaucho borracho lo asesinó e hirió a su madre y a su hermana mayor sin motivo alguno. Agobiados por el trágico recuerdo, la familia se traslada a Entre Ríos donde vivieron algunos años dedicados a la agricultura. El fracaso de las cosechas durante tres años seguidos, obligó a la familia a viajar nuevamente a Buenos Aires en 1895, precisamente cuando nuestro personaje cumplía 13 años, pero dadas las condiciones críticas en que iniciaban esta nueva etapa se le hizo una ceremonia muy modesta de Bar Mitzva en la sinagoga del barrio.
Después de desempeñar varios oficios, un compañero asturiano lo inició en la lectura de Don Quijote, que constituyó un acontecimiento definitivo en su vida, toda vez que se interesó en la lectura de varias obras que empezaron a guiar su pensamiento. Un estudiante de medicina que más tarde sería el famoso parlamentario socialista Enrique Dickmann, le daba lecciones a fin de prepararlo para su ingreso al colegio nacional. La elocuencia con que Alberto narraba los pasajes de su niñez en el mundo distinto y distante en que había vivido los primeros años, atrajeron la atención de personajes famosos como Leopoldo Lugones, el más grande poeta nacional y de Roberto J. Payró que fuera fundador del partido socialista e iniciador del teatro, la novela y el periodismo modernos.
De él dice el propio Gerchunoff: «Crecí al lado de Payró. Fue mi maestro, mi amigo y mi protector».
A la edad de 21 años, en 1904, se unió a un grupo de jóvenes de la revista «Ideas» así como con otros escritores bohemios, quienes se reunían en un café de la calle Corrientes junto al Teatro Nacional. Nuestro personaje bautizó ese café con el nombre de «Café de los Inmortales». Allí se encontraban a diario los más famosos escritores, poetas y pintores de aquella época. En 1906 Payró le presenta a Rubén Darío que unos años antes había llegado a Buenos Aires y a quien se le consideraba como un embajador americano convertido en uno de los más grandes y venerados maestros del idioma castellano.
En
ese propio año, Alberto empieza a escribir en «La Nación» el principal
diario argentino en el que colabora toda su vida y donde publicó gran
parte de su obra literaria. En 1907 contrajo matrimonio del que tuvo dos
hijas. En 1908 publica en «La Nación» los cuentos sobre las colonias de
agricultores que dos años más tarde condensa en el libro titulado «Los
Gauchos Judíos», que presenta como homenaje al Centenario de la
República Argentina. En dicha obra, en su última página dice: «Los hijos
de los israelitas, residentes en las ciudades o en la campiña y aun los
que han nacido en Odessa o Varsovia, son profundamente patriotas y
sinceramente argentinos». El nunca sospechó que en la propia Argentina
tendría lugar en enero de 1919 lo que se llamó «La Semana Trágica»
durante la cual los judíos, con motivo de una huelga obrera
violentamente reprimida, sufrieron de repente un pogrom como reflejo de
la Revolución Rusa, ya que en Argentina, en ese entonces la palabra ruso
era sinónimo de judío.
No obstante de que Gerchunoff viviera el
drama de su padre asesinado por un gaucho borracho y de que viviera el
drama de «La Semana Trágica», lejos de generar un odio hacia el gaucho y
hacia la tierra sudamericana que lo recibió con tan grande tragedia
familiar, conservaría siempre un gran cariño por Argentina y en su
Centenario a través de su obra literaria le dedicó un canto de amor.
Gerchunoff vio siempre lo bueno, lo positivo, lo noble, la parte
optimista en el hombre y en los pueblos. Así fue como hizo de su
condición de periodista, escritor y conferencista un incansable
apostolado de la libertad.
De 1913 a 1914 viaja a Francia, España, Bélgica y Alemania. Es conveniente citar que en París asiste a las conferencias de Clemenceau acompañado de Jean Jaurés a quien conociera en Buenos Aires y tiene encuentros con Marcel Proust y Max Nordau. En Madrid es recibido por Ramón del Valle Inclán a quien conoció en Tucumán, Argentina, cuando era director del periódico «El Orden» habiendo nacido entre ellos una gran amistad.
De 1914 a 1934 tuvieron como escenario de fondo de la vida de nuestro personaje, acontecimientos de tremenda magnitud como la Primera Guerra Mundial (1914), la Revolución Rusa (1817), el fascismo italiano (1922), y el advenimiento de Adolfo Hitler al poder (1933). En el plano nacional argentino removerían sus viejos conceptos idealistas sobre la realidad, «La Semana Trágica» (1919) y la revolución militar (1930).
La actividad de Alberto Gerchunoff fue intensa e incansable. Además de «La Nación» colaboró en 14 diarios y en multitud de revistas, cimentando bien lograda fama como uno de los más grandes periodistas de su tiempo. Fundó el diario «El Mundo» y publicó 16 libros en vida, más cinco editados póstumamente quedando otros varios inéditos, que recopilan más de 2000 artículos aparecidos en diarios y revistas. Basta ver los títulos para advertir que expresan las tres grandes preocupaciones de su existencia: lo argentino, lo universal y lo judío.
Él en alguna ocasión declaró: «Es falso que el periodismo anule al escritor. Al contrario generalmente se comienza por ser periodista y es termina en escritor». También en su autobiografía estampa este bello pensamiento: «Así he llegado a ser periodista, después de haber errado de lugar en lugar, de oficio en oficio. La vida muy ardua me enseñó a amarla a pesar del sufrimiento y por eso arraigó en mi espíritu, la sensibilidad al dolor humano y es por ésto que amo a la raza hebrea, porque sabe como ninguna el beneficio supremo de la libertad.
En 1948, el nacimiento del Estado de Israel le produjo la compensación más profunda, la alegría mayor que pudo haber recibido en su vida de tanto esfuerzo y sacrificio.
Dos años después falleció este extraordinario personaje
que en su último libro «El Retorno de Don Quijote» dejara escritos para
la posteridad un mensaje de hidalguía y de amor.
Nota:
Es
muy valiosa la recopilación de libros, artículos y datos realizados por
su yerno Manuel Kántor, quien después del fallecimiento de Gerchunoff
en 1950, organizó su archivo y publicó sus libros inéditos.
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