Actor, poeta, eximio bailarín de tango, guionista y director cinematográfico, considerado una de las glorias del teatro nacional, trabajó con Enrique Muiño en “Los muchachos de antes no usaban gomina” y con Enrique de Rosas en “Los invertidos”, la controvertida pieza de José González Castillo. Formó en 1928 su propia compañía y dirigió la célebre Compañía de Teatro Universal. Autor de varios tangos como el “El cielo en las manos” o “Camino gris”. VIDEO con "Apenas un delincuente", donde actuó en 1949
Hijo de un actor de circo, Francisco Cárpena, Homero fue uno de esos actores a quienes se puede denominar “de raza”. De prolífica trayectoria, el cine y el teatro fueron su fuerte, donde no sólo actuó, sino que también dirigió y guionó.
Con más de sesenta películas en su haber, su rostro se hizo parte de la familia, componiendo personajes muy disímiles, pero con una especialidad: los malvados. Con su cara angulosa, su escaso cabello y una voz semi–ronca, honda, y especialmente una mirada penetrante, de esas que se consiguen desde bien adentro, Homero era de la camada de actores de la época de oro del cine nacional; su cara fue testimonio de ella en más de cincuenta películas, sólo entre 1943 y 1955.
Este hombre fue atravesado por la historia política; de clara definición peronista, tras el golpe contra el presidente Juan Domingo Perón, debió exiliarse en España. Allí no tardó en hacer teatro, su pasión, su vida. Fue con su esposa, la actriz Haydée Larroca, y sus dos hijas, las hoy también actrices Nora y Claudia Cárpena.
“Mi padre era panadero, actor y anarquista", dijo orgullosamente Homero Cárpena en un reportaje; en él, la militancia política y social iban de la mano con el ejercicio del oficio. Así, supo trabajar en la Casa del Teatro, siendo una de sus premisas recaudar fondos para esa institución que alberga a actores y actrices de extensa trayectoria. Siempre solidario, su familia recuerda que cuando un compañero fallecía, él se negaba a comprar flores, y decidía emprender una colecta de dinero para entregarle a sus deudos. “En esos momentos hace falta más la plata que las flores”, sentenciaba.
Recorrió el país con sus obras, y eso era algo que lo movilizaba especialmente. Le gustaba llegar antes al lugar, hablar con su gente, conocer el lugar. Era todo un acontecimiento. El cine contó con su rostro en más de 150 películas; muchas de ellas dejaron huella en nuestra historia:”Los tres berretines” (1933, Enrique Telémaco Susini); “Prisioneros de la tierra”, (1939), de Mario Soffici; “La casta Susana”, (1944, de Benito Perojo); “La vendedora de fantasías” (1950, Daniel Tinayre); “Kuma Ching” (1969, Daniel Tinayre). El mismo, pero especialmente su esposa, fueron actores fetiches de Tinayre. Alguna vez recordó, como dato extravahante, y demostrando la curiosidad de espíritu que tenía, que cuando filmó "Apenas un delincuente" (Hugo Fregonese, 1949), con Jorge Salcedo, llegó a trabar relación con un asesino que había matado a toda su familia, llamado Ladrón de Guevara, y con dos integrantes de la banda mafiosa de Chicho el Grande, que cumplían condena en la desaparecida Penitenciaría Nacional, de Coronel Díaz y Las Heras, donde se filmaron casi todas las escenas.
El dinamismo y su incansable curiosidad vital lo llevaron también a dirigir cine y teatro, y a escribir canciones junto a grandes como Astor Piazzolla, y a quien fue su yerno por algunos años: Peteco Carabajal. Algunos de sus tangos son “Trenzas de ocho”, “Qué lejos mi Buenos Aires”, “El viejo almacén”, entre otros, y, junto a Carabajal, el tema “Cinema Paradiso”.
Fue el primer actor en interpretar a un homosexual en el cine argentino, cosa que más de una vez destacaba. “Pochoclo fue el personaje que interpretó en “Los tres berretines”, y que fue objeto de estudio en cuestiones de género. Mayordomos, policías, delincuentes, y hasta un rector de colegio secundario que se desdoblaba en su hermana, la señorita Salvatierra, en “El profesor tirabombas” fueron los centenares de personajes a los que prestó cuerpo y alma.
Sus referentes fueron otros grandes: Antonio Cunill Cabanellas, Enrique Muiño y tantos otros a los que siempre mencionaba con orgullo. Luego, él mismo se convertiría en un referente de otras generaciones, a fuerza de talento, mucho trabajo y respeto por su oficio.
Nació y murió en la misma ciudad: Mar del Plata, a la que volvía una y otra vez a trabajar y a veranear. Sus restos descansan allá, pero su memoria en cada rincón y en cada amistad que dejó. Porque si de algo se jactaba Homero era de la cantidad de amigos que había sabido cosechar.
Poco antes de morir quiso dejar una sugerencia a las autoridades nacionales: “no se olviden del sainete porteño; Elías Alippi me dejó el original de “El cornetín de San Telmo; ¿Por qué no nos permiten estrenarlo en el San Martín? ¿Es mucho pedir?, concluía con el mismo fervor con el cual había empezado su extensa y rica trayectoria.
Rafael Garritano, para actores.org.ar
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