Ovidio José Bianquet, “El Cachafaz” es considerado el mejor bailarín de tango de todos los tiempos, paseó la danza porteña por excelencia por salones, escenarios y cabarets de Europa y Estados Unidos. Había nacido el 14 de febrero de 1885 en la esquina de Independencia y Boedo de la ciudad de Buenos Aires. Sobre pistas y mujeres Benito Bianquet reinaba sin competencia, lo que no hace más que resaltar una personalidad y una estampa de por sí imponentes. VIDEO
Por Luz Azcona
Mirado en detalle no era lo que se dice un adonis: tenía la cara picada de viruela y un rostro mal compuesto, acentuado por el pelo tirante de gomina que nacía en una frente cada vez más ancha. Sin embargo, sobre pistas y mujeres Benito Bianquet reinaba sin competencia, lo que no hace más que resaltar una personalidad y una estampa de por sí imponentes.
Dicen que donde ponía el pie se plantaba, que su baile era soberbio, excepcional, majestuoso, y que borraba a fuerza de prestancia y de carisma todo lo que de fiero y mezquino tuviera su aspecto.
Su verdadero nombre era Ovidio José, pero a raíz de un altercado con la guardia fue bautizado Benito. Por entonces vivía en los suburbios de Balvanera, donde un pillo había roto el vidrio de un negocio con una piedra y la policía, alertada por un vecino más bien avieso, se había presentado en su casa. La madre, ante la acusación que de inmediato juzgó falsa salió en defensa del hijo. No puede ser, decretó, él es buenito. Y el agente le informó que su Benito había desafiado a la autoridad.
Pero el sobrenombre con el que trascendió como referente indiscutido de la danza porteña fue El Cachafaz, atributo este último que alude a alguien holgazán, insolente o pícaro según el diccionario de lunfardo.
Al parecer, elegante y todo Benito se hizo fama de atrevido. Las mujeres le gustaban casi tanto como bailar con ellas y no tenía reparos al abordarlas. Pero no todas lo consentían y una incluso lo encontró abusivo, lo acusó con su padre y según dicen, éste se enfureció a tal punto que dando un golpe de puño contra la mesa y un fuerte grito le puso el apodo con el que se hizo famoso, pues llegó a oídos de todo el barrio.
Su leyenda se empezó a fraguar en esquinas y reductos de Almagro y el Abasto, donde impuso sus primeros cortes y quebradas. De a poco fue ganando prestigio en los bailes del suburbio, y gracias a sus dotes y a la intervención de la suerte deslumbró en salones distinguidos, consagrándose en vida como el mejor bailarín de tango de todos los tiempos.
Mucho antes de lo cual se ganaba la vida como pintor de brocha gorda, y por las noches merodeaba en casas de mala fama con los bolsillos secos, protagonizando de vez en cuando alguna riña de cuchillos o aceptando batirse a duelo con algún bailarín frentado.
Con el tiempo su popularidad se acrecentó, y los concursos de corralón hicieron el resto.
Pasó de las orillas sombrías a las salas más refinadas, pulió su estilo y su técnica, llegando a hermosear sus pasos con tanta gracia que se hizo de una buena cohorte de imitadores. Y como corolario acabó cobrando sumas astronómicas por enseñarles a bailar a las damas aristocráticas.
Pues una vez que el tango se puso de moda en el Viejo Continente, las buenas gentes de Buenos Aires olvidaron su origen oscuro y le abrieron las puertas de sus salones. Entonces el Cachafaz se convirtió en la estrella de la alta sociedad porteña, lo que extendió su fama hasta Estados Unidos y Europa.
En 1920 causó sensación en los escenarios parisinos. Con su porte y su elegancia criolla, enfundado en traje de etiqueta fascinó al público del célebre local El Garrón, hizo furor y según dicen también bastante dinero. Pero extrañaba horrores, de la lengua no entendía ni las gárgaras y no se adaptaba al clima, y al cabo de unos meses ya estaba de vuelta, contento de retomar las charlas de café con sus amigos y sin un peso.
Sus compañeras, en la pista y en la vida, fueron Emma Bóveda, Elsa O`Connor, Isabel San Miguel y la jovencísima Carmencita Calderón. Junto a esta última protagonizó la película "Tango", primer largometraje sonoro del cine argentino. Y también fue ella la última persona con la que bailó, en un local llamado "El rancho grande", en Mar del Plata.
Al término de la actuación, según el relato de Carmencita, ella se había encerrado en el cuarto para escuchar por radio un partido de fútbol. El Cachafaz la había apalabrado con un guiño para que después del partido se tomaran juntos medio whisky. Pero antes del brindis don Benito se indispuso. Cuando Carmencita lo encontró tirado en el suelo ya no respiraba. Tenía 56 años, y un rato antes había bailado como en sus mejores tiempos. (Télam)
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