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Martiniano Chilavert
Camara fotoAMPLIARMartiniano Chilavert
03/02/2013 - Un día como hoy pero 1852

Fusilaban al prestigioso militar Martiniano Chilavert

Luego de una conversación a solas con Justo José de Urquiza, de la que éste salió desencajado, es fusilado el coronel Martiniano Chilavert, militar de ideología unitaria que ante la agresión anglofrancesa se había puesto al servicio de Rosas y comandado la artillería de la Confederación Argentina en la batalla de Caseros. Había nacido en Buenos Aires en 1801, participado junto a Alvear en el golpe del 25 de mayo de 1820, servido a las órdenes de Lavalle y combatido destacadamente en Cañada de la Cruz, Ituzaingó y Puerto del Salado.

Traidor a la facción y leal a la patria

Por Julio Fernández Baraibar

El coronel Martiniano Chilavert había nacido en Buenos Aires, aunque su infancia transcurrió en España. En 1812, a los catorce años de edad, volvió al Río de la Plata junto con su padre. Dos oficiales del ejército español integraban el pasaje. Uno era porteño y el otro había nacido en las Misiones: Carlos María de Alvear y José de San Martín, quienes serían sus jefes militares en una patria que recién comenzaba.

En los Granaderos creados por el correntino, Chilavert obtuvo su primer grado militar en la Artillería y peleó a las órdenes de Alvear en las tropas artiguistas, enviadas por el caudillo para enfrentar al director Rondeau.

Los enfrentamientos civiles que sucedieron a la derrota de Artigas lo obligaron a buscar refugio en Montevideo, donde obtuvo su título de ingeniero y volvió a su ciudad natal. Participó en la guerra con el Brasil a las órdenes de Lavalle, lo que fue determinante para que en las luchas civiles de los años `30 se pusiese del lado de los unitarios.

Desde su exilio José de San Martín le había escrito a Rosas: "no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer..."

Martiniano Chilavert no era hombre de partidos y banderías y ante la agresión anglofrancesa, contra la opinión, el deseo y hasta la orden de los exiliados antirrosistas, volvió a Buenos Aires para poner sus conocimientos bélicos al servicio de la Confederación Argentina.

Y en la noche posterior a la batalla de Caseros se produjo uno de esos hechos trágicos, signados por el destino fatal de un enfrentamiento entre hermanos.

Chilavert había sido el último en rendirse con su batería cuando ya no disponía de munición para seguir combatiendo. Dicen que la resistencia había sido heroica, que cuando se había terminado el agua para enfriar los cañones, sus hombres orinaban sobre el hierro enrojecido para seguir luchando. Entre las que dirigía Urquiza había tropas del Imperio, el mismo contra el que Chilavert había peleado en Ituzaingo. Y por no soportar su patria hollada por tropas extranjeras, había declinado su enfrentamiento con Rosas.

Solo, al lado de su ya inútil batería, el rostro tiznado por la pólvora, el uniforme oscurecido por el polvo del combate, Chilavert esperaba. El capitán Alamán, desde su caballo, le pidió la rendición sin saber con quien hablaba. Dicen que el coronel Martiniano Chilavert le respondió con voz disfónica que buscara a un oficial de mayor graduación ante el cual pudiera rendirse. Y también dicen que fue un coronel Virasoro el que lo condujo detenido hasta San Benito de Palermo, la residencia de Rosas convertida en cuartel general de Urquiza.

Horas estuvo Chilavert esperando a su vencedor. No había dejado de pensar que el federalismo alborotaba los pueblos en alzamientos permanentes, como todo ese combate lo demostraba. No le gustaba Urquiza por federal, pero mucho menos le gustaba por haber traído a los "cambá" del emperador para pelear contra su patria. Por eso se había alejado de los hombres de Montevideo, de los Varela y los Alsina, los hombres de levita que habían empujado a Lavalle a asesinar a Dorrego.

Sobre esas cosas debe haber pensado en su espera, herido, sucio y agotado, hasta que lo condujeron en presencia del entrerriano.

Toda la noche hablaron. Historiadores y dramaturgos han escrito distintas hipótesis de ese diálogo que la historia se llevó para siempre. Los dos hombres, como en un cuento de Borges, habrán hablado sobre la traición y la lealtad, sobre las ideas abstractas de los juristas y el agudo dolor "que aún no sabe su nombre", como Marechal define la Patria. Cuentan los testigos que, de a ratos, se oían los gritos destemplados e iracundos de don Justo y algún puñetazo sobre la mesa.

Al amanecer, Urquiza llamó a la guardia y dio la seca orden de que fusilaran al prisionero.

Y la escena final de la tragedia comenzó cuando don Justo, quien sabe si indignado por la altivez del prisionero, por su irreductible voluntad, ordenó en voz baja que fuese fusilado por la espalda, como a un traidor.

El mayor Modesto Rolón fue quien tuvo a su cargo la orden de Urquiza. Se preparó Chilavert para entregar su alma al Dios en el que creía. Cuentan que le dio el reloj a Rolón con el encargo de entregárselo a su hijo. Se sacó el tirador, donde había unos billetes y tabaco. Se los dio a los soldados, para que lo repartieran. E hizo frente al pelotón.

No pudo creer lo que oía cuando el mayor Rolón le ordena ponerse de espalda a los fusiles, como los traidores. También cuentan que sonó una estrepitosa bofetada en la cara de Rolón. Los soldados comenzaron a acercarse para cumplir con la orden. A cada uno de ellos los recibía a puñetazos. No iba a morir como un traidor, porque no lo era. Simplemente se había alejado del "indigno espíritu de partido", como había pedido el exiliado ilustre.

El acero de un puñal reflejó, artero, la pálida luz de la madrugada y se perdió varias veces en la carne del coronel rendido. Mientras caía, seguía gritando, con los gallos de la mañana, su valor y lealtad a la Patria.

Cayó ensangrentado y con el rostro al cielo. Rolón cumplió a medias la orden terrible del señor de San José. Descerrajó un tiro en el pecho del artillero que seguía gritando su derecho a ver la muerte de frente, como los héroes. (Télam)   


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