Era mi primera vez en Buenos Aires. Muchacho del interior, muy metido, del norte, de Tucumán, de Famaillá, o lo que es lo mismo, la ciudad donde están las mejores empanadas del país. En lo personal siempre las prefiero picantes, aunque no se acostumbre a condimentarlas de esa manera.
Llegaba a esa gran metrópolis, no recuerdo con precisión mi edad, pero creo que estaba en los veinticinco, aproximadamente. Había ido por cuestiones de negocios y para ver algunas exposiciones de arte, puesto que unos amigos me hicieron especial invitación. Contaba con una platita ahorrada y como era muy importante para mi gente mi presencia, me subí al bondi y partí a la Capital Federal.
La exuberante modernidad, en donde a cada paso se imponía el modernismo más pulcro, con cara de cisne, me impactó de entrada. Edificios de principios, mediados y fines de siglo. Monstruosos, pero bellos. Ciudad gris, melancólica, tanguera, allí está todo, la música, la danza, el arte, la literatura y es que en Argentina Buenos Aires nos centraliza, para publicar, exponer, disertar o crecer laboralmente no existe mejor lugar. El porteñocentrismo está instalado en nuestra Nación desde sus inicios. El lujo, dinero que se sintetiza en su exuberante arquitectura, en su agitado andar. Todo es grande, amplio, magnánimo, las facultades de la Universidad de Buenos Aires están instaladas en edificios imponentes, que no se repiten en ningún otro lado del país.
Mi viejo fue un fanático del tango durante toda su vida, le apasionaba, especialmente, la poesía del genial Homero Manzi, me contó que de pibe, tenía todos los LP con sus canciones, interpretado por diversos cantantes. Siempre andaba comentando anécdotas, esto se debe a que había vivido en esa ciudad que produce una nostalgia exquisita que se adhiere a la piel, a los pensamientos. A pesar de esas interesantes sensaciones, nunca dejó de renegar de los porteños, le molestaba en sobremanera la soberbia y picardía, el hecho de que hablan a los gritos, la cancheriada y por momentos el alto porcentaje de discriminación que tienen, creyendo que la Argentina se termina al otro lado de la avenida General Paz. Como buen tanguero, el viejo era peronista. El gorilaje de la Capital siempre le trajo disgustos. Los gorilas[1] se las agarraron con el tango, decía, haciendo referencia a la cantidad de cantantes, autores y compositores que estuvieron proscriptos luego del golpe del '55, a cargo de la infame Revolución Libertadora que terminó con el proceso de cambio social y modernización más importante que tuvo esta patria. Pero no era una situación nueva, en la década del '30, la infame, también habían prohibido algunos tangos, incluso, más tarde, el lunfardo fue considerado una flasfemia, esto se terminó con el arribo de Perón al poder.
La historia cuenta que cuando Perón acababa de triunfar en las elecciones de febrero de 1946, fue visitado por una delegación de poetas y escritores encabezada por Homero Manzi y Alberto Vacarezza, quienes pretendían que el nuevo gobierno reviera una absurda medida de 1943 cuando el general Pedro Pablo Ramírez prohibió el uso del lunfardo y la difusión de temas musicales que contuvieran palabras de ese origen. La medida obligó a la modificación a veces ridícula de las letras de algunos tangos y a la mofa de la crema porteña, que dieron en rebautizar "La ladrona" a la céntrica calle Larrea. Lo cierto es que Manzi y compañía fueron recibidos afablemente por el presidente electo, que saludó en primer lugar a Vacarezza: "¿Cómo le va, don Alberto? Me enteré de que lo pungaron en el bondi", con lo que quedó todo dicho.
Futbolero de toda la vida, mi viejo comenzó jugando en el “Fama”, delantero, goleador, muy reconocido en el pueblo. El Matador Ortíz le decían. Rápido, de gambeta larga y pillo, sabía desmarcarse sin inconvenientes generando situaciones de peligros en el arco rival, además era solidario. Aguantaba las pelotas y cuando lo veía solo al siete se la tocaba con sutil amabilidad, gustaba del juego adornado, las rabonas eran su debilidad. Recuerdo una tarde en la que Famaillá y Monteros empataban uno a uno, luego de un tiro de esquina, Cacho Martínez, quien jugaba de dos, rechazó y el balón salió disparado hacia el sector derecho, el Matador encaró a paso firme y cuando llegó al vértice del área grande y vio que la pelota le quedó cruzada, no había forma que le pegue con derecha, configuró una rabona impecable y la mandó a guardar al segundo palo del arquero que solo atinó a observar una estela plateada que se describía deliciosamente, produciendo el grito más célebre de gol.
Por razones laborales, a mitad de su vida, ya veterano, mi viejo, tuvo que viajar a Buenos Aires. Dos años de ir y venir todos los fin de semana en avión para vernos. Si vas a Buenos Aires no dejés de conocer Boedo, me decía. Eso hice. Luego de los tramiteríos propios de mi trabajo, agarré el colectivo, coche cama, y me fui. Barrio de clase media, pintoresco e histórico. Inevitablemente ese nombre me remontaba al famoso café, inmortalizado por el poeta, en su tango “Sur”. Cuando llegué a la esquina de San Juan y Boedo, un cartel me anunciaba que estaba en la esquina “Homero Manzi”. Entré sin dudarlo. De fondo, escuchaba a Piazzolla y en la tele estaban pasando un partido de San Lorenzo.
Me parecía una combinación exquisita. Tango y fútbol. Dos pasiones que las vengo puliendo desde la cuna, por mi viejo. Esto no quiere decir que en Tucumán no seamos tangueros, mucho menos futboleros, pero la pintura folclórica de aquél momento me resultó perfecta. Miré cada uno de los cuadros colgados en una de las paredes de aquél bar por el que pasaron grandes valores del tango del último siglo, como Troilo, Goyeneche, Piazzolla, Rivero y cuántos más.
Me pedí un café, cargado y me puse a ver el partido que San Lorenzo jugaba con River. Relucía el juego trabado, poco vistoso muy característicos en los últimos años. Empataban uno a uno, sin embargo cuando faltaban cinco para el final, el “azulgrana” hace el segundo. Lo grité con el corazón, cosa que me sorprendió porque nunca antes había cantado un gol ajeno a mi equipo.
[1] Gorila es un término empleado para aquellas personas que se definene políticamente como antiperonistas. Se comenzó a utilizar en la década del '40, durante el gobierno de Perón.
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