A 200 kilómetros de San Miguel de Tucumán se encuentra El Pichao con un parque arqueológico virgen, cargado de recuerdos de poblaciones preexistentes a la llegada de los españoles. Un pueblito donde se producen nueces y dulces caseros. Su nombre proviene del vocablo pichana, de origen quichua que significa escoba hecha de ramas.
Ubicado a 194 kilómetros de la cuidad de Tucumán, a 1815 metros sobre el nivel del mar y en las laderas de las Sierras del Cajón, yace en la zona un verdadero tesoro al resguardo de los cerros, que entrega vestigios de poblaciones preexistentes tal como estuvieron siglos atrás. Sin decorados ni grandes alardes, y cuidado por un pueblo que ofrece orgulloso sus frutos caseros a las provincias vecinas, El Pichao espera a ese otro tipo de turismo.
El nombre Pichao proviene del vocablo pichana, de origen quichua que significa escoba hecha de ramas. Por esto significaría lugar “barrido”, limpio y tranquilo. En lengua indígena significa pequeño pueblo o lugar tranquilo. Es una diminuta aldea de escasos habitantes formada en la última década del siglo XIX, junto a los vestigios de la cultura Cóndor Huasi. Se encuentra a 8 kilómetros de Colalao del Valle hacia el oeste, a 2.200 metros sobre el nivel del mar.
Este pueblo está formado por familias que se autoabastecen criando su propio ganado, como así también cultivando frutos, a partir de los cuales elaboran de forma artesanal los reconocidos dulces de membrillo, cayote, manzana, higo y pera, acompañados de nueces de sus añejos nogales. A partir de la elaboración de estos dulces nació la Fiesta Provincial de los Dulces Artesanales, festejada todos los años en el mes de febrero con gran protagonismo lugareño. Son varias las actividades que se llevan a cabo durante tres días que dura la fiesta al ritmo del folclore y el sabor de las comidas regionales.
El Pichao cuenta con servicios de alojamiento distribuido en fincas acondicionadas para la práctica de turismo rural y cultural, donde se puede visitar el sitio arqueológico de Cóndor Huasi o realizar caminatas por los alrededores.
Un par de despensas cuentan con provisiones básicas, el resto se baja desde Colalao, donde también se realizan trámites de correo, de carga de celular, se sacan pasajes a San Miguel, o se usa Internet. Y es que El Pichao en sí, es un lugar de desconexión: casitas, la iglesia, la escuela 23, un centro de primeros auxilios y la plaza. No hay más. Los hogares tienen capacidad para alojar a unas 20 personas, con solo dos requisitos: ser un visitante respetuoso y amar la naturaleza.
Del otro lado del río llega la reserva, la razón de ser del pago. Se trata del asentamiento arqueológico de la cultura condorhuasi, desarrollada hace más mil años, pero aún en impecable estado. Ese pueblo de la Nación Diaguita vivió en el campo de cardones que enfrenta el casco donde se asientan las casas, y donde arranca un sendero poco señalizado que se puede recorrer en compañía de un poblador local.
Nada hay reconstruido, y uno se encuentra a cada paso con puntas de flechas o manijas de vasijas de cerámicas pintadas, que quedaron allí desde aquel tiempo.
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