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20/01/2012 - Cuento de fútbol

La camiseta se tiene que transpirar

El presente de Juvetud Antoniana de Salta no era el mejor, de los últimos 21 puntos, solo había sacado 7. Para colmo venía de tres derrotas consecutivas, siendo las últimas dos por goleada. Cinco a cero contra Talleres de Perico y cuatro a uno contra Desamparados en la última fecha.

La camiseta se tiene que transpirar 

Por Sebastián Ganzburg  

El presente de Juvetud Antoniana de Salta no era el mejor, de los últimos 21 puntos, solo había sacado 7. Para colmo venía de tres derrotas consecutivas, siendo las últimas dos por goleada. Cinco a cero contra Talleres de Perico y cuatro a uno contra Desamparados en la última fecha. 

Ariel Maráz estaba indignado, se había quedado luego de que termine el partido en la tribuna puteando a los cuatro vientos. Ya no le salía una sola palabra, se habían agotado. Recordó a la familia de cada uno de los jugadores, a cada eslabón del árbol genealógico del director técnico que no acertaba una. Es cierto, el Santo salteño venía jugando realmente mal, una racha pésima, cargada, además, de abundante mala suerte. Seis pepas le hicieron los sanjuaninos, jugando a media máquina. 

El primero, una distracción entre el saguero central y el arquero, el primero la tocó para atrás y cuando quiso rechazar, el esférico pasó por debajo del pie y se metió en el arco. El segundo ocurrió cinco minutos después, a los trece del primer tiempo. Juárez, el cinco, llega a destiempo, lo baja al enganche y al árbitro no le queda más alternativa que cobrar tiro libre en la puerta del área. El encargado de ejecutar metió un sablazo infernal y la pelota se coló por el ángulo, el arquero, atónito, solo atinó a mirar la trayectoria del esférico. 

Más tarde, llegó el descuento cuando el ratón Veldiviezo le pegó de treinta metros, imposible para el arquero. Pero la esperanza duró segundos. Berlusconi lo vio adelantado a Rivas, el arquero, y de la misma manera que Chilaver cuando en el '96 lo vio adelantado a Burgos, Berlusconi le pegó de mitad de la cancha para anotar el tres a uno. Semejante gol constituyó un golpe anímico tremendo del que Juventud no se recuperó más en todo el partido. El estadio enmudeció. Los hinchas no podían creer lo que estaba ocurriendo, semejante papelón. A esa altura del partido Ariel ya le había dicho de todo a Rivas, en un momento se trepó al alambrado, quería entrar al campo de juego y cagarlos a patadas a todos. ¡Son unos ladrones hijos de puta!, gritaba desaforado. 

Antes de que finalicen los noventa minutos, mientras la tribuna cantaba “la camiseta del Santo se tiene que transpirar...” tiro de esquina para la visita y Martínez desde el punto del penal, de cabeza liquidó el pleito. 

Avergonzados los jugadores, luego de que el árbitro tocara el silbato anunciando el final del partido, todos juntos, se acercaron al alambrado. Algunos con las manos juntas pedían perdón, otros llorando, hacían lo mismo. Decidieron por impulso del corazón sacarse las camisetas y tirarlas a la tribuna, agradeciendo al aguante de la hinchada. Una forma, quizás, de hacer catarsis, de tratar de reconciliarse con el público que estallaba en bronca, que se moría de angustia, que no paraba de insultar. 

La número 10 le cayó en la cara a Maráz que lloraba de impotencia. Sorprendido, se tranquilizó, agarró la casaca, con dedicación la dobló en varias partes. Se paró, caminó unos cuantos pasos, se acercó al alambrado, se subió varios metros, con mucho cuidado sacó la camiseta que la había guardado entre sus piernas. Mientras la mano izquierda lo sostenía, la derecha fue la encargada de lanzar con todas sus fuerzas la remera que fue a parar a los pies de Valdiviezo que nunca pudo levantar la vista del suelo. 


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