Europa tiembla y no acierta una salida a su compleja situación. Una crisis casi sin precedentes se instaló en sus tierras y, naciones enteras, están a la deriva. Las propias monarquías sienten el rigor de la realidad y aceptan a regañadientes la necesidad de achicar gastos ante el pandemonium de desempleo y recesión.
Télam, por Adolfo Rocasalbas
Europa tiembla y no acierta una salida a su compleja situación. Una crisis casi sin precedentes se instaló en sus tierras y, naciones nteras, están a la deriva. Las propias monarquías sienten el rigor e la realidad y aceptan a regañadientes la necesidad de achicar astos ante el pandemonium de desempleo y recesión.
Algunos opinólogos sostienen que esa coyuntura crítica de seguro se abatirá sobre las costas argentinas. Es probable. Pocos obreviven a un naufragio. Sin embargo, es tiempo de incursionar en el factor cultural" para procurar comprender la realidad nacional no permanecer atados a concepciones ya mensuradas.
Las crisis internacionales siempre golpearon o maltrataron a las naciones. La historia así lo demuestra. Pero aquel "factor ultural" resulta clave para no aplicar recetas en un escenario que a las "degustó" y en el que debe prevalecer lo social.
Ya lo había señalado Arturo Jauretche -un sociólogo argentino que no era de la especialidad, al igual que José Hernández-. No obstante aquella probabilidad -desde que el país integra el concierto de las naciones- ocurre que "Europa asiste a su propia suerte y, la guerra (la de 1939-1945, no la franco-prusiana de
1870), es nada más que un vehículo para alcanzar lo que natura se propone. En etapas sucesivas el hombre ha ido progresando. Cada civilización ha marcado un adelanto, pero ha tenido un límite. Europa, la última civilización, ha llegado a su límite".
Son palabras de Enrique Santos Discépolo, Discepolín, de los años `40, cuando deambulaba aún en medio del hambre y escribía rangos de miseria hasta que le cambió el ánimo Juan Domingo Perón.
"Puede quizá (Europa), en virtud de un médico maravilloso circunscribir, localizar su mal y vivir muerta de hoy en adelante, como un paralítico, pero ya no da un paso más. Nos toca ahora a nosotros que, libres de tradiciones, rémoras y taras, podemos empezar donde ellos dejaron", continuó ese escrito.
Discépolo supo captar e interpretar con claridad meridiana el movimiento político-social-cultural emergente en su época. No fue solo un autor de letras tangueras melancólicas o un transeúnte ocasional de café y madrugadas. Así intentó o aún procura presentarlo la particular corriente de pensamiento conocida como "intelligentzia", que dominó la superestructura durante décadas.
El esfuerzo realizado para ocultar sus concepciones y su bohemia de arrabal escondió el deliberado propósito de borrar de la conciencia colectiva su profunda concepción filosófica y el momento y la historia que protagonizó a conciencia pura.
Discépolo interpretó, como la mayoría de sus compañeros de ruta, la naturaleza sencilla de las cosas. Supo distinguir entre la superficialidad y lo profundo, la realidad y la ficción, lo fundamental y lo contingente, llegando de manera filosa a cada uno de los acontecimientos y embriones que agitaron su momento.
Así, comprendió de forma natural que el hombre es principio y fin de toda acción destinada a satisfacer sus inquietudes.
"Europa no dicta ya, muestra. La naturaleza se vale de medios muy diversos para llegar a su fin. En este siglo eligió la cultura y la ciencia para conseguir la destrucción del hombre. El porcentaje de seres pensantes fue inmensamente mayor en esta civilización que en las otras y, la ciencia, alcanzando su grado
máximo, no fue más que un instrumento al servicio de la destrucción".
En ese simple párrafo patentó el alejamiento del hombre de su contorno natural y su vuelco al servicio de un cientificismo perjudicial y contranatura. Ello originó el proceso de enfrentamiento que convirtió al ser humano en lobo de su semejante, al decir de Hobbes en su "Leviathan".
Preclaros cerebros habían ya advertido al mundo el peligro que presuponía y suponía -y la situación no ha variado- que el extraordinario avance técnico no fuese acompañado por un proporcional adelanto en la educación de los pueblos.
"El invento de la máquina -creada para suplantar el esfuerzo y que terminó por suplantar al hombre- es una clara demostración de todo esto. A nosotros, mejor dicho, a los que vivan en éste y en el próximo siglo, corresponderá la honorable tarea de continuar la civilización maravillosa que empezó Europa, pero que, tullida y llena de obligaciones, compromisos y taras, no puede seguir".
Ese es el trasfondo cultural y filosófico de Discépolo. Algunos no pudieron desprenderse aún de aquel mito porque continúan reflejándose en el espejo de Europa en rechazo de la Argentina.
Discépolo formó parte de una época literaria envidiable y de seguro sin retorno. Junto a otros artesanos de la pluma -Jauretche, Scalabrini Ortiz, Rosa, Torres, Orsi, Manzi ("El Gordo" que decidió escribir letras para las hombres en lugar de convertirse en un hombre de letras), entre muchos otros-, desmitificó la falsedad de una historia oficial divulgada por decreto y los prejuicios de estratificados sectores sociales.
Esa cultura, al decir de una escritora del sistema, provenía del "hogar" -Europa- hacia la "oficina" -para esa interpretación, léase el mundo subdesarrollado y el submundo de matacos y morenos nativos-. El país visto por los intelectuales no era el real.
Los chacareros de Yrigoyen y, más aún, las extensas y compactas columnas obreras que durante dos días -el 17 y 18 de octubre de 1945- ocuparon de manera pacífica Buenos Aires, demostraron el divorcio absoluto entre el pensamiento y la acción y entre la realidad y la ficción de una Nación contemplada al revés.
Aquella realidad de octubre de 1945 fue una horquitis en la piel del aparato de dominación cultural. Los mitos del país rubio y sujeto al imperio británico comenzaron a evaporarse cuando esas columnas se adueñaron por primera vez del escenario nacional.
En 1945 Europa fue reducida a escombros. Ya entonces no tenía nada que ofrecer. En 2012, el Viejo Continente, culturalmente milenario, tampoco tiene nada para dar, a excepción de algunas interesantes obras sobre la filosofía del lenguaje y planes neoliberales de ajuste ya aplicados y fracasados en estas tierras.
Su actividad racional se redujo a barrer el polvo de las viejas enseñanzas clásicas y a frecuentar la filosofía del lenguaje, inoperante y alejada de las miserias cotidianas y populares.
Resulta curioso que la prédica del sistema continúe transitando por los andariveles de "civilización y barbarie" y demás zonceras mental y espiritualmente incorporadas al cuerpo social argentino.
Es preciso establecer que la dominación de los países débiles no se realiza ya -al menos de forma cotidiana y masiva- a partir del control del territorio, la banca y el comercio. Ese férreo lazo se tiende, fundamentalmente, a través de la colonización pedagógica.
Discépolo, al caracterizar ya en su tiempo la decadencia de Europa, no procuró negar su excelso potencial económico, su tradición y gusto cultural, sus posibilidades o su diplomacia. Solo intentó establecer la abismal diferencia existente entre la relación y potencial humanos. Allí reposa el futuro latinoamericano y se manifiesta el absoluto desgaste sufrido por el hombre del
Viejo terruño continental tradicional.
Proseguir recitando frases hechas, producto de un período de "luminosidad" literaria embotellada en círculos de amigos, es ser "un pura sangre corriendo cuadreras", al decir de Jauretche.
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