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08/12/2011 - Opinión

Quince días que modificaron el mundo

Hace dos décadas, entre el 9 y el 25 diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov y los jefes políticos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia negociaron la conformación de la Comunidad de Estados Independientes y acabaron con un imperio de 70 años. ¿Qué queda hoy de la Unión Soviética?

Al esa altura del siglo, el socialismo real era una cáscara vacía que se resquebrajaba sin remedio. Desde el punto de vista económico, no había dudas. Pero tampoco desde el punto de vista ideológico: La dictadura del proletariado, que habían pensado Karl Marx y Friedrich Engels e iniciado Vladimir Lenin, se había convertido en una "dictadura contra el proletariado", como había predicho Lev Trotsky. Rusia, Ucrania y Bielorrusia, las tres potencias nucleares del Cáucaso, tenían más diferencias que coincidencias. La gente quería pan, paz y libertad, el régimen sólo podía ofrecerle tanques y represión..

Pocas horas antes de la navidad de 1991, el último líder de un imperio que se derrumbaba, Mijaíl Gorbachov, anunció por televisión su dimisión como presidente de la Unión Soviética. Lo que aún no se sabía, lo que apenas se intuía entonces, es que sería el último de la historia y cerraría el círculo abierto por la revolución de octubre de 1917.

El mismo día de su renuncia, Gorbachov firmó un decreto por el cual le traspasaba el poder nuclear y militar soviético a Rusia. La mañana del 25 de diciembre de 1991, la bandera roja con la hoz y el martillo amarillos fue arriada del Kremlin y, en su lugar, se izó la tricolor rusa. De esta manera, con ese simple gesto, se había disuelto una de las dos potencias mundiales del siglo XX.

El resto estuvo de más: Yeltsin, el ucraniano Leonid Kravchuk y el presidente del Parlamento de Bielorrusia, Stanislav Shushkévich, firmaron un documento en que le explicaba al mundo que la Unión Soviética (una trama de más de cien pueblos y etnias europeas y asiáticas) había dejado de existir "como sujeto de relaciones internacionales" y crearon la Comunidad de Estados Independientes.

Veinte años después de su desaparición, politólogos, sociólogos e historiadores especializados en la URSS prosiguen el debate sobre si el derrumbe tuvo sus orígenes en el propio modelo, en los errores de su aplicación o en las reformas que se le hicieron desde la muerte de Iósif Stalin.

Qué dejó, además de una sigla. Un viejo chiste que contaban los europeos del Este en la década del '90 preguntaba "¿qué logró el capitalismo en unos pocos meses que no pudo hacer el comunismo en 70 años?". La respuesta, que era espetada invariablemente entre risas melancólicas, prescribía: "hizo que valoráramos al comunismo".

Muchos politólogos lo explican de otra manera. Durante el régimen socialista, la gente tenía los almacenes vacíos; la comida, la ropa y los elementos de aseo estaban racionados. No obstante, tenían trabajo y dinero para comprar lo que pudieran... La "liberalización" brutal de la economía de un día para el otro provocó, en cambio, una inflación superior al 350 por ciento el primer año y la pérdida del empleo que otorgaba el Estado: cuatro de cada diez ex soviéticos cayeron en la desocupación. Las cifras de pobreza de esa época no se conocen, simplemente porque el gobierno ruso evitaba medirla. Un desastre del que no se ha recuperado del todo: no hace falta aclarar que los países más pobres de Europa son los ex soviéticos y que la Rusia pujante de la actualidad rema todavía para ingresar entre los países desarrollados.

Por eso, no es extraño que muchos símbolos del antiguo régimen sean aceptados: Lenin es considerado "el padre de la patria" y sus restos permanecen en el Mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, al borde del Kremlin, rodeado por su bandera roja con la hoz y el martillo. Las imponentes estatuas del líder de la revolución bolchevique de octubre de 1917, que fueron retiradas o destruidas en muchas ex repúblicas, están de pie en Rusia, lo mismo que las antiguas nomenclaturas.

Por caso, la estación del subte Leningrado no perdió su nombre, aun cuando la ciudad de origen haya recobrado su antigua denominación zarista, San Petersburgo. Esta ciudad, dicho sea de paso, es la capital de la Región de Leningrado. Si uno tiene la suerte de caminar por esa maravilla arquitectónica llamada Moscú, podrá pasar por la "avenida 60º Aniversario de la Revolución de Octubre", visitar la "Plaza de la Revolución", la biblioteca "Lenin" o la fábrica "Hoz y Martillo".

En tanto, con el subte que va hacia el Kremlin, uno podrá recorrer las estaciones "Guardia Roja", "Proletariado" y "Octubre". Tal es la identificación que aún sostienen los rusos.

Aunque la opinión no es unánime, por supuesto. El historiador Ian Rachinski, miembro de la asociación Memorial, que lucha por mantener el recuerdo de la represión soviética, le dijo a la agencia AFP: "¿Por qué dejan esas placas conmemorativas en los edificios donde Lenin estuvo alguna vez? Moscú sigue siendo una ciudad comunista".

La otra potencia. El colapso de hace dos décadas no logró mejorar mucho los lazos entre Rusia y Estados Unidos, que mantienen una relación de desconfianza e inestabilidad desde el fin de la II Guerra Mundial. Durante más de 40 años, rivalizaron por el dominio estratégico del Planeta y esa cicatriz no es fácil de coser. Sobre todo en el último lustro, en que apareció un actor que se ganó la suspicacia de ambos: China.

Si bien el poder norteamericano es varias veces superior a escala global (el PBI ruso alcanza un 10% del estadounidense), Washington ya no tiene en monopolio económico que supo conseguir hace 20 años. Muchos especialistas destacan que parte del fracaso actual de la economía norteamericana se debe a que es un campeón de boxeo que perdió "su forma" porque no tenía un rival de su peso. Y en el instante que tuvo que enfrentar al gigante asiático por el título de peso completo, ya era un gordo aburguesado que no supo direccionar sus manos.

Por eso, Moscú ya no es un problema para Barack Obama, quien por el contrario firmó con Rusia un nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas e intento acercar posiciones con la OTAN. Sin embargo, la Casa Blanca no ha logrado convencer al Kremlin de que el plan para desplegar un escudo de misiles en Europa no implica una amenaza para Rusia, sino que pretende controlar una eventual ataque de Irán.

Veinte años después, Putin ha hecho que los rusos, muy golpeados tras el desmoronamiento, se enorgullezcan de su país y de su pasado. El 7 de noviembre, soldados con uniformes del Ejército Rojo desfilaron en la Plaza Roja de Moscú para conmemorar el desfile del 7 de noviembre de 1941, día en que las tropas soviéticas pasaron delante de Stalin y partieron a la guerra contra la Alemania nazi. Saben que, luego de una serie de batallas, esa guerra terminó en mayo de 1945 con la bandera roja sobre el Reichstag.

José Luis Cutello (GacetaMercantil)

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