No se perdía un solo partido. Si no iba a la cancha, lo veía por televisión. Una sola cábala tenía, su pequeña radio portatil. Trece años de uso, pero el Negro la cuidaba como oro. Gris, del tamaño de un celular, con una antena y no mucho volumen, de gran alcance y amable fidelidad de sonido. Todo comenzó cuando conoció al periodista deportivo, Corcho Juárez.
Por Sebastián Ganzburg
A Jorge Rodríguez, un amigo
No se perdía un solo partido. Si no iba a la cancha, lo veía por televisión. Una sola cábala tenía, su pequeña radio portatil. Trece años de uso, pero el Negro la cuidaba como oro. Gris, del tamaño de un celular, con una antena y no mucho volumen, de gran alcance y amable fidelidad de sonido.
Todo comenzó cuando conoció al periodista deportivo, Corcho Juárez. Los relatos lo cautivaron tanto que nunca más pudo dejar de oírlo. Cuando el partido era televisado, el Negro le quitaba volumen a la caja boba y se lo subía al de la radio. Corcho lograba describir con precisos adjetivos cada jugada. Generaba tensión. Además era divertido, cuando no pasaba nada comenzaba con las bromas. Este comportamiento generó mucha audiencia y Juárez se fue haciendo famoso.
Una vez fue de antología, el equipo visitante tenía una delantera muy particular, no por la característica de los jugadores, todos de medio pelo, sino por cómo eran físicamente. El enganche, petiso y morrudo. Uno de los wines era morocho, de piel oscura y tenía rastas. El otro, el que iba por izquierda, un tipo agresivo que puteaba por todo. El partido, un verdadero bodrio. Mucho frío. Empataban cero a cero, no se jugaba a nada. Entonces, el Corcho Juárez, fiel a su estilo burlesco e irritante, para algunos, comenzó.
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Treinta minutos y el partido continúa empatado. Los jugadores parecen congelados por esta noche de invierno, el Coloso es una heladera. A Martínez, el enganche del equipo visitante, le dicen albañil pobre porque no tiene ni un metro.
A Guerrero, el win derecho le dicen alpargata de goma porque es negro, barato, hediondo y no le salen bigotes. El chiste fue tan impactante que Villagra, el comentarista, escupió el agua que estaba bebiendo y estalló en risas. Mientras en estudios no paraban de llegar mensajes elogiando la picardía del Corcho.
De repente, el otro win cae tendido en el área y el árbitro cobra penal. ¡Parate, boleto de colectivo!, gritó Juárez desde la cabina de transmisión. ¡Te tirás en cualquier lado!
En otro partido, el Negro, solamente estaba escuchando, no había transmisión de tv y su equipo jugaba a cientos de kilómetros. Cinco a cero perdieron. El comentario de Corcho fue elocuente, lapidario, inobjetable:
Un partido verdaderamente decepcionante. Nuestro conjunto viajó varias horas para ser paseado de un lugar a otro. Trataré de ser lo más justo y objetivo con los once jugadores y su técnico. El equipo durante todo el partido se mantuvo con el mismo esquema 4-3-1-2. Voy a empezar a tratar de describir, para la audiencia radial de esta prestigiosa emisora, el comportamiento de cada uno, dentro del campo de juego, comenzando con la línea de abajo. Sabino, el lateral por derecha parece una carnicería sin techo, la mosca le viene de arriba. El primer central, expulsado a los 10 minutos de comenzado el encuentro es similar a un cabello, siempre termina en cana. A su compañero inmediato, Fernández el otro central, el número dos, el único que pone orden, autoridad, le dicen chorizo fresco, es tan bueno que no se le puede sacar el cuero. Y para terminar con la defensa, el lateral por izquierda, Giustosi es el típico corso de pueblo, cortito y con pocas luces.
El medio campo también, para el olvido. Mateucci, el ocho, la nueva incorporación, como un verdadero bolsillo de atrás, no sirve ni para rascarse las bolas. Y el cinco, Benitez, por dios, ya debería jugar en los veteranos, auto fantástico, le dicen, es negro, da vueltas al pedo y le alcahuetea todo al patrón. Alismendi, el lateral por izquierda, parece cenicero de motos, está al pedo.
Mazza, el enganche, un caso excepcional, querida audiencia. Parece un almanaque, un mes tarda para darse vuelta. Hasta que lo hace lo acorralaron entre tres y le quitaron el balón.
Y la delantera, una decepción, pocas veces se vio algo tan desastroso. Árbol de navidad le dicen a Mirales, el nueve, tiene las bolas de adorno. Y a Moreira, el siete, cebolla de verdeo, no tiene cabeza. Por último con el arquero mucho no me quiero meter, ni decir, pero me hace recordar a un baño clausurado, no ve una mierda.
Al técnico, Carlos Bulacio, alto voltaje, no lo aguanta nadie. Por lo tanto, propongo cambiar el nombre del equipo por Asiento de Bicicleta, esta hecho para el culo.
Hasta el próximo fin de semana.
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