Poeta y escritor, autor de "Rastro seco", "El nombrador", "Solalto", "Cantos rodados", "Coplas al vino", entre otros poemarios, fue autor también de las letras de zambas y canciones muy populares como "Tonada de un viejo amor", "Vamos a la zafra", "Pato sirirí", "Canción del jangadero", "Tragos de sombra", "Zamba de la Candelaria", "Nostalgiosa", etc. Nació en la ciudad de Salta el 29 de enero de 1921. VIDEO
Por Carlos Semorile
"Yo sé que voy a la tierra, y ella me espera lenta, mansa, sin apuro, como una amante. Voy a caer en ella pesado, el corazón de haberla amado tanto, de haberla cantado tanto, sin lograr tal vez expresarla como yo quería". Esto dijo alguna vez Jaime Dávalos pero otro poeta, Arturo Cuadrado, ya le había augurado un singular destino a su palabra: "Ardiendo desnudo bajo los ojos del cielo se comprometió en nombrador. Nombrar. Nombrar de nuevo las cosas. Inventar. Crear. Ir dando de nuevo forma al silencio. Convertir la ceniza en piedra, el miedo en fuego, la quietud en viento, la lenta gota en caudal de vino, y la castidad en amante".
Jaime se reconocía continuador del linaje poético iniciado por su padre, Juan Carlos Dávalos: "De boca de mi padre, sal y vino, recibí el verbo como un don divino para nombrar silencios populares".
En varias ocasiones, se extendería -"larguero", como se reconocía- en clarificar ese vínculo filial que lo empujaba hacia "el coraje de amor en la palabra ejercida con toda peligrosidad para dar el fondo, ese fondo que traigo de mi padre. Yo soy mi padre (…) Tengo una disposición cordial, cristiana, que me ha llevado a mí a meterme entre los negros: no le tengo asco al sudor, ni a la lástima, ni a la pobreza (…) ¿Qué iba a ser yo para ser mi padre? Ser una rama de él (…) Me empecé a dedicar a ponerle palabras al silencio de mi pueblo; sé que mi pueblo está ávido de oír belleza".
Hombre de múltiples oficios -alfarero, dibujante, músico, cantor-, Dávalos se mezcló entre el pueblo siendo titiritero: "Yo nací posiblemente con este corazón todo entregado a cantarle a la gente mas humilde de mi tierra", reconociendo que "una profunda voluntad de desquite me puso en la mano una pluma, me puso en el corazón una voluntad enamorada de mirar hacia abajo" porque "amo al pueblo y persigo la justicia".
Ese canto suyo comenzaría a ver la luz en sus primeros libros de mediados los años ´40, y se continuaría luego en su labor conjunta con grandes nombres de nuestra música nativa. Se destacó en la dupla que formara con Eduardo Falú ("es mi gran hermano, el costado más sonoro que yo tengo") y que pariera, entre otras, piezas como "Zamba de La Candelaria", "Tonada del viejo amor" y "Vamos a la zafra".
"Estábamos acostumbrados -comentaba Falú- a las letritas pintorescas del folklore, que no dicen nada. Jaime empezó a decir otras cosas y a usar figuras muy nuevas, que impactaron en la gente y me impactaron a mí". Y Dávalos contaba: "La guitarra es una puerta hacia el milagro. Se los digo yo, el hechizado, el que en mil y una noches con tino de ciego ha oído a su amigo sacarle arabescos entrañables (…) Lo oigo a mi amigo, estamos solos en la habitación, mis hijos duermen y Eduardo me ha traído una música para que yo le ponga mis palabras".
Estos niños suyos fueron siete, cuatro de su primer matrimonio, tres del segundo: "Tengo una fe profunda en que cada hijo es como una saeta que sale de nuestro corazón y va más allá". Una de sus hijas, Florencia Dávalos, lo recuerda en el patio gigante de su casa de Zárate, "donde Jaime era un chico más jugando a las escondidas". Pero, sobre todo, rescata que no fuera "un poeta de escritorio", que el hombre que escribió "Temor del sábado" y la "Zamba de los mineros", sea el mismo que trabajó en los socavones de Culampajá (no casualmente, Jaime decía lo mismo de su padre: "Él no ha escrito nada que no haya vivido; para él, la literatura exigía ser hija de la sangre, vivenciada profundamente").
Luego de haber realizado con Manuel J. Castilla los libretos de "El canto cuenta su historia", y de haber conducido por Canal 7 "El patio de Jaime Dávalos", el poeta quiso levantar en El Encón (en las afueras de Salta) "El alto de las artesanías". Dávalos intentaba nuclear a los artesanos y artesanas de la zona que, a mediados de los ´70, debían emplearse en las cosecha para subsistir, y sus hijos iban a perder contacto con esta tradición que, con el tiempo, se extinguiría. Trabajó duramente construyendo ese espacio y su propio rancho, que llevaba el nombre de su compañera, "La María Rosa" (Poggi): "Te construiré una casa pequeñita donde juguemos al amor viviendo".
El proyecto no se concretó, pero acaso este traspié no pese demasiado en la cuenta final del Nombrador. Dávalos sabía que "nos debatimos solos en el espacio errante, con una porción mínima de verdad infinita, rodeados de misterio (que) en nuestro ser palpita". Y alucinado por la maravilla de la vida y sus arcanos, enseñó que "amar es el sentido de la vida y darse en el heroísmo de la piel". (Télam)
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