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25/11/2011 - Por Sebastián Ganzburg

Revancha personal contra el Boca del Narigón

1996, tenía catorce años, jugaba al fútbol, iba al gimnasio. Había desarrollado una personalidad tímida y una aptitud física privilegiada. Menem había asumido poco tiempo atrás su segundo periodo de mandato. Con casi el 50% de los votos ganó las elecciones. Cosa curiosa porque en su primer gobierno ya había privatizado YPF, Gas del Estado, Entel, Aerolíneas Argentinas, los trenes y todos los canales televisivos, con excepción de ATC.

 

Revancha personal contra el Boca del Narigón

Por Sebastián Ganzburg 

 

1996, tenía catorce años, jugaba al fútbol, iba al gimnasio. Había desarrollado una personalidad tímida y una aptitud física privilegiada. Menem había asumido poco tiempo atrás su segundo periodo de mandato. Con casi el 50% de los votos ganó las elecciones. Cosa curiosa porque en su primer gobierno ya había privatizado YPF, Gas del Estado, Entel, Aerolíneas Argentinas, los trenes y todos los canales televisivos, con excepción de ATC.

Mi familia estaba en la lona, mi viejo sin laburo, nos arreglábamos con el magro salario de mi mamá, maestra jardinera que trabajaba doble turno. Mi padre siempre viendo cómo ganarse el puchero apeló a un sin fin de empresas que nunca llegaron a buen puerto. Los fines de semana hacíamos empanadas que con mi hermano salíamos a vender por el barrio. Mis amigos atravesaban una situación similar. La convertbilidad nos estaba matando. Jujuy era un caos, desde 1990 a 1995 habían pasado cinco gobernadores que nunca terminaron su mandato. La pobreza era extrema en cada rincón de la provincia. Surgía el Perro Santillán como líder social de la izquierda y Milagro Sala que venía de los sectores populares del peronismo. Movilizaciones por doquier con las respectivas represiones.

Paralelamente, Gimnasia y Esgrima hacía dos años que había ascendido a la primera categoría. Desde entonces no dejé de ir al 23 de Agosto. Mis viejos hacían esfuerzos sobrenaturales para satisfacer mi pasión futbolera. Era, quizás, la única alegría que teníamos los jujeños por entonces. Pancho Ferraro manejaba un sólido equipo, aguerrido que despertaba pasión. En principio íbamos a la Preferencial pero más tarde, quizás uno o dos años después, comencé a frecuentar la popular. Ahí la pasábamos mejor. Nos juntábamos con personas de diversas extracciones sociales. No había discriminación entre nosotros. Constituíamos, por así decirlo, parte de una facción de la “barra brava”. Había de todo, asado, escavio, faso y merca. Lo que uno busque. Nosotros, con mis amigos, solo tomábamos cerveza. Es curioso, pero con solo quince o dieciséis no accedimos a tantos excesos. Gran trabajo de mis viejos, quienes siempre nos depositaron toda la confianza.

De aquellos tiempos recuerdo una linda anécdota. Jugábamos contra el Boca de Bilardo, con un joven Riquelme que no llegaba a los veinte abriles. La cosa es que nosotros teníamos que huir del descenso, como habitualmente ocurría. Morales Santos, Giustossi, Piagigo  “Charly Batista”, Trimarchi y Mario Lobo eran nuestras figuras. En Boca, Caniggia, Maradona, Manteca Martínez, Basualdo, el “Mono” Navarro Montoya, el “Kili” González, entre otros grosos. Perdimos cuatro a cero en La Bombonera. Igual zafamos y nos quedamos en la categoría.

Yo estaba, junto con los pibes, todos fanáticos de Los Piojos, viendo el partido en una estación de servicio. El Turquito, era fanático de River y del Lobo y Pedro simpatizaba con el Lobo pero su pasión era Boca. Habían hecho una apuesta. En el interior del país se da una situación bastante particular, tenés que ser de un equipo de tus pagos y también de otro porteño, nunca coincidí con esa perspectiva centroporteña. La apuesta era así, si Gimnasia ganaba, Pedro pagaba la ronda de cervezas, caso contrario lo hacía El Turquito. Luego del segundo gol, el hijo de puta del Turco, nos dijo que se iba al baño. Pasaron los minutos y este pelotudo no apareció más. Pedro estaba re caliente. Como la derrota era un hecho Pedro nos había comprado lomitos a todos, o sea que no tenía un mango. Nosotros menos, no sabíamos qué poronoga hacer. En ese momento atendía el hijo del dueño del bar, un muchacho joven, amante del fútbol. No sabíamos qué decirle. Más de una hora de finalizado el partido y seguíamos sentados hablando cualquier boludés. Entonces lo llamo al chico, a quien conocía porque él jugaba en Gorriti, un club de Jujuy y en más de una ocasión nos habíamos enfrentados en algún partido. La cuestión es que le propongo un partido de fútbol tenis. Al mejor de cinco. Si le ganaba nos perdonaba la deuda, caso contrario nos teníamos que quedar a limpiar la playa y el bar. Aceptó. Yo venía filoso en el tema. Entrenaba mucho y el fútbol tenis me encantaba. Es un juego que se practica en los entrenamientos. Se traza una canchita chica, se instala una red en el medio y se divida ambos campos en dos, similar a una cancha de tenis pero más chica. La pelota tiene que dar un pique antes de pasar al otro lado. En este caso habíamos implementado la modalidad que cada jugador podía tocar el balón dos veces. El partido fue emocionante, yo vestido con la del Lobo, él con la de Boca, era bostero el vago. Le puse mucha energía, tenía la ventaja que no había árbitro que favorezca al xeneise, como siempre ocurre. Dos a dos se puso el marcador. El que anotaba ganaba. Sacaba mi rival. Me tiró una pelota con efecto que logre dominarla con la cabeza, a medias, me quedó bastante adelante, así que me tiré de palomita y se la clavé en el ángulo izquierdo del cuadro. Se tiró al piso pero no llegó. Zafamos de la limpieza, de pagar las birras y, para nosotros, significó una dulce venganza y una revancha personal luego de tan humillante goleada.

 


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