Qué equipazo, viejo. A Ginasia (como le dicen a Gimnasia y Esgrima, en Jujuy) no lo vi nunca más, jugar así. “Ciruelo” Piaggio, Charly Batista, Mario Lobo y hasta Gorostidi la movía, quien lo dejó en el banco a Mario Lobo por algunos partidos. El siete era “Petete Trimarcci”. El arquero, Pancirolli, que le había ganado la titularidad al gato Morerira que no paraba de mandarse cagadas, el hijo de puta. “Rambo” González corría y metía por todos lados. Te digo en serio, boludo, un equipazo, no sabés. Me acuerdo y me emociono.
Por Sebastián Ganzburg
Qué equipazo, viejo. A Ginasia (como le dicen a Gimnasia y Esgrima, en Jujuy) no lo vi nunca más, jugar así. “Ciruelo” Piaggio, Charly Batista, Mario Lobo y hasta Gorostidi la movía, quien lo dejó en el banco a Mario Lobo por algunos partidos. El siete era “Petete Trimarcci”. El arquero, Pancirolli, que le había ganado la titularidad al gato Morerira que no paraba de mandarse cagadas, el hijo de puta. “Rambo” González corría y metía por todos lados. Te digo en serio, boludo, un equipazo, no sabés. Me acuerdo y me emociono. Ese partido lo vi desde la preferencial. Era pibito, trece años tenía. Desde hacía uno, que no me perdía ningún partido. Nos juntábamos en la Casa de la Abuela, mi primo Martín y yo constituíamos la dupla, luego se integró mi hermano, diez añitos tenía. Fanáticos del Lobo.
Gimnasia había ascendido en el '94 con una campaña inmejorable. Puntero desde el inicio al final del torneo, record en la categoría. Ferraro estaba al frente del equipo desde el Argentino A. Un plantel súper consolidado cuya base seguía siendo la misma. Mario Lobo como referente e ídolo indiscutible.
Después de ese Gimnasia no hubo otro mejor. Pancho Ferraro armó un equipo aguerrido, que apelaba al contragolpe, con jugadores jóvenes y experimentados. La trataban bien a la de cuero.
Era verano. Transitamos durante la tarde por las calles jujeñas, hasta llegar al Hotel Palace, en calle Belgrano, casi esquina Senador Pérez. Esquivamos algunas bombuchas. Nosotros llevábamos las nuestras, por supuesto. En el camino, nos encontramos con Chilavert, no jugaba pero había viajado con el plantel. Estaba lesionado. Re piola el Chila. Nos sacamos unas fotos que por ahí andan. El otro ídolo del Vélez de Bianchi era el “Popeye” Herrera, un jujeño, que más tarde terminó en el Lobo. Por supuesto que el más grande de todos los tiempos, Carlitos Bianchi. Un tipazo. Nos sacamos la foto, nos dio un abrazo, palmaditas en la espalda y nos dijo, como anticipándose a los tiempos, esta noche será un gran encuentro.
Volvimos a Casa de la Abuela. Construcción chorizo. Barrio de clase media, a solo tres cuadras del hermoso estadio 23 de Agosto. La Abuela, nos mimaba mucho y dejaba que hagamos lo que quisiéramos. Éramos buenos chicos, así que mucho quilombo no armábamos. Entre coca cola y alguna que otra jugada de naipes, la Abuela era gran jugadora de loba y desde changuitos nos inculcó ese arte, hicimos tiempo hasta las ocho de la noche. El partido arrancaba veintiuna y diez. Sacamos las entradas. Tres menores. Martín tenía dieciséis, yo trece y Leo diez. Nos hacíamos los petizos, que gracioso… Martín ya con barbita, se afeitaba con mucho esmero para pagar menos. Yo zafaba. Todo el torneo entramos al estadio con Menor.
Solamente cinco minutos habían transcurridos del primer tiempo cuando el “Turu” Flores, delantero de Velez, desborda por derecha, saca un latigazo que reventó el palo derecho de Pancirolli para que casi cayéndose, Luis Lobo la saque de la línea. El corazón me palpitaba a mil. Contrataque, Piaggio, con su característico estilo señorial, la agarró en mitad de cancha, se la puso en profundidad a Gorostidi, que corría hechando mil putas, era una luz. Pero a la vez bien pelotudo, me hacía acordar al “Piojo” López, ojo el Pijo me gustaba, pero su problema es que no levantaba la cabeza. La cuestión que Gorostidi desborda y cuando estaba por mandar el centro pifió la patada para el uuuh! de la hinchada. Que partidazo, boludo. Fijate como tengo la piel, se me erizan todos los pelitos.
Así entre emociones y sufrimientos fueron pasando los noventa minutos de juego. La pelota no entraba. Mucho roce y el “Popeye” Herrera termina expulsado por doble amonestación, pero era el Vélez de Bianchi parecía imposible derrotarlo, ni en mis mejores sueños se me hubiera ocurrido tamaña proeza. Nosotros éramos ese tibio equipo del interior, que nadie conocía. Los porteños llegaban a Jujuy y no podían creer que sea una ciudad. Ellos buscaban los Cerros de los Siete Colores y no se que otra pelotudes turística y folclórica.
Faltando diez minutos, Pancho Ferraro, técnico vivo, serio y, sobre todo, buena gente sacó su Az de debajo de la manga., Era Mario Humberto Lobo que desde hacia unos cuantos partidos estaba en el banco. Muchacho indisciplinado y amante del escavio no se esforzaba demasiado en los entrenamientos, sin embargo, cuando jugaba la descosía. Además Marito ya estaba de vuelta, había jugado en Japón, Independiente de Avellaneda, su guitita había hecho, el infeliz. La cuestión es que entra por Gorostidi, once por once. La primera que agarra fue una volea que besó el ángulo. Contragolpe de Velez. El “Chino” Basualdo habilitó a Flores y Pancirolli con la roña del tapón, del botín, de su pie izquierdo la desvió, sorprendentemente. Nosotros en la tribuna nos mirábamos atónitos. No queríamos que el partido se termine. Faltaban cinco minutos, sale Trimarchi y entra el “Negro” Guerrero, junto con Mario, eran la dupla goleadora en la B Nacional. Desborda el Negro, centro llovido y Mario Lobo, se desprende del pelotudo de Trotta, cabezazo pique al suelo y golazo. No lo podíamos creer. Lo gritamos toda la noche. Abrazos eufóricos con Martín y Leo.
Lamentablemente Mario, poseído, diría yo, por la emoción de la tribuna, fue a recuperar una pelota, llegó a destiempo, lo bajó al rival y expulsión. No importa. Al partido le quedaban segundos. Le habíamos ganado al Vélez de Bianchi.
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