15/11/2012 - Un día como hoy pero de 1959
Moría el destacado dibujante Florencio Molina Campos
Dibujante y pintor, cobró gran popularidad por sus típicas estampas costumbristas que rememoran con un toque humorístico típicos personajes y situaciones de la vida campera. Había nacido en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891. “Vengo de arar la tierra con mis manos encallecidas, tomaré mis frágiles pinceles. No sabría decir que me apasiona más: si transformar la tierra en vida o mostrar la vida de mi tierra”. Florencio Molina Campos. VIDEO
A PINACOTECA DE LOS POBRES
(Por Osvaldo Vergara Bertiche)
“Vengo de arar la tierra con mis manos encallecidas, tomaré mis frágiles pinceles. No sabría decir que me apasiona más: si transformar la tierra en vida o mostrar la vida de mi tierra”. Florencio Molina Campos.
En 1931, aparecían por primera vez los almanaques de la Fábrica Argentina de Alpargatas, ilustrados por Florencio Molina Campos. Almanaques convertidos en célebres y legendarios.
Desde el principio “los almanaques generan sorpresa y risas, al presentar al gaucho, a sus chinas, a los animales, todos ellos caricaturizados, mostrando una inmensa gracia y simpatía. Dichas imágenes , distinta de esos de nuestro campo, rompían con la tradición de mostrarlos comúnmente con una fisonomía adusta”. (Delfor Reynaldo Scandizzo – Todo es Historia – Nº 331 – Febrero de 1995).
Las láminas se imprimieron en una cantidad cercana a los 18 millones.
De esas imágenes dijo Córdova Iturburu: “Lo inesperado de las láminas residía en que el artista veía al gaucho como él se veía a sí mismo, riéndose de su pobreza, de sus debilidades, de sus carencias, de sus limitaciones”.
Jamás Florencio Molina Campos será condenado al olvido.
Sus pinturas, son nítidas, sorprendentemente vivas, muestran “los rasgos de los paisanos que vio, su apostura y sus gestos, la vestimenta, la humilde intimidad de los ranchos, el aire al mismo tiempo inocente y medio bárbaro, ingenuo y socarrón de esos peones, puesteros, domadores, reseros, jugadores de truco y comedores de asado, en medio de sus rudas tareas en la silenciosa llanura, apenas interrumpida por algún monte de talas o eucaliptus empequeñecidos por la lejanía.
También la absoluta presencia del cielo y la desmesura de tales campos sin agricultura que hace concentrarse al hombre en sí mismo e intensifica la presencia de las cosas, la silueta de un pájaro, un perro lejano o un cardo”.
“Cuando los pintó, esos seres y esas cosas ya se habían transformado o desaparecido con las mudanzas del progreso. Gracias a su poder evocador llegaron a nosotros aquellas gentes del sur. Se apoyan en la puerta de un boliche de campaña, los pies chuecos y una boina o un sombrerito sobre los ojos, pialan un potro en un corral, pasan - llegados no se sabe de donde – con sus caballos y sus carros, reaparecen con sus grandes dentaduras, hambrientas o risueñas, y sus sacos que les quedan chicos, sus oscuras mujeres de torta frita y mate, suficientes cuando calzan zapatos, doñas de respeto, gordas y perezosas de lavar ropa o sentadas delante de un horno. Con humildad y devoción, casi con inocencia, Molina Campos dejó un testimonio de ese pasado con una gracia y una frescura que no pierde uno solo de sus brillos con el paso del tiempo”.
“Pero entre la realidad vivida y el recuerdo la distancia interpuso un extraño elemento: el humor. Todo está visto a través de un lente que acentúa y exagera los rasgos y las expresiones. Más allá del realismo de un rostro, percibe lo que en él es peculiar y lo destaca, lo que primero salta a la atención en el conjunto de sus rasgos. Molina Campos capta al vuelo ciertas fisonomías, que en la vida pasan confundidas con el ambiente, y de ellas hace nacer lo cómico. Esas dentaduras adquieren una presencia rotunda, esas mejillas brillan como cobre a la intemperie”.
“En los ojos chispea la ironía, el regocijo, la chanza, nunca la tristeza o la resignación, salvo en algunos gauchos viejos de antiguas barbas, que llegan muy lentos a caballo o están presentes casi sin estar, en alguna fiesta. Viejos bardos de chiripá, densos y solemnes, a menudo empuñan guitarras que sonaron bajo ombúes o carretas, guitarras que saben historias del fondo de la pampa, encarnaciones del recuerdo y el olvido, depositarios de una remota sabiduría. A ellos los han sucedidos esos otros personajes rubicundos calzados con alpargatas, todavía ávidos de vivir”. (Diario Mar de Ajó)
Valeria A. García señala que: “La obra artística de Molina Campos surgió en una época en la que la elite porteña tenía sus ojos puestos en la tradición y el arte europeos.
Florencio Molina Campos comenzó a mirar a su alrededor, comenzó a nombrar nuestras cosas, nuestras costumbres, nuestra gente, mientras la elite artística se había encargado de ponerle nuevo nombre a los nombres extranjeros.
En esa época de desarraigo artístico y cultural, Molina Campos impuso su estilo, un estilo que nació como consecuencia de su amor por su patria y sus costumbres”.
Cesáreo Belnaldo Quirós, al analizar la obra de Molina Campos dice: “Es el creador personalísimo de ese personaje que, derivando del gaucho legendario, y que tanta gloria le cupo como soldado de la Libertad y como montonero en las guerras intestinas, gasta sus últimas bizarrías dentro de su natural coraje, como hombre de "a caballo", domador si viene al caso, y siempre manejando el cuchillo, arma y utensillos sin rival en sus manos”.
“Molina Campos alcanzó las postrimerías de este curioso sujeto allá en su niñez, en las estancias de sus familiares, hecho él mismo, hombre de "a caballo" , conocedor del campo y sus faenas, y muy especialmente, de las "pilchas" y el apero de un montao. En esa comunión cotidiana, y conociendo el más allá del gaucho, del tape y del pulpero gringo, se encontró un día con la sorpresa de que aquel pasado y este presente, bullían en su espíritu, y así, sin propósito de trascendencia, sin saber dónde iba, encontró su forma de narrar, de dar vida, a ese personaje de las soledades; romántico, raptor de mujeres, confiado siempre en su caballo y en su cuchillo”.
”Así, su lápiz y su pincel, fueron requeridos trazos que la imaginación opulenta, bizarra del artista, marcaba en el papel. Solo, sin academias ni maestros, traduciendo esa verdad que llevan los predestinados, fue contando, Molina Campos, todo lo que sabía y había percibido en el campo abierto, en el rodeo, en las Fiestas, en la pulpería, en su propia guitarra y en ese enorme conocimientos de pilchas y sus nombres, y de pelos y marcas de montados”.
“De ese medio, de ese rigor de la vida campera, del extraordinario desapego de ese hombre de campo, por el interés material de las cosas, fue plasmándose ese personaje suyo, el gaucho: el Gaucho de Molina Campos, jamás por él ridiculizado, pues nunca supuesto tal descortesía, puesto que, lo que podamos encontrarle de caricaturesco, no es sino un recurso del que , el artista, sin saberlo, echa mano para dar más fuerza, más vigor, al extraordinario carácter de su obra”.
Y Hugo Monzón agrega:
“Florencio Molina Campos es un capítulo aparte en la historia de la plástica local, un capítulo asociado a la estampa popular de ribete caricaturesco y acento costumbrista que con el artista desborda los límites del género... Hay agudeza y penetrante observación en esas estampas que glosan aspectos de la vida en la llanura, fusionando cierta épica pampeana y el singular gracejo criollo, el ademán de un ritual cotidiano o el estatismo concentrado, silenciosos como la horizontalidad del campo. El gaucho, el paisano, está construido desde sus botas o alpargatas, hasta el apero, descriptos sus adornos y detalles con minucia miniaturista, introducido en un esquema personal que deforma rasgos hasta lo grotesco, sin desvincularse de la fisonomía campesina. Es espectáculo - gaucho para exportación - pero nunca más que eso: documento, historia, una literatura autóctona calificada gráfica y pictóricamente y cierto engranaje sutil aún en las más gruesas descripciones. Molina Campos confería un tratamiento a la figura, vigorosamente estilizada, y otro al paisaje, generosamente pictórico y elocuente, lírico y expresivo en su dimensión...".
Los almanaques, un material publicitario que fue revolucionario para la época, llegó a todos los confines y el Pueblo lo hizo suyo.
¿Qué sucedió para que así fuera? Ese pueblo, el de la Década Infame, sumergido y humillado se sintió representado y mes a mes conservó “en las paredes de los boliches, almacenes, casas y ranchos”, cada una y todas las láminas.
Esta colección se transformó en la más auténtica “PINACOTECA DE LOS POBRES”.
Osvaldo Vergara Bertiche.
Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina
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fuente: www.lagazeta.com.ar