Moría el destacado escritor Juan Carlos Dávalos Poeta, narrador, ensayista, docente, dramaturgo que recreó en su obra las gentes y los paisajes de su tierra natal, miembro de la Academia Argentina de Letras y autor entre otras obras de “La tierra en armas”, “El viento blanco”, “Los casos del zorro”, “Los buscadores de oro”, “Aguila renga, comedia política”, “De mi vida y de mi tierra”, “Cantos agrestes”, “Cantos de la montaña”, etc. VIDEO con un poema
EL POETA QUE FUE SALTA
Por Carlos Semorile, para Telam
En su última tarde, Juan Carlos Dávalos quiso mostrar a sus amigos un soneto que había leído en un periódico. Pidió que lo buscaran, pero los versos no aparecieron y los amigos se fueron con la noche. Advertidos de un repentino malestar de Dávalos, regresaron justo cuando el escritor dejaba este mundo.
“Se durmió con un soneto en la boca” -diría luego Walter Adet-. “La poesía no se le cayó de la lengua en ese instante; no buscó el aire de afuera sino ese otro aire final, definitivo, que se hunde con los últimos residuos de la vida”. Y agregaría, señalando con acierto la vocación paterna que Dávalos cultivó en hijos, alumnos y discípulos: “Desde la pieza contigua brotó el llanto de un niño. Y se me antojó que era el soneto que buscaba”.
Días más tarde, Manuel J. Castilla lo despedía desde las páginas de El Intransigente de Salta: “Porque la tierra viva se le quedó en las manos/como una húmeda sombra enamorada/yo digo que la tierra lo nombra en la semilla/desde su ciega y pura construcción subterránea”.
Ya Castilla había subrayado que “toda la obra de este poeta salteño no es sino la expresión de un perpetuo mirar las cosas de la tierra, de un volcarse apasionadamente sobre lo que constituye el alma de Salta (…) Y es que Dávalos puede ser considerado en la literatura argentina la expresión primera y más pura de lo que dio en llamarse `retorno a la tierra`, vuelco hacia las cosas nuestras”.
¿Cómo llegó a convertirse Dávalos en sinónimo de Salta? Hay que pensar que, apenas con 14 años, escribe sus “Obras póstumas”, y que a los 17 funda el periódico estudiantil Sancho Panza, que, según dijo, “murió a los pocos números, víctima de su incurable insensatez”.
Angustiada, su madre lo manda a estudiar a Buenos Aires. Allí, diría el propio Dávalos, llevó “la existencia tonta del muchacho que -costeado por su pobre familia provinciana- encuentra más cómodo hacer el estudiante crónico que resolverse a encarar la vida como lo que es: un problema ético y económico”.
Pero en él se daba, según César Perdiguero, “el hermoso milagro del amor a la tierra”. Y así “volvió a su rincón natal libre de pecado, y se sentó a la diestra del idioma, a dialogar con los dioses nativos, a componer con ellos el más robusto poema de fervor nacional que se tenga memoria en los últimos años”.
Esa devoción la heredaba de sus ancestros -el bisabuelo, un criollo hijo de vasco, había sido el último gobernador realista de Salta, mientras que su madre era sobrina nieta de Martín Güemes-, pero implicaba también el rechazo de las “estridencias renovadoras” metropolitanas que, Dávalos consideraba “frivolidades vanguardistas”.
“En el prólogo a Cantos Agrestes”, de 1917, se pregunta socarronamente: `Y si el público argentino entiende a ciertos provincianos (se refiere irónicamente a los porteños) que suelen pensar en francés, aunque escriban en castellano, ¿por qué ese público no le ha de entender a un provinciano que piensa en salteño y escribe en español?`”.
En 1921 daría una conferencia consagratoria en el Jockey Club de Buenos Aires. Su amigo Ricardo Güiraldes retrató su posterior llegada a Salta (“¡Viva Dávalos!` `¡Viva nuestro poeta!”), junto con su sorpresa de que “no sólo la aristocracia sino la gente de Salta (habrá excepciones), decía loco al que hoy llama su poeta”.
Esos devaneos nunca marearon al autor de “El viento blanco” y “La tierra en armas”: “No incurro en vanidoso alarde si afirmo que las mencionadas obras me dieron mucho más fama que provecho, pero no me quejo (...) La literatura no es un negocio, sino una empresa cultural superior a los intereses materiales del artista”.
El “loco Dávalos” era, finalmente, un laburante: “Hace cuarenta años que vengo rindiendo a mi tierra, pedazo de nuestra prodigiosa patria argentina, esta devoción entrañable contenida en 20 volúmenes publicados y hoy en parte agotados”.
Vale la pena encontrarlos y leerlos. Allí late, como dijera Castilla, un impulso hacia la tierra que está “plenamente alentado por una calidad universal”.
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