El fallecimiento de Néstor Kirchner, del que mañana se cumple un año, será recordado por la historia como uno de los principales hechos políticos del siglo XXI, aunque lejos de estar asociado con la muerte, quedará indisolublemente ligado al nacimiento de un nuevo país, ese en el que él tuvo la misión de ser el gran arquitecto del modelo.
Por Roberto Lago, para Telam.
Fue el Presidente de las convicciones. El que para cambiar la historia de un país rico, pero frustrado por malos gobiernos, afirmó -y lo cumplió-, que no las iba a dejar en la puerta de la Casa de Gobierno.
“Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en las puertas de la Casa Rosada”, dijo en su discurso de asunción del mando en 2003.
“Vengo a proponerles un sueño –dijo-, que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. Que recordemos los sueños de nuestros patriotas fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, de nuestra generación que puso todo y dejó todo pensando en un país de iguales”.
Llegaba a la Presidencia un político diferente, no sólo por su estética de mocasines y sacos cruzados –criticada por una prensa banal-, sino por su estilo frontal y decidido.
El 27 de octubre de 2010 se fue un líder que tomó al Estado como una herramienta reparadora de las desigualdades sociales, y le restituyó el rol perdido de regulador de la economía, así como su capacidad para intervenir donde fuese necesario en defensa de los sectores más vulnerables.
Se cumple el primer año del fallecimiento del hombre que puso en su lugar a las Fuerzas Armadas y dejó para la posteridad su imagen, en marzo de 2004, ordenando al jefe del Ejército que descuelgue del Colegio Militar los cuadros de dos genocidas como Videla y Bignone.
El que demostró con hechos que la historia no había llegado a su fin -como afirmaban los propagandistas de Fukuyama en los ’90-, que las ideologías no habían muerto y que aún quedaban muchos sueños por concretar, para dejar un mundo mejor a las generaciones venideras.
El que llegó al Gobierno con sólo un 22 por ciento de los votos -privado de un triunfo legítimo por la mezquindad del adversario que se negó al balotaje- y se mostró siempre como un hombre común, que hasta se permitía jugar con el bastón de mando en su ceremonia de juramento.
El que recibió un país con niveles de pobreza del 44,3 por ciento en 2003, y creó los mecanismos para que, según datos de la CEPAL y la UNICEF, esa cifra no supere ocho años más tarde el 12 por ciento.
El que convirtió a la ESMA, uno de los principales centros de detención, tortura y muerte de la dictadura, en un lugar de memoria y homenaje a los desaparecidos, y que pidió perdón en un acto público, en nombre del Estado Nacional, por “la vergüenza de haber callado esos crímenes durante 20 años de democracia”.
El que recibió una deuda de 178.820 millones de dólares (138% del PBI), y comenzó el inédito desendeudamiento con la reestructuración con los “holdouts” en 2005, y en enero de 2006 canceló de un solo pago la deuda de 9.500 millones de dólares con el FMI, para prohibir a quienes dictaron las políticas de empobrecimiento que vuelvan a inmiscuirse en los asuntos soberanos del país.
El que rescató de un cajón olvidado el mínimo vital y móvil, congelado desde la Convertibilidad, y también comenzó una política de aumentos sucesivos a los jubilados, sacándolos de los magros 200 pesos que cobraban hasta entonces.
El que puso en marcha las paritarias, que permitieron que el haber de los trabajadores se ajuste hacia arriba en un 25 por ciento promedio en los últimos años, llegando el país a tener, según el último informe del FMI, el salario más alto de América Latina.
El que inició la etapa de reindustrialización de la Argentina con políticas activas, que llevaron al país a una sostenida recomposición de los puestos de trabajo, y que hoy deja como saldo de ocho años de gestión la creación de unos 5 millones de empleos.
El que en noviembre de 2005, y junto a otros presidentes de la región, como Hugo Chávez o Lula Da Silva, le cerró el paso al ALCA que proponían los Estados Unidos en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, y plantó definitivamente a la Argentina en un contexto latinoamericano.
El que le puso el cuerpo a una lucha que nadie había dado antes contra los grandes medios hegemónicos -desde el Congreso fogoneó la Ley de Comunicación Audiovisual-, y que con la misma valentía apuntaló y votó desde su banca la histórica ley de Matrimonio Igualitario.
El que fue designado por las naciones hermanas de la región como primer secretario General de la UNASUR, y debutó en el cargo logrando evitar un casi seguro conflicto entre dos países hermanos como Venezuela y Colombia.
El que un 27 de octubre dio origen a un fenómeno popular comparable al 17 de octubre, con una Plaza de Mayo colmada -mayoritariamente de jóvenes- llorando su muerte y con 15 cuadras de cola para llegar al Salón de los Patriotas Latinoamericanos a dejarle un último saludo.
El que dejó el mando en manos de la mujer que él mismo definió como “la Presidenta Coraje”, y que hoy casi no necesita ser nombrado, ya que ella misma suele recordarlo en cada acto llamándolo simplemente “Él”.
El que reconcilió a los más jóvenes con la política y recibió el fin de semana pasado el mejor homenaje de su pueblo, plasmado en un 54 por ciento de los votos para su compañera de vida y de militancia.
El que hace un año cerró sus ojos para que los abrieran millones.
El que nos recordó que hubo una generación -de la que él y su compañera fueron parte-, dispuesta a dar la vida por sus ideales, y nos demostró que 35 años más tarde, como cantan los más jóvenes en las calles, “no nos han vencido”.
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