Afectada de una grave enfermedad, acaba con su vida en la ciudad balnearia de Mar del Plata. Este hecho dio lugar a un mito literario fuertemente arraigado en nuestra memoria colectiva. Incluso quienes no la leyeron o en todo caso no lo suficiente, incluso aquellos que desconocen los rasgos más o menos excepcionales de su trayectoria biográfica, saben que murió como una heroína romántica. Fue autora de "La inquietud del rosal", "El dulce daño", "Languidez", "Ocre", "Mascarilla y trébol", "Mundo de siete pozos", etc. VIDEO
MUJER SOBERANA
Por Luz Azcona
La muerte de Alfonsina Storni dio lugar a un mito literario fuertemente arraigado en nuestra memoria colectiva. Incluso quienes no la leyeron o en todo caso no lo suficiente, incluso aquellos que desconocen los rasgos más o menos excepcionales de su rayectoria biográfica, saben que murió como una heroína romántica, identifican la zona balnearia en la que se quitó la vida y son capaces de reproducir al menos un fragmento de la canción que inmortaliza un final tan trágico como poético.
Lo cierto es que a los 46 años Alfonsina Storni estaba enferma de cáncer y sabía que no tenía cura. Había sido sometida a una intervención quirúrgica en la que había perdido el seno derecho y se veía aquejada por dolores cada vez más agudos. En medio de estas circunstancias, mucho más crudas de lo que se divulga mediante el cliché novelesco, un 25 de octubre de 1938 tomó la decisión de lanzarse al vacío desde un espigón de la playa La Perla.
Se suicidó y este acto fue el último de una secuencia deliberada: le dejó una carta a su hijo Alejandro, envió a La Nación su poema "Me voy a dormir" y después se internó en el mar, encontrando una muerte que es menos un final dramático que la reivindicación de la libertad de decidir acerca del destino del propio cuerpo.
Fue desde todo punto una mujer singular. Nació en Suiza en 1892 y en 1896 se radicó junto con sus padres y hermanos en San Juan, donde pasó parte de su infancia, hasta que la familia se trasladó a la ciudad de Rosario. Allí vivieron de los magros ingresos que su mamá recibía como docente y luego su papá instaló su propio café, en el que Alfonsina atendía las mesas y lavaba platos. Pero el emprendimiento fracasó y ella se empleó como costurera. Más tarde entró como reemplazante de una actriz en una compañía de teatro y estuvo de gira, hasta que finalmente optó por estudiar y, tras recibirse de maestra, ganó un lugar destacado en la comunidad escolar y publicó poemas en algunos medios gráficos.
Alfonsina se hizo a sí misma sobreponiéndose a difíciles circunstancias. Hacia fines de 1911 tomó la decisión de probar suerte en Buenos Aires y se trasladó dispuesta a empezar de nuevo. Al poco tiempo de instalarse nació su primer y único hijo, fruto de una relación con un hombre casado, y asumió el desafío de criarlo como madre soltera. Trabajó en un principio como cajera para estabilizar su economía, pero a la par se abrió camino colaborando en diversos medios y se vinculó con destacados poetas y escritores.
En 1916 publicó "La inquietud del rosal", al que siguieron "El dulce daño", "Irremediablemente", "Languidez" y en 1925, "Ocre", punto de inflexión en su poesía que se afianza en "Mundo de siete pozos" y en "Mascarilla y trébol", donde las imágenes poéticas sobre el cuerpo femenino que despliega encarnan su mayor desafío formal y estético.
Su labor periodística, recientemente rescatada, se caracteriza por sus observaciones críticas. En sus artículos, Alfonsina adopta un tono combativo y expresa ideas contemporáneas a su época. Escribe sobre el voto femenino -que no será aprobado hasta 1947-, cuestiona los mandatos que pesan sobre las mujeres, pone de manifiesto los tópicos de la sociedad patriarcal que la rodea y trata de entender su idiosincrasia. Su actitud libre y desprejuiciada la convierten en un referente de su tiempo.
"Usted comprenderá -comenta en una entrevista publicada en El Hogar el 11 de septiembre de 1931- que una persona como yo, que se ha puesto en contacto con la vida de un modo tan directo, de un modo tan varonil, digamos, no podría vivir, pensar, obrar, como una niña metida en las cuatro paredes de su casa; y mi literatura ha tenido que reflejar esto, que es la verdad de mi intimidad; yo he debido vivir como un varón; yo reclamo para mí una moral de varón. Por otra parte, con ello no hago más que anticipar a la mujer que vendrá, pues toda la moral femenina se basa en el régimen económico actual".
Alfonsina defendió con fervor sus ideales de justicia y libertad, y persistió topándose una y otra vez con los límites de una realidad renuente a los cambios. Vivió a contracorriente, granjeándose por ello rótulos diversos que señalaban incluso su aspecto físico o su salud mental. Pero en ningún momento se dio por vencida. Trabajó sin descanso forjando su oficio y participó intensamente en el gremialismo literario. Hizo algunos viajes y trabó relación con importantes colegas. Una de ellas, Gabriela Mistral, quedó impresionada por su sencillez y sobriedad y por su profundidad sin trascendentalismos, y escribió un artículo al respecto.
Desde que le diagnosticaron cáncer y fue operada -el 20 de mayo de 1935-, Alfonsina vivía en la incertidumbre y temiendo por la renuencia de la enfermedad. Los días previos a su suicidio estaba de retiro en Mar del Plata, se comunicaba con su hijo y paseaba en la medida en que los dolores se lo permitían. El día 25 a la madrugada dejó su habitación y se dirigió a la playa. El desenlace, ya lo conocemos.
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
-Dios te lo perdone-,
me pretendes casta
-Dios te lo perdone-,
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua:
Habla con los pájaros
y llévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
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