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Así lo concibió la resistencia
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17/10/2011 - Escribe León Guinsburg

La cruz que se transformó en "P"

La pluma del periodista desempolva la memoria. El 17 de octubre, pero de 1955. León Guinsburg relata con maestría las vivencias de los primeros indicios de la resistencia peronista. De cómo un símobolo del gorilaje se recompone a favor del pueblo de un solo brochazo.

Compartimos con Ustedes lo siguiente:

Gris fue ese 17 de octubre de 1955.  Sin feriado ni tránsito de camiones y colectivos transportando a Plaza de Mayo tumultuosos contingentes para festejar el Día de la Lealtad. Perón no hablaría al pueblo porque un mes antes había partido en la cañonera paraguaya rumbo al exilio.

El engalanamiento con banderas y gigantescos cuadros del Líder y Evita daban su lugar a palomas solitarias que picoteando, parecían observar perplejas los agujeros de la metralla de aviones alzados el 16 de junio de ese año sobre los mármoles del ministerio de Hacienda y otros edificios..

La horrenda poliomielitis ya había anunciado su llegada cobrando víctimas entre niños de todas las clases sociales y la autoridad educativa y de salud del régimen de facto se encontraba evaluando dar por terminado el ciclo lectivo. Tal vez no solo por eso, sino para tener espacio para urgentemente pasar la barredora sobre educadores sospesados de filiación peronista. Todavía la presidencia provisional la detentaba el general Eduardo Lonardi, quien en noviembre sería desplazado por Pedro Eugenio Aramburu. Lonardi había repetido hasta el cansancio el lema “Ni vencedores ni vencidos”, pero los allanamientos y arrestos se repetían sin cesar y las cárceles se llenaban de ex funcionarios, sindicalistas y militantes.

Era gris el día, y los camiones con tropas recorrían sin cesar las calles de Buenos Aires y había consignas en las puertas de edificios públicos, unidades básicas casi todas destrozadas por iracundos asaltantes antiperonistas que hacían piras con “La Razón de mi vida” y otras literaturas de la “segunda tiranía” a modo de purificación por el fuego. También había agentes de policía aburriéndose en las puertas de domicilios particulares allanados.

Regían la ley marcial y el estado de sitio en esos días. Los diarios publicaban sin cesar notas sobre peculados atribuídos a ex funcionarios y a Perón mismo, ya rebautizado “El Pocho”. Aparecía la revista “Pocholandia”, con contenidos de burdo humor destinado a anatematizar al “tirano depuesto” y sus fieles y encabezaba el elenco del Maipo el monologuista Pepe Arias en un espectáculo revisteril burlesco donde aparecía un émulo del ex presidente con gorrita de visera y montado en una motoneta. Una menor de edad fue expuesta como supuesta amante de Perón con nombre y apellido, pese a la ley, y la Unión de Estudiantes Secundarios y su actividad  social y deportiva fueron reveladas como antros orgiásticos para el solaz del ex mandatario y sus adláteres.

Volvieron triunfantes artistas auto asilados en el extranjero y otros, adictos al régimen derrocado, pasaron a formar parte de listas negras para cine, radio y televisión, y condenados al ninguneo por las publicaciones especializadas. En fin, lo que se conoce.

Con el “Gordo” Ballaratti y el “Catapato” Frías hicimos un trio inseparable, tomando todos los días el mismo rumbo para ir y volver a y de la escuela primaria de Alberdi entre Homero y Escalada, casi en los límites de los barrios Villa Luro y mataderos de la capital argentina. Teníamos 12 años y cursábamos el último de la primaria.

Después del triunfo del fragote, nos acostumbramos a ver pintadas en los muros de diferentes calles  pintadas una cruz y una v  debajo, símbolo del “Cristo vence” con que los “revolucionarios” caracterizaron aviones, tanques y otros vehículos, exhibiendo el pensamiento confesional y ultramontano que los caracterizó antes de ser desplazados por otos afines al liberalismo.

Notamos que ese día algo pasaba en esas escrituras de las paredes; la cruz se había convertido en P. una herradura acostada surcaba el emblema u lo transformaba en un significado que no entendimos. Demasiado niños, no sabíamos que esa madrugada, pese a la ley marcial y el estado de sitio, grupos de arriesgados “adictos al tirano prófugo” salieron a llevar a cabo esa “provocación” como informaran los principales diarios. Ninguno aclaró que se trataba del “Perón Vuelve” que aún perdura como identificación política. Tampoco dedujimos que ese 17 de octubre de 1955 se produjo, con esa modificación de las pintadas “gorilas”, el primer acto real de la resistencia popular peronista, ajena de las reuniones conspirativas de los dirigentes que habían pasado a la clandestinidad. Pero esa noche Angel, el pintor de brocha gorda qie vivía en la cuadra, Tatalo, el viejo sereno de la estación de servicio de Avenida del Justicialismo (después Perito Moreno y autopista hoy) y el joven tornero Aldo, campeón del barrio de carambola libre, habían sudo llevados a la comisaría, donde fueron interrogados, golpeados y manguereados con alta presión, para ser dejados libres, pero machucados, a los cuatro días, por intervención de familiares, abogados y un militar de alto grado pariente de uno de los letrados, que lo convención de que se trataba de “pobres infelices”. Años mas tarde se supo que nunca admitieron que habían sido ellos ni delataron a ningún “peronacho compinche”. No se conoció quien los delató.

La “transformación” de las cruces en P se multiplicaron día a día y ya se supo su significado, para algunos grato, para otros lo contrario. Andar  con una tiza o un pedazo de carbón en el bolsillo se convirtió casi en cotidiano para los peronistas humildes, incluso sus hijos de nuestra edad de entonces. Eso, pese al estado de sitio y la ley marcial.

LEÓN GUINSBURG


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