Hace 111 años nacía uno de los escritores más osados de la literatura argentina, Nicolás Olivari: poeta, narrador, periodista, ensayista, traductor y autor de libros de estampas, guiones de cine, obras de teatro y letras de tango. Falleció en Buenos Aires el 22 de septiembre de 1966. VIDEO con el tango “La violeta”, canta Goyeneche, Troilo en bandoneón.
NICOLÁS OLIVARI: POETA del grotesco y el humor negro
Por Jorge Boccanera
Hace 111 años nacía uno de los escritores más osados de la literatura argentina, Nicolás Olivari: poeta, narrador, periodista, ensayista, traductor y autor de libros de estampas, guiones de cine, obras de teatro y letras de tango.
De modo inusual la obra de Olivari, nacido en Buenos Aires en 1900, reúne la búsqueda formal de los movimientos de ruptura de inicios del siglo XX, una mirada horadante hacia el contexto social y una marca indeleble de porteñidad.
Quizá esta coexistencia entre la búsqueda formal y el entorno social, especialmente la vida del inmigrante (hijo de genovés, Olivari se acercó de joven al comunismo y luego al peronismo) lo haya convertido en un autor difícil de ubicar entre los grupos de Boedo y Florida, aunque fue incluido en antologías de ambos.
De sus libros de poesía ubicados en el torbellino de las vanguardias de los años `20, destacan “La amada infiel”, “La musa de la mala pata” y “El gato escaldado”, en cuyas páginas cruza verso libre y rima, pasajes en prosa y juegos fónicos, diálogos y onomatopeyas.
Su fraseo se eriza en las torsiones de lenguaje, mientras alterna un vocabulario moderno (jazz band, cine, fox trot, cronómetro) con palabras de manejo inusual (escrófula, ludibrio, arrecida, pobretería, afásico, murmurio) e incluso términos inventados.
Pero lo que le colocará un sello definitivo a su obra es el tono cáustico y tremendista que lo liga, junto al humor negro y al absurdo, a la gestualidad provocadora y transgresora que instaló el dadaísmo y de la que se iba a ufanar la vanguardia toda.
Así, el gesto mordaz de Olivari encuentra vecindades en el desenfado y el humor zumbón de otros poetas latinoamericanos como el nicaragüense Joaquín Pasos, el colombiano Carlos Luis “el Tuerto” López y el mexicano Salvador Novo.
Respecto a los grupos literarios mencionados, el mismo Olivari se encargaría de explicar que perteneció a Boedo, grupo convocado alrededor de la premisa de “arte por el pueblo” (consigna que consideraba “simplista y vaga”), y que fue expulsado en ocasión de la publicación de “La amada infiel”: “Me había atrevido a decir en un poema: `mi loco cardumen que anda en parranda`”.
Narra que, tras ser impugnado, salió a la calle y se topó con el poeta Raúl González Tuñón a quien le narró lo sucedido. “No importa -le habría dicho Tuñón-, te llevo a Florida”, el grupo donde Olivari sostiene haber encontrado una acogida “cariñosa y fraternal”.
Pero más allá de Boedo y Florida, el poeta que definió a “La musa de la mala pata” como un libro “grotesco rabioso e inútil” comparte -según el crítico Eduardo Romano- una “estética del grotesco” con otros autores de la época también de tono descarnado y cínico.
Romano, quien señala en la obra de Olivari un “repertorio guiñolesco”, “resabios del feísmo naturalista” y personajes marginados, lo ubica junto al narrador Roberto Arlt, el poeta Enrique Santos Discépolo y los dramaturgos Carlos Mauricio Pacheco, Defillipis Novoa y Armando Discépolo.
Otros autores cercanos en la amistad con los que va a compartir la bohemia de la noche porteña, el periodismo y la poesía, son Carlos de la Púa, el narrador Enrique González Tuñón y su hermano Raúl, todos deambulando por la Peña del Tortoni, el café Rollar Séller y la Librería Gleyzer.
Con Raúl González Tuñón comparte la autoría de la pieza de teatro “Dan tres vueltas y luego se van”, más una lista de autores que van a pesar en la producción lírica de ambos: Carriego, Baudelaire, Verlaine, Blomberg, Laforgue, Lautréamont; también coinciden Tuñón y Olivari en dedicarle poemas a Françoise Villón.
Con una extensa labor en periodismo, Olivari compuso la letra de varios tangos, entre ellos como “La Violeta” y “Dos ojos negros”, interpretados nada menos que por Carlos Gardel y Charlo, respectivamente.
“La Violeta”, según el mismo poeta, surgió en un “antiguo mesón de Buenos Aires” durante una comida con Cátulo Castillo, quien finalmente compuso la música del tema; fue, narra: “por una apuesta y nació al hilo, entre los spaghettis y el vino”.
Olivari, que además de ensayos y crónicas escribió la novela “El almacén” y varios volúmenes de relatos, entre ellos “La mosca verde”, instalaría su tono personal en la poesía con libros iniciales comentados favorablemente por Guiraldes, Borges y Marechal; críticas que fueron excepciones respecto a muchas reseñas dedicadas a reprobar su escritura y a ningunearlo como poeta.
El escritor Horacio Salas, luego de sostener que “quizá haya sido el más cuestionado (los críticos trataron a su poesía de `grosera`, `antiestética` y `pornográfica`) por mostrar rincones oscuros con los que se convivía pero no era de buen gusto mencionar”, coloca en su justo lugar al autor de “La Violeta”.
Lo hace ubicando a Olivari, fallecido en 1966, como “Uno de los fundadores de la poesía urbana, o sea: uno de los fundadores de la modernidad poética argentina”.
Merced a la coloratura que da una oralidad apoyada en locuciones populares y la apelación a un interlocutor a la mano, Olivari es por decisión propia, el poeta de Buenos Aires.
Con una sinceridad que quizá a alguien le pudo sonar a tono petulante, escribió en 1929: “Siento enormemente a Buenos Aires y la expreso en mis poemas. Y creo que cómo yo expreso a Buenos no hay nadie que lo sepa hacer. Hay que ser un espectador para ello y yo lo soy. No actúo, me sitúo y miro pasar”. (Télam)
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