Obispo de La Rioja, mártir, asesinado por la dictadura militar. Comprometido con la causa de los pobres, Enrique fue tenazmente perseguido por la oligarquía de esa provincia y más todavía durante la dictadura. Su muerte fue la dura cuenta que tuvo que pagar por una vida dedicada a los más humildes, a quienes consagró su vocación sacerdotal "con un oído puesto en el pueblo, y otro en el Evangelio". VIDEO
Obispo de La Rioja, mártir, asesinado con un accidente provocado. Comprometido
con la causa de los pobres, Enrique fue tenazmente perseguido por la oligarquía
de la provincia (como la familia Menem, que le impidió la entrada a un pueblo
para unas celebraciones) y más todavía durante la dictadura. La muerte de los
padres Murias y Longueville y luego del laico Wenceslao Pedernera fue
fundamentalmente un «cerco que se iba cerrando». Al parecer, los cadáveres de
los sacerdotes, fue a Chamical (La Rioja), y juntó material en una carpeta con
declaraciones de los testigos, que comprometía a la Fuerza Aérea con el crimen.
Volviendo por otro camino, junto con el sacerdote Arturo Pinto hacia la capital
provincial fue seguido por un auto. Se fraguó un accidente. La famosa carpeta
fue tiempo después vista sobre el escritorio del Ministro del Interior, el
General Arguindegui, quien como entró en negociaciones con Anfonsín y habían
sido compañeros del liceo militar, jamás fue juzgado. La Jerarquía
eclesiástica, en gran parte, tristemente, sigue afirmando que fue un accidente.
El obispo Angelelli se transformó en baluarte de la protección de los débiles y
fue la una de las pocas voces que se levantó contra la represión política en Argentina.
Las amenazas de muerte contra él se fueron volviendo cada vez más frecuentes,
hasta llegar a ser masivas últimamente. Tuvo que prepararse junto a sus
sacerdotes como una de las posibles futuras víctimas. Él anunció frecuentemente
que para poder anunciar verdaderamente el evangelio hay que tener un oído
abierto para Dios y otro para el pueblo.
El 4 de agosto de 1976 Monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, yacía en
el frío asfalto de Punta de los Llanos luego de que su auto fuera interceptado
en la ruta que unía Chamical con la capital de la provincia hacia donde viajaba
para presentar ante las autoridades militares una carpeta con pruebas sobre el
asesinato de dos sacerdotes de su diócesis. La versión oficial, que el mismo
Episcopado avaló, hablaba de accidente, pero entre los riojanos, y gracias al
aporte de testigos claves, una certeza se hizo carne: Monseñor Angelelli había
sido sacado ileso de su auto y brutalmente asesinado de varios golpes en la
nuca.
Su muerte fue la dura cuenta que tuvo que pagar por una vida dedicada a los más
humildes, a quienes consagró su vocación sacerdotal "con un oído puesto en
el pueblo, y otro en el Evangelio". Su prédica le trajo el rencor de los
poderosos de siempre, uniformados y civiles, a quienes afectó en sus sagrados
intereses, y de quienes recibió una feroz campaña que no vaciló en acusarlo de
'obispo rojo', enviar firmas para pedir su remoción al Vaticano, expulsar
sacerdotes de Anillaco, donde Amado Menem, hermanastro del actual presidente,
tuvo especial participación, asesinar religiosos y laicos y finalmente eliminar
al odiado "Pelado".
Monseñor Angelelli fue, junto a Hesayne, De Nevares, Devoto, Ponce de León y
Novak, uno de los pocos obispos que supo comprometerse con la cruz y el
Evangelio dentro de una jerarquía episcopal cuya actitud de connivencia y
complicidad con la dictadura militar avergüenza la conciencia de los cristianos
de estas tierras. Desde la justificación teológica de la tortura y la
eliminación clandestina de prisioneros indefensos hasta la aceptación lisa y
llana de la espada como instrumento quirúrgico para impulsar la doctrina de la
seguridad nacional, la conducta de la jerarquía católica argentina no tiene
parangón en el mundo entero.
Fuente: http://servicioskoinonia.org
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