"Tuve suerte. Me dieron la oportunidad adecuada en el momento justo. Encontré un espacio para desarrollar lo que me gustaba"
Daniel, responsable del centro juvenil de Ciudad Juárez
Termina otro día de terrible calor en Ciudad Juárez, en la frontera mexicana con EE.UU. Un grupo de adolescentes sentado bajo la sombra de un techo metálico en un centro juvenil, pasa el tiempo discutiendo las letras de sus últimas canciones y tocando la guitarra.
Se sientan en círculos. El ánimo es optimista, sorprendentemente optimista para gente que vive en una de las ciudades más peligrosas del mundo.
Sólo en 2010, en Ciudad Juárez se registraron 3.000 asesinatos relacionados con el tráfico de drogas, según la oficina del fiscal de Chihuahua. Un dramático incremento desde los 300 que hubo en 2007.
La mayoría de las víctimas fueron hombres de menos de 30 años.
"Los jóvenes no tienen esperanza de vivir más allá de los 22, 23 o 24. Porque puedes acabar en la cárcel o porque puedes acabar muerto tirado en una carretera", comenta Daniel, que a sus 22 años es el fundador del centro juvenil.
Daniel admite que cuando era más joven pasaba el rato con su arma y sus compañeros de pandilla.
Pero encontró una salida en su amor por el hip hop. La música, dice, le dio una vía para que lo escuchen, exactamente como antes habían hecho las armas.
"Tuve suerte. Me dieron la oportunidad adecuada en el momento justo. Encontré un espacio para desarrollar lo que me gustaba"
Daniel, responsable del centro juvenil de Ciudad Juárez
Daniel y algunos de sus amigos hacen conciertos en la ciudad y usan el dinero que consiguen vendiendo camisetas y discos para pagarse los estudios.
Fuera del centro, entre bromas con sus amigos, Daniel es rotundo con el hecho de que el hip hop lo salvó.
"Tuve suerte. Me dieron la oportunidad adecuada en el momento justo. Encontré un espacio para desarrollar lo que me gustaba", comenta.
"Llegó en el momento oportuno, junto antes de que me envolviera más en la pandilla".
La ubicación de Ciudad Juárez la convierte en un punto estratégico para el tránsito de la droga camino a Estados Unidos.
La guerra contra las bandas de narcotraficantes lanzada a finales de 2006 por el presidente Felipe Calderón conllevó el despliegue de decenas de miles de policías y soldados por diversos puntos del país, incluido Juárez.
Las autoridades aseguran que la tasa de homicidios en la ciudad ha caído. Durante una reciente visita, Calderón dijo que la reducción era del 60%, según datos de octubre del año pasado.
Pero trabajadores sociales y académicos defienden que además de un incremento en las medidas de seguridad, es necesario hacer frente a las carencias sociales.
Según Socorro Velázquez, investigadora de la Universidad de Ciudad Juárez, faltan escuelas para mantener a los niños fuera de las calles y alejados de los pandilleros.
Ahora es el momento de invertir en centros juveniles, defiende Daniel.
"Estos centros son un espacio muy bueno para controlar la violencia, porque se preocupan por la educación y ofrecen apoyo emocional y psicológico a los niños", comenta Velázquez.
"Sin ellos, la situación sería mucho peor. Ayudan y dan esperanza a los jóvenes".
Los jóvenes del centro de Daniel lo elogian por su compromiso. "Daniel es muy activo y dedicado, siempre habla a los otros chicos de sus problemas y se involucra mucho en su trabajo", comenta otro joven de 20 años, de nombre también Daniel, mientras descansa en un partido de fútbol.
"Esto ayuda porque muchos niños no tienen nada que hacer, y se meten en problemas. Este centro sirve para alejarse de eso y tener una oportunidad para hacer carrera".
Un caso es particularmente llamativo. Daniel convenció a un adolescente de 14 años, líder de una pandilla violenta, a empezar los estudios de secundaria.
El joven vive oculto tras dos intentos de asesinato. Pero algunos de sus amigos hablan de su determinación a continuar estudiando.
El ambiente de cambio se puede percibir fácilmente en el centro. En una sala de clases junto al campo de fútbol, un grupo de niños estudia matemáticas.
Muchos comentan que no serían capaces de completar la secundaria sin la ayuda del centro.
En la habitación contigua, un popular peluquero del barrio enseña a los jóvenes los rudimentos básicos que necesitarán para conseguir un puesto de aprendiz en la ciudad.
Sentado junto a las coloridas pintadas en las paredes, algunos de los de más edad dan clases de música.
La instalación lleva abierta sólo desde noviembre, pero ya cuenta con un flujo estable de jóvenes que llegan a diario.
El trabajo de Daniel es posible que no tenga gran impacto, pero espera inspirar a otros para que emprendan proyectos similares.
"En esta ciudad, los niños son presa fácil del crimen organizado. Prefieren vivir hasta los 25, pero tener una vida más digna que hasta los 40 o 50 años con una baja calidad de vida", comenta.
"Me gustaría que más jóvenes se animaran a abrir centros como estos en otras comunidades. Me haría sentir feliz con el trabajo: crear más líderes entre los chicos, y hacer una cadena".
Por William Lloyd-George e Irene Caselli, para BBC Mundo
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