Entre las causas que dispararon la Segunda Guerra Mundial, una de las de mayor peso fue, sin duda, El Tratado de Versalles, conjunto de acuerdos que Alemania suscribió el 28 de junio de 1919. El severo tratado fue considerado injusto y humillante por los alemanes, que se vieron sin los territorios de Alsacia-Lorena, con seis y medio millones de habitantes menos, la pérdida de sus colonias y la reducción de su ejército y la flota de guerra, todo ello para garantizar que Alemania no se convertiría, de nueva cuenta, en una potencial amenaza para la paz europea.
También se le prohibía a la nación germana reclutar nuevos soldados y se desmantelaron sus acorazados. Los soldados, obligados a regresar tras cuatro años en las trincheras se encontraron sin lugar en el ejército. Las severas condiciones impuestas por los vencedores golpearon económicamente a los alemanes que veían evaporarse sus finanzas y entrar a una recesión profunda. La inflación dejo sentir su flagelo: en 1923, uno de cada cuatro alemanes no tenía trabajo. El caldo de cultivo para los movimientos nacionalistas estaba listo.
Alsacia y Lorena se anexionaron a Francia que, además, quedaba a cargo de la región del Sarre por un período de 15 años, tras los cuales se convocaría a un plebiscito para decidir si regresaba a poder de Alemania o Francia la conservaba. En el primer caso, Francia tendría que ser fuertemente indemnizada en razón a que la región del Sarre era rica en carbón mineral. La Alta Silesia pasó a poder de Polonia y otros distritos pasaron a manos de Checoslovaquia. Francia y Reino Unido se quedaron con las colonias africanas y las islas de los mares del sur que pertenecieron al imperio alemán.
Alemania pidió una moratoria para poder efectuar reparaciones de guerra, como respuesta Francia, Bélgica e Italia enviaron sus tropas a la región del Rin a inicios de 1923. Todo ello levantó una oleada de indignación nacional entre los alemanes enardecidos contras los países aliados y la República de Weimar, a quien consideraban traidora a los intereses germanos.
Básicamente, el tratado de Versalles quitaba a Alemania el derecho a poseer un ejército mayor a cien mil soldados y oficiales, sin posibilidad de reemplazar a los que murieran en un plazo de doce años. No se le permitía el uso y fabricación de artillería pesada, aviones militares y se le obligaba a desmantelar fortalezas militares. Tampoco podía fabricar armamento y tenía que entregar a los aliados su flota mercante, buena parte de sus pesqueros y sus embarcaciones fluviales, además de entregar cuarenta millones de toneladas de carbón a los aliados por cinco años.
Un alto porcentaje de su ganadería paso a ser posesión de Francia y Bélgica. Este fue uno de los puntos más dolorosos del acuerdo para Alemania que comprometía una fuente de alimentación importantísimo para un país devastado por la guerra. Sumado a esto, Alemania tenía que hacerse cargo de los gastos de guerra de las tropas aliadas. En caso de incumplir cualquier punto del acuerdo, Alemania tendría que pagar fuertes indemnizaciones a los países involucrados.
Antes de la firma, se realizó la Asamblea Nacional de Weimar donde se decidió, mediante una votación, si se aceptaba la firma o no. Negarse implicaba el riesgo de una invasión en un país ya sin recursos para soportar otra guerra. Con 237 votos a favor sobre 138 en contra, se decidió por aceptar el acuerdo, con la salvedad de que Alemania no se reconocía responsable única del conflicto armado y que no entregaría a ningún ciudadano acusado por crímenes de guerra a los comités de derecho internacional. El primer ministro francés, Georges Clemenceau, no aceptó enmendar punto alguno del acuerdo y Alemania tuvo que firmar el tratado en el palacio de Versalles.