Poeta, novelista, dramaturgo, periodista y guionista cinematográfico, director de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral, primer director de Cultura de Santa Fe, director del Departamento de Letras de la UBA, colaborador de La Opinión, El Mundo, Crisis, Noticias y Eco contemporáneo, militante político de Montoneros, fue rematado de dos disparos en la cabeza en Guaymallén luego de un enfrentamiento con una patrulla del Ejército. Escribe Juan Gelman. VIDEO
Para Paco
nunca hubo contradicciones entre la militancia por una
patria justa, libre y soberana,
y la condición de escritor. En sus poemas se puede ver la profunda unidad de
vida y obra que un autor y sus textos pueden alcanzar. No hubo abismo entre
experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco
la palabra justa", dijo alguna vez.
En 1975 junto
con Rodolfo Walsh
se pone a trabajar en la confección de una respuesta al golpe militar
que se veía venir. Dicho plan no apuntaba a un improbable freno al golpe
sino a
una respuesta orgánica que dificultara el despliegue inicial de los
militares
en
las primeras 48 horas. El documento fue llevado
a la dirigencia de la organización, la cual nunca llegó a ejecutar la
propuesta de los compañeros sino que implementó otro plan de operaciones,
para el cual no fueron llamados a discutir ni Walsh ni Urondo. Por
consiguiente la prensa montonera siguió funcionando como si hubiera un futuro
electoral: pensando en una revista ¡e
incluso en un diario! Esto, naturalmente, traía como consecuencia la
necesidad de mantener más o menos congregado un aparato importante, con
grandes locales, imprentas, etc. Un blanco terriblemente fácil para el
enemigo.
En mayo de
1976, la organización, decide trasladar a Paco a Mendoza. Un error según
opiniones actuales y contemporáneas, ya que dicha provincia desde 1975 era una
sangría permanente. El 17 de junio, en un contexto de derrota, cae
Francisco Urondo como consecuencia de una cita envenenada.
El compañero
y amigo Rodolfo Walsh, así relata el momento: "Hubo un
encuentro con un vehículo enemigo, una persecución, un tiroteo de los dos
coches a la par. Iban Paco, Lucía con la nena y una compañera. Finalmente el
Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo: "Disparen ustedes".
Luego agregó "Me tomé la pastilla y ya me siento
mal". La compañera recuerda que Lucía dijo:
"¡Pero papi, por qué hiciste eso!"
La compañera escapó entre las balas, días después llegó herida a Buenos
Aires.
También
luchó contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento,
para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas
fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.
Palabras
Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en
la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta
que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura
militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro
inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida. Como
Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en
medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos
pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la
militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la
escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las
polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su
escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se
percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron:
la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden
alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro
de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por
un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su
belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba.
El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba
convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi
confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo
desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió.
Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y
lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad
de la escritura. También luchó con y contra un sistema social
encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la
historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo
escribieron y en ambas quedó escrito.
Juan Gelman
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