Su ministerio papal duró tan sólo cinco años, en los que provocó una verdadera revolución en la Iglesia Católica, particularmente con su llamado al XXI Concilio Ecuménico o Concilio Vaticano II, que establecería una nueva forma de celebrar la liturgia, un nuevo ecumenismo, una búsqueda de la unidad de las iglesias cristianas, lo bueno de los nuevos tiempos y el establecimiento de un diálogo franco con el mundo moderno centrándose primero "en lo que nos une y no en lo que nos separa". VIDEO
Su ministerio papal duró tan sólo cinco años, en los que provocó una verdadera revolución en la Iglesia Católica, particularmente con su llamado al XXI Concilio Ecuménico o Concilio Vaticano II, que establecería una nueva forma de celebrar la liturgia, un nuevo ecumenismo, una búsqueda de la unidad de las iglesias cristianas, lo bueno de los nuevos tiempos y el establecimiento de un diálogo franco con el mundo moderno centrándose primero "en lo que nos une y no en lo que nos separa.
Su elección como papa tras la muerte de Pío XII sorprendió a propios y extraños. No sólo eso: desde los primeros días de su pontificado, comenzó a comportarse como nadie esperaba, muy lejos del envaramiento y la solemne actitud que había caracterizado a sus predecesores.
Para empezar, adoptó el nombre de Juan XXIII, que además de parecer vulgar ante los León, Benedicto o Pío, era el de un famoso antipapa de triste memoria. Luego, abordó su tarea como si se tratase de un párroco de aldea, sin permitir que sus cualidades humanas quedasen enterradas bajo el rígido protocolo, del que muchos papas habían sido víctimas. Ni siquiera ocultó que era hombre que gozaba de la vida, amante de la buena mesa, de las charlas interminables, de la amistad y de las gentes del pueblo.
Como pontífice dio un nuevo planteamiento al ecumenismo católico con el Secretariado para la Unidad de los Cristianos y el acogimiento en Roma de los supremos jerarcas de cuatro Iglesias protestantes. Su pontificado abrió nuevas perspectivas a la vida de la Iglesia y, aunque no se dieron cambios radicales en la estructura eclesiástica, promovió una renovación profunda de las ideas y las actitudes.
Su propósito pronto fue claro para todos: poner al día la Iglesia, adecuar su mensaje a los tiempos modernos enmendando pasados yerros y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y sociales. Para conseguirlo, Juan XXIII dotó a la comunidad cristiana de dos herramientas extraordinarias: las encíclicas Mater et Magistra yPacem in terris. En la primera explicitaba las bases de un orden económico centrado en los valores del hombre y en la atención de las necesidades, hablando claramente del concepto "socialización" y abriendo para los católicos las puertas de la intervención en unas estructuras socioeconómicas que debían ser cada vez más justas.
En la segunda se delineaba una visión de paz, libertad y convivencia ciudadana e internacional vinculándola al amor que Cristo manifestó por el género humano en la Última Cena. Ambas encíclicas suponían una revolución copernicana en la visión católica de los problemas temporales, pues aceptaban la herencia de la Revolución Francesa y de la democracia moderna, haciendo de la dignidad del hombre el centro de todo derecho, de toda política y de toda dinámica social o económica.
Poco antes de su muerte, acaecida el 3 de junio de 1963, Juan XXIII aún tuvo el coraje de convocar un nuevo concilio que recogiese y promoviese esta valerosa y necesaria puesta al día de la Iglesia: el Concilio Vaticano II. A través de él, el papa Roncalli se proponía, según sus propias palabras, "elaborar una nueva Teología de los misterios de Cristo. Del mundo físico. Del tiempo y las relaciones temporales. De la historia. Del pecado. Del hombre. Del nacimiento. De los alimentos y la bebida. Del trabajo. De la vista, del oído, del lenguaje, de las lágrimas y de la risa. De la música y de la danza. De la cultura. De la televisión. Del matrimonio y de la familia. De los grupos étnicos y del Estado. De la humanidad toda".
Se trataba de una tarea de titanes que sólo un hombre como Juan XXIII fue capaz de concebir e impulsar, y que sus herederos recibirían como un legado a la vez imprescindible y comprometedor. Pablo VI, su sucesor y amigo, declaró tras ser elegido nuevo pontífice que la herencia del papa Juan no podía quedar encerrada en su ataúd. Él se atrevió a cargarla sobre sus hombros y pudo comprobar que no era ligera.
En Latinoamérica, el Concilio significó para los creyentes un profundo cambio, ya que permitió el contacto de las ordenes religiosas con las necesidades sociales que requería el pueblo. La renovación, también proponía una mayor independencia del accionar de los evangelizadores. Un profundo debate interno se sucedió luego de las diferentes formas de interpretar la realidad y actuar en ella, que se dio en toda la Iglesia. En mucho casos, los integrantes del las Iglesias de cada país se identificaron con los movimientos de liberación.
“La teología de la liberación”, una idea que se venía discutiendo desde mucho tiempo, tomo forma luego de la Conferencia de Medellín de 1968, donde se reunió el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Desde un mensaje de Juan XXVIII, en 1962, donde expresaba que: “frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y quiere ser: como la Iglesia de todos, particularmente, la Iglesia de los Pobres”, había surgido la idea de una Iglesia que se acerque a las necesidades de los pobres. En un contexto donde las dictaduras que gobernaban la región, dejaban una escasa o nula representatividad política y una enorme injusticia social. La idea de “Iglesia de los pobres” fue interpretada por algunos sacerdotes de tal manera que dio origen a la “teología de la liberación” y como un claro compromiso político y social destinado a transformar el mundo. De esta forma, el compromiso social hizo que los sacerdotes llamados “tercermundistas”, en los que predominaba una evangelización cargada de alto contenido social, se acercaran a los movimientos de liberación que utilizaban la lucha armada.
No toda la Iglesia tuvo esta postura, hubo en la época una notable reacción conservadora, que se plasmó en 1972, con la nueva conducción del CELAM. A su vez, la encíclica “Populorum Progressio” de Paulo VI, criticaba el sistema capitalista y denunciaba la situación de injusticia que se daba en el Tercer Mundo. Esta encíclica, aumentó aún más las posturas a favor de la “teología de la liberación. Muchos sacerdotes, que abrazaron estas ideas, fueron perseguidos y asesinados por defender estas prédicas evangélicas y llevarlas a la práctica.
Todos los derechos reservados Copyright 2007
Terminos y usos del sitio
Directorio Web de Argentina
Secciones
Portada del diario | Ediciones Anteriores | Deportes | Economia | Opinion|Policiales
Contactos
Publicidad en el diario | Redacción | Cartas al director| Staff