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AMPLIAR`El Inspector general´ se estrenó el sábado en el MUNT

Burocracia estatal a cielo abierto

En 1846 el escritor y dramaturgo, Nicolaí Gógol publica una inquietante obra satírica que causó tanto revuelo en la Rusia del Zar Nicolás I que tuvo que huir de San Petesburgo. El texto posee tanta vigencia histórica que Guillermo Montilla Santillán decidió armar una versión libre que se repone hoy a las 22 en el MUNT. Impecables actuaciones. Comentario.

Guillermo Montillan Santilán es un apasionado de la literatura rusa. Lo cual se evidencia en su pluma y puestas. Una de sus obras más destacadas en los últimos años fue Popesku debe morir, aclamada en varios países latinoamericanos.

Siempre conjuga el humor con la crítica social. La carencia de escenografía, otra de sus características.

Por eso no sorprende que para este año la Compañía Silfos haya elegido como estreno de la temporada 2011, El inspector general, de Nicolai Gógol, referente de las letras rusas. Como con Muchos ruidos y pocas nueces y Elena Federovna, el escenario son los jardines del MUNT. Ambiente excepcional para las otoñales noches tucumanas donde la frescura y los cielos despejados imponen un marco intimista pocas veces experimentado. De esta manera, el escenario solo está provisto de algunas luces, un banco y música ambiente.

El rumor de la visita de un inspector a una pequeña provincia rusa deja al descubierto todas las miserias y corruptelas de una sociedad en la que, a falta de cualquier instancia de control, el envilecimiento y el cohecho son monedas tan corrientes que se convierten en la norma.

La sátira tiene tanta vigencia que semejante situación se observa en innumerables países y provincias del mundo. Y por supuesto, Tucumán no es la excepción. Fernando Godoy, interpreta de forma sólida al Gobernador, un hombre que se aterroriza de solo pensar que este supuesto funcionario se dé cuenta de las barbaridades que se realizan en su gestión: una justicia inmoral, un gabinete excesivamente decadente, fuerzas policiales que carecen de sentido. 

La banalidad está representada en la mujer y cuñada del gobernador, dos personas seducidas por el dinero y el poder.

Quizás el único personaje diferente sea el comerciante, esto producto del momento histórico en el que se escribió la novela, mediados del siglo XIX, cuando la burguesía todavía era oprimida por la monarquía. En todo este enredo aparece una especie de “pícaro” (Sebastián Zamora). Un hombre, adicto al juego, pareciera un aristócrata en decadencia, pues tiene a un siervo. El poder político tratará de convencerlo, siempre a través del dinero, para que haga la vista gorda a esta montaña de corrupción por la que atraviesa la provincia. El tipo aprovecha la situación, seduce a las mujeres, se queda con la plata que los políticos le “prestan” para que no hable ante las autoridades nacionales y se retira. Por supuesto al final todos se enteran del engaño pero del ridículo no pueden escapar.

Buenas actuaciones de las trece personas que participan de la puesta. Vestuarios bien seleccionados y una dirección teatral que logra asemejar una provincia rusa del siglo XIX con un Tucumán del siglo XXI sin problemas.

La obra dura cerca de dos horas, por eso promediando la hora y media el público puede disfrutar de una copa de buen vino.

Sebastián Ganzburg