Correctora y traductora, fue una de las grandes poetas argentinas. Influida por la obra de Antonio Porchia es una coincidente con Enrique Molina y Olga Orozco, con quien la unió una intensa relación. Fue autora de "Árbol de Diana", con prólogo de Octavio Paz, "La tierra más ajena", "La última inocencia", "Las aventuras perdidas", "Los trabajos y las noches", "Extracción de la piedra de locura", "El infierno musical" y "La condesa sangrienta", su única obra en prosa. Bella y oscura. Se suicidó en 1972. VIDEO. Entrevista.
Por Marta Isabel Moia
[*]
Entrevista de Martha Isabel Moia, publicada en El deseo de la palabra,
Ocnos, Barcelona, 1972.
* Todos los asteriscos que aparecen hasta el final del texto hacen
referencia a poemas de Alejandra Pizarnik.
M.I.M. - Hay, en tus poemas, términos que considero emblemáticos y que
contribuyen a conformar tus poemas como dominios solitarios e ilícitos
como las pasiones de la infancia, como el poema, como el amor, como la
muerte. ¿Coincidís conmigo en que términos como jardín, bosque, palabra,
silencio, errancia, viento, desgarradura y noche, son, a la vez, signos
y emblemas?
A.P. - Creo que en mis poemas hay palabras que reitero sin cesar, sin
tregua, sin piedad: las de la infancia, las de los miedos, las de la
muerte, las de la noche de los cuerpos. 0, más exactamente, los términos
que designas en tu pregunta serían signos y emblemas.
M.I.M. - Empecemos por entrar, pues, en los espacios más gratos: el
jardín y el bosque.
A.P. - Una de las frases que más me obsesiona la dice la pequeña Alice
en el país de las maravillas: - «Sólo vine a ver el jardín». Para Alice
y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras
de Mircea Eliade, el centro del mundo. Lo cual me sugiere esta frase: El
jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me conduce a otra siguiente
de Georges Bachelard, que espero recordar fielmente: El jardín del
recuerdo- sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero.
M.I.M. - En cuanto a tu bosque, se aparece como sinónimo de silencio.
Mas yo siento otros significados. Por ejemplo, tu bosque podría ser una
alusión a lo prohibido, a lo oculto.
A.P. - ¿Por qué no? Pero también sugeriría la infancia, el cuerpo, la
noche.
M.I.M. - ¿Entraste alguna vez en el jardín?
A.P. - Proust, al analizar los deseos, dice que los deseos no quieren
analizarse sino satisfacerse, esto es: no quiero hablar del jardín,
quiero verlo. Claro es que lo que digo no deja de ser pueril, pues en
esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para
querer ver el jardín, aun si es imposible, sobre todo si es imposible.
M.I.M. - Mientras contestabas a mi pregunta, tu voz en mi memoria me
dijo desde un poema tuyo: mi oficio es conjurar y exorcizar.*
A.P. - Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para
que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho
que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético
implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es
reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos
heridos.
M.I.M. - Entre las variadas metáforas con las que configuras esta herida
fundamental recuerdo, por la impresión que me causó, la que en un poema
temprano te hace preguntar por la bestia caída de pasmo que se arrastra
por mi sangre.* Y creo, casi con certeza, que el viento es uno de los
principales autores de la herida, ya que a veces se aparece en tus
escritos como el gran lastimador.*
A.P. - Tengo amor por el viento aun si, precisamente, mi imaginación
suele darle formas y colores feroces. Embestida por el viento, voy por
el bosque, me alejo en busca del jardín.
M.I.M. - ¿En la noche?
A.P. - Poco sé de la noche pero a ella me uno. Lo dije en un poema: Toda
la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo
escribo la noche.*
M.I.M. - En un poema de adolescencia también te unís al silencio.
A.P. - El silencio: única tentación y la más alta promesa. Pero siento
que el inagotable murmullo nunca cesa de manar (Que bien sé yo do mana
la fuente del lenguaje errante). Por eso me atrevo a decir que no sé si
el silencio existe.
M.I.M. - En una suerte de contrapunto con tu yo que se une a la noche y
aquel que se une al silencio, veo a «la extranjera»; «la silenciosa en
el desierto»; «la pequeña viajera»; «mi emigrante de sí»; la que «quería
entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una
patria». Son estas, tus otras voces, las que hablan de tu vocación de
errancia, la para mí tu verdadera vocación, dicho a tu manera.
A.P. - Pienso en una frase de Trakl: Es el hombre un extraño en la
tierra. Creo que, de todos, el poeta es el más extranjero. Creo que la
única morada posible para el poeta es la palabra.
M.I.M. - Hay un miedo tuyo que pone en peligro esa morada: el no saber
nombrar lo que no existe.* Es entonces cuando te ocultás del lenguaje.
A.P. - Con una ambigüedad que quiero aclarar: me oculto del lenguaje
dentro del lenguaje. Cuando algo - incluso la nada tiene un nombre,
parece menos hostil. Sin embargo, existe en mí una sospecha de que lo
esencial es indecible.
M.I.M. - ¿Es por esto que buscas figuras que se aparecen vivientes por
obra de un lenguaje activo que las aluden?*
A.P. - Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión.
Este modo complejo de sentir el lenguaje me induce a creer que el
lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente podemos hablar de
lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a
pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las
sombras interiores. Es esto lo que ha caracterizado a mis poemas.
M.I.M. - Sin embargo, ahora ya no buscas esa exactitud.
A.P. - Es cierto; busco que el poema se escriba como quiera escribirse.
Pero prefiero no hablar del ahora porque aún está poco escrito.
M.I.M. - ¡A pesar de lo mucho que escribís!
A.P. - ...
M.I.M. - El no saber nombrar* se relaciona con la preocupación por
encontrar alguna frase enteramente tuya.* Tu libro Los trabajos y las
noches es una respuesta significativa, ya que en él son tus voces las
que hablan.
A.P. - Trabajé arduamente en esos poemas y debo decir que al
configurarlos me configuré yo, y cambié. Tenía dentro de mí un ideal de
poema y logré realizarlo. Sé que no me parezco a nadie (esto es una
fatalidad). Ese libro me dio la felicidad de encontrar la libertad en la
escritura. Fui libre, fui dueña de hacerme una forma como yo quería.
M.I.M. - Con estos miedos coexiste el de las palabras que regresan.*
¿Cuáles son?
A.P. - Es la memoria. Me sucede asistir al cortejo de las palabras que
se precipitan, y me siento espectadora inerte e inerme.
M.I.M. - Vislumbro que el espejo, la otra orilla, la zona prohibida y su
olvido, disponen en tu obra el miedo de ser dos,* que escapa a los
límites del döppelganger para incluir a todas las que fuiste.
A.P. - Decís bien, es el miedo a todas las que en mí contienden. Hay un
poema de Michaux que dice: Je suis; je parle á qui je fus et qui- je-
fus me parlent. ( ... ) On n'est pas seul dans sa peau.
M.I.M. - ¿Se manifiesta en algún momento especial?
A.P. - Cuando «la hija de mi voz» me traiciona.
M.I.M. - Según un poema tuyo, tu amor más hermoso fue el amor por los
espejos. ¿A quién ves en ellos?
A.P. - A la otra que soy. (En verdad, tengo cierto miedo de los
espejos.) En algunas ocasiones nos reunimos. Casi siempre sucede cuando
escribo.
M.I.M. - Una noche en el circo recobraste un lenguaje perdido en el
momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda
feroz sobre corceles negros.* ¿Qué es ese algo semejante a los sonidos
calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas?*
A.P. - Es el lenguaje no encontrado y que me gustaría encontrar.
M.I.M. - ¿Acaso lo encontraste en la pintura?
A.P. - Me gusta pintar porque en la pintura encuentro la oportunidad de
aludir en silencio a las imágenes de las sombras interiores. Además, me
atrae la falta de mitomanía del lenguaje de la pintura. Trabajar con las
palabras o, más específicamente, buscar mis palabras, implica una
tensión que no existe al pintar.
M.I.M. - ¿Cuál es la razón de tu preferencia por «la gitana dormida» de
Rousseau?
A.P. - Es el equivalente del lenguaje de los caballos en el circo. Yo
quisiera llegar a escribir algo semejante a «la gitana» del Aduanero
porque hay silencio y, a la vez, alusión a cosas graves y luminosas.
También me conmueve singularmente la obra de Bosch, Klee, Ernst.
M.I.M. - Por último, te pregunto si alguna vez te formulaste la pregunta
que se plantea Octavio Paz en el prólogo de El arco y la lira: ¿no sería
mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?
A.P. - Respondo desde uno de mis últimos poemas: Ojalá pudiera vivir
solamente en éxtasis haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo,
rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al
poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido
sacrificada en las ceremonias del vivir*.
*
Texto extraído de "Prosa Completa", Alejandra Pizarnik, págs. 311/315,
ed. Lumen, Buenos Aires, Argentina, 2003.
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