La hoja de parra esconde lo que a veces el pudor no permite mostrar en el arte pero también revela una larga historia de sexualidad, religión y censura. Desde los dioses de antaño, hasta las tallas en catedrales antiguas, estas frondas son un leitmotiv en la historia del arte.
La hoja de parra, la planta con la que Adán y Eva se taparon después de morder la manzana.
Desde los dioses de antaño, hasta las tallas en catedrales antiguas, estas frondas son un leitmotiv en la historia del arte.
A veces no más grande que ciertas partes de la anatomía humana, la hoja de parra esconde lo que en algunas épocas el pudor no permitía mostrar pero también revela una larga historia de sexualidad, religión y censura.
No tiene que ser una hoja de parra o de higo, puede ser un trozo de gaza, un taparrabos o hasta una enorme culebra. La hoja de parra es cualquier cosa que cubra lo inmencionable.
Pero hay algo que siempre es: censura. Su función es desviar los ojos y la mente de las partes bestiales del ser humano. Paradójicamente, a menudo ha tenido el efecto contrario.
La hoja de parra floreció o se marchitó de acuerdo con la moral prevalenciente en cada época.
No siempre la desnudez fue condenada.
En la Grecia Antigua, estaba muy lejos de provocar vergüenza o repulsión. En esa época se celebraba el cuerpo humano en todo su esplendor.
Pero, aunque las esculturas mostraban a seres desnudos, no eran diseñadas como objetos sexuales.
Muchas estatuas fueron inspiradas en atletas desnudos. Contaban una historia sobre esa persona y la sociedad en la que vivían. Eran vehículos, una manera de plasmar un mensaje en la esfera pública.
Una clave del mensaje era el pene pequeño: un símbolo de dominio y control. Y este pequeño miembro formaba parte de un cuerpo de una perfección imposible.
"En Atenas, en el siglo V a.C, estatuas de hombres musculosos y con cuerpos perfectos estaban por todas partes. Tener un cuerpo así significaba que eras un buen ciudadano griego, decía mucho de tus virtudes y también de tu cerebro", señaló la historiadora Carolina Vout de la Universidad de Cambridge.
"Exponer esas figuras por todas partes ponía el tema de la masculinidad a la orden del día. Decía: 'esto es lo que somos'", añadió la experta.
Pero los días de gloria de la desnudez estaban contados. Desde el primer siglo de la era común llegó a Europa una corriente que la sacó del paraíso: el Cristianismo.
En las raíces del arte judeocristiano está la imagen de Adán y Eva desnudos en el Paraíso Terrenal.
Pero luego, al pecar de desobediencia, como lo dice el Génesis, de la Biblia, "se les abrieron los ojos y ambos se dieron cuenta de que estaban desnudos". Cosieron, pues, unas hojas parra, y se hicieron unos taparrabos.
Quizás ningún otro verso de la Biblia ha tenido un impacto más profundo en la manera en la que concebimos nuestros cuerpos y el arte.
Y, al principio del siglo XIII, en Francia, esa idea fue tallada en piedra en la catedral de Notre Dame, en el corazón de París. En la escena de Adán y Eva en el paraíso, su desnudez está cubierta con la consabida planta.
La hoja de parra pasó a ser simbólica para la Iglesia cristiana de los primeros tiempos en un afán de remarcar el vínculo entre sexo, desnudez y pecado.
"La religión trata de controlar los deseos sexuales de la gente y muchas veces no alcanza su objetivo. Cuando pones hojas de parra en estas particulares partes de la anatomía, estás atrayendo más atención", indica la historiadora de Arte Medieval, Aurelie Perraut.
Ahora, todas esas magnificas estatuas del pasado eran vergonzantes. La solución: mutilar el ofensivo miembro.
La única vez que la Iglesia alentaba la representación de la carne desnuda era para reforzar el mensaje del pecado y la condenación.
En la fachada tallada de la Catedral de Orvieto, del siglo XIV, en Umbría, por ejemplo, los perdidos y los condenados se retuercen en el infierno, sin demasiadas prendas con las que cubrir su cuerpo.
La desnudez se permitía con la condición de que se mostrara como pecaminosa, horrible, diabólica.
Pero luego un escultor violó las reglas.
En mayo de 1504, y por cuatro largos días, 40 hombres pasaban apuros en las calles de Florencia. Estaban cargando una escultura de piedra. Era tan grande que hubo que ampliar algunas calles. La multitud se aglutinó para ver la obra. Pero sus expresiones de admiración pronto se tornaron en expresiones de horror.
No sólo se trataba de un gigante, sino que estaba completamente desnudo.
El David -esculpido por Miguel Ángel Buonarroti entre 1501 y 1504- fue apedreado.
"Tratemos de remontarnos a esa época cuando la gente vio esta estatua por primera vez. Fue absolutamente revolucionario. Virtualmente todos los David hechos antes, durante o después de Miguel Ángel estaban vestidos", le explica a la BBC el profesor de Historia del Arte, Jonathan Nelson.
"Miguel Ángel no rompe el molde. Él se preguntó: '¿Cómo represento el hombre más virtuoso?' Su respuesta fue: 'Mostraré su belleza interna a través de su belleza externa'", indicó Nelson.
La obra maestra del Renacimiento conmocionó de tal manera a los florentinos que sus partes íntimas no fue cubiertas con una hoja de parra sino con todo un racimo.
Varios siglos más tarde, el David de Miguel Ángel seguía escandalizando.
En el siglo XIX británico, la reina Victoria adoptó una idea similar sobre la desnudez, aunque muchos historiadores sostienen que la monarca tenía más interés en cierto sector de la anatomía que el que se le reconoce. Claro, en privado.
En una poco visitada bóveda del Museo londinense de Victoria y Alberto se puede apreciar una hoja de parra enorme creada especialmente para la monarca.
No para que ella la usara, obviamente, sino para que la usara una réplica del David de Miguel Ángel y, así, sus ojos pudieran contemplarlo sin rubores.
"Ninguno de los documentos con los que se cuenta sugiere que la reina pidió este accesorio. A puertas cerradas, la reina disfrutaba este tipo de obras de arte. De hecho, la reina Victoria y el príncipe Albert se regalaban cuadros, esculturas", indica Amy Mechowski, una curadora asistente del museo.
"Pero cuando se trataba de su imagen pública, había expectativas de que la rodeara cierto grado de decencia y moralidad. No fue necesariamente que ella la pidiera (la hoja de parra), quizás le fue impuesta", insinúa Mechowski.
En una plaza en otro lugar en la capital inglesa hay una estatua de Príapo, el dios clásico de la fertilidad. La pieza está completa en todos sus detalles excepto en uno de suma importancia que es su característica definitoria: su enorme miembro viril.
El pene de Príapo se encuentra a unos 560 kilómetros de distancia, donde fue guardado de mala gana por su creador, el escultor Alexander (Sandy) Stoddart.
Los artistas contemporáneos pueden mostrar el cuerpo desnudo en sus obras si así lo desean.
Pero como Sandy me explicó él podría estar violando la ley si exhibe a Príapo como lo había concebido, muy bien dotado y listo para la acción.
Si tan sólo hubiese usado una hoja de parra... uno no puede dejar de preguntarse.
Y es que la susodicha hoja aún sigue siendo un aditamento bastante elástico. Tan adaptable que incluso, cientos de años después de que comenzara a usarse, podría estirarse hasta llegar a ajustarse perfectamente a una escultura del siglo XXI.
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