Ras Lanuf, el último puesto de avanzada de la "revolución" libia en camino a Sirte, decenas de jóvenes voluntarios esperan ser llamados para subir a un jeep y dirigirse hacia el poblado de Ben Jawad, a pocos kilómetros donde se combate ferozmente contra el régimen.
Pero la misma Ras Lanuf fue ayer violentamente atacada por bombardeos de las fuerzas fieles a Muammar Kadafi.
Los revolucionarios que la defienden están orgullosos de mostrar que una vez más "los caza del coronel fallaron el objetivo".
Están ansiosos por señalar un gran bomba que no estalló, plantada en la arena del desierto, a pocos metros de la carretera, y de sus depósitos de arma.
"La lanzaron hace menos de una hora, pero todavía estamos acá y ellos muerden la arena", dice Rajab Gargun, que llega desde Ben Jawad en busca de municiones y que hasta hace tres semanas era un sargento del ejército.
No termina la frase cuando alguien grita: "hay un caza" y todos miran al cielo, mientras las tres o cuatro baterías antiaéreas, en el plazo de pocos cientos de metros, abren fuego.
Alguien dice después: "Allá, está arriba sobre la refinería", distante un par de kilómetros. Otras ráfagas de baterías antiaéreas se escuchan. En el horizonte se ve apenas un puntito negro, entre las nubes.
Rajab vuelve a hablar: "En Ben Jawad está aún muy peligroso. No vayan, disparan a todo lo que se mueve, incluso a los gatos".
De nuevo interrumpe su charla. Llegan a gran velocidad seis i siete camionetas pick-up y los choferes, que aparecen por la ventanilla con la ametralladora en mano, gritan: "Yallah, yallah. Vamos, vamos a Bin Jawad". Es la señal que todos esperaban, se escuchan ráfagas de kalashnikov al cielo, y coros de "Allah Akbar (Dios es grande)", mientras los voluntarios saltan a la caja de los vehículos.
"En Ben Jawad -dice Rajab- no hay banderas de Libia libre. Nadie la lleva al cuello. Sería un blanco. Los habitantes son ambiguos. Algunos tomaron el dinero de Kadafi y albergan a sus hombres, los ayudan a parecerse a los nuestros. Pero los reconocemos por cómo hablan, su acento y su dialecto".
Rajan agrega que "allí cada uno combate por sí solo. No tenemos un jefe".
Pero el "comandante Salah" es un jefe, está ahí cerca y controla sus armas y la de sus hombres, un grupo muy fiel. Es muy respetado, cuando a la mañana pasa por los puntos de control hacia la primera línea, los hombres lo reconocen y lo saludan, con invocaciones a Alá y ráfagas de ametralladoras al aire.
Con uniforme camuflado, turbante a lo Saladino, borceguíes brillantes y anteojos Ray Ban, Salah dejó el ejército y abrazó la "Jihad para la liberación de Libia". No traiciona emoción alguna cuando dice: "Mañana estaremos en Sirte (distante 150 kilómetros) y luego, pronto, en Trípoli", otros 450 kilómetros más.
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