Una versión libre del famoso texto de Moliere se presenta los viernes y sábados en el auditorio del Centro Cultural de la UNT. Dirigida por Pablo Parolo, esta obra es puro teatro. Cada uno de los actores y actrices ocupan la atención con elementos genuinos. Hay referencias sobre personas y cosas actuales, pero están alejadas de todo desborde.
Un grupo de actores se propone representar, con nuevos aires, el Tartufo de Moliere.
Sobre este simple esquema de teatro en el teatro, la agrupación independiente Compañía Filodramática de Socorros Mutuos recrea la pieza del famoso comediógrafo francés.
Es Moliere. Mejor dicho, el Moliere de Rodolfo (Guillermo Montilla Santillán), un director teatral cuya crispación irá adquiriendo niveles de alarma frente a los imponderables vaivenes de una puesta no tradicional.
“Es mi Moliere”, declama desafiante el personaje con monosilábico énfasis en el posesivo “mi”, mientras hilvana un juego teatral en el que se produce un permanente entrecruzamiento entre escenas sustanciales de la pieza del siglo XVII y las angustias del hoy y el detrás de la escena, ese espacio donde todo es prueba y error en medio de las humanas vanidades.
Es puro teatro. Y un ejercicio de teatro, porque este Tartufo es también, y en gran medida, un placentero acopio de registros, una sutil demostración de los abordajes que admite un texto para ser dicho y tomar cuerpo.
Así ocurre, por caso, cuando los enamorados Mariana (Vanesa Barrionuevo) y Valerio (otra vez Montilla Santillán) juegan una escena primero con la lentitud y los silencios del amor; e inmediatamente después, con el atolondramiento y la precipitación de dos jóvenes amantes.
Estos Tartufos -el del angustiado Rodolfo, el del director Pablo Parolo, el de los espectadores- invitan, a su vez, a ingresar a un mundo de referencias irónicas (aunque discretas) sobre el tiempo social e institucional que nos toca.
En la primera escena, una bola de espejos de local bailable pendiendo sobre el proscenio descoloca al público y a los actores ficticios: “Es que la sala ha sido alquilada para una fiesta”, se oye decir y queda entonces instalada, desde el mero inicio, una risa flotante que iluminará uno de los costados de la obra; en otros momentos se interpondrán reflejos y reflexiones –desde el franco texto molieriano- sobre la hipocresía social como imperativo de supervivencia.
Cada uno de los actores y actrices ocupan la atención con elementos genuinos: Gloria Berbuc suma experiencia, soltura y seducción a su Elmira, objeto del deseo de este Tartufo que Ricardo Podazza encarna con elogiable mesura, construyendo un personaje dotado de oscuro cinismo.
Andrés D’Andrea se desenvuelve con mucha chispa como el imbécil Orgón, y su extravío –como el actor Nicolás dell’Orso- en busca del tono para su personaje constituye uno de los momentos más risibles.
Gabriel Carreras brilla y su presencia cómica llena todos los espacios, en tanto que Vanesa Barrionuevo les pone intensidad y colores propios a sus roles de actriz joven y de Mariana.
Hay referencias sobre personas y cosas actuales, pero están alejadas de todo desborde, enriqueciendo el texto en virtud de la contención de los actores y la precisa marcación directriz.
Tartufo (Los Impostores) resulta un espectáculo de enorme calidad en lo actoral, lo textual y la dirección. Puede verse este sábado y domingo, sábados 15 y 22, siempre a las 22, en la sala del Centro Cultural de la UNT, 25 de Mayo 265.
Ernesto Klass
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