El régimen de Muamar Gadafi lucha aparentemente por frenar la revuelta social en Libia. Reportes originados en ese país destacan el avance territorial de la oposición y los preparativos del líder libio en la capital, Trípoli, así como el anuncio de un aumento del salario mínimo y la entrega de dinero a familias.
Muchos comentaristas sugieren que Libia vive la fase terminal de un régimen y que los recientes esfuerzos militares, de comunicación y económicos de Gadafi sólo ponen de manifiesto su vulnerabilidad.
Sin embargo, otros analistas se preguntan: si éste es el fin de Gadafi, ¿qué sigue después?
Libia es un país en donde las características de un Estado considerado normal simplemente no se aplican.
Gadafi creó un sistema de gobierno tan personal que prácticamente no dejó ningún espacio más allá de sí mismo, su familia y la reducida élite gobernante, compuesta por miembros de la propia tribu de Gadafi, Qadhadhfa.
A diferencia de Túnez o Egipto, las fuerzas que podrían haber coadyuvado a suavizar el proceso de transición, como los partidos políticos, los sindicatos, los grupos de oposición o las organizaciones de la sociedad civil, simplemente no existen en Libia.
Es un hecho. El país se ha distinguido por su casi total falta de instituciones, pues todo el poder ha sido concentrado en torno del "Líder Hermano".
Este culto a la personalidad ayuda a entender por qué Gadafi planea combatir hasta la muerte.
Aunque su poder parece debilitarse conforme la oposición se aproxima, él se mantiene aún en Trípoli, su tradicional base de poder.
Aunque si lograra quedarse en la ciudad, su capacidad para gobernar sería casi inexistente.
Los observadores dicen que sus acciones en los últimos días han destruido todo vestigio de credibilidad en su persona y en su régimen, y ahora es muy improbable que la represión por sí sola lo sostenga.
Todo esto pone a Libia en un apuro. En principio no existe una fuerza unificadora o una personalidad que pueda dar el paso adelante y asumir el gobierno, lo que plantea el riesgo de un enorme vacío de poder.
Hay varios actores como los líderes tribales que buscan tomar control de sus propias áreas, pero dada su larga historia de antagonismo no parece que éste vaya a ser un proceso armonioso.
Con armas circulando entre los manifestantes, la violencia emerge como una posibilidad seria. Muchos libios temen que lo que siga sea el caos y la anarquía o, en el peor de los casos, la guerra civil.
Esta última posibilidad quizás sea exagerada, pero la del conflicto y la violencia es real. En este escenario, los ataques de venganza son también probables.
Para evitar tal caos –con batallas, por ejemplo, entre bandas armadas y resabios de las fuerzas de seguridad de Gadafi-, algunos libios apuestan al ejército para que éste derroque a Gadafi y presida el proceso de transición.
El problema es que el de Libia no es un ejército profesional. Está dividido y Gadafi lo fue debilitando deliberadamente con la intención de evitar golpes de Estado. Y con todo, hay pocos signos de que los comandantes le esté retirando el apoyo al régimen.
Sin embargo, algunos elementos de las fuerzas armadas se han unido a los manifestantes, junto con un puñado de diplomáticos y figurasn del gobierno de alto nivel.
Es en estas figuras en las que, para los libios, reposan las mejores esperanzas para el país. Al lado de ellas están otros representantes de importancia, como miembros de la oposición en el exterior, intelectuales reformistas y figuras del ámbito religioso que no tardaron en apoyar a los manifestantes.
Todos ellos tendrían que trabajar estrechamente con los líderes tribales para sacar adelante a Libia.
Pero este escenario de "consenso" enfrenta dificultades por todos lados, empezando por los fuertes antagonismos entre el este y oeste del país.
Un Estado colapsado en Libia tendría graves implicaciones para Europa en particular, empezando con temas como el suministro de petróleo y la inmigración ilegal.
Para los europeos, quizá la mejor apuesta -en caso de que Gadafi caiga- sería acercarse a esas fuerzas que son capaces de administrar una transición y ofrecerles apoyo y asistencia en la construcción del Estado en el largo plazo. Este apoyo será crucial si Libia quiere sobrevivir una era post-Gadafi.
Los países vecinos estarán muy atentos.
Lo último que necesitan Túnez y Egipto, que viven su propio proceso de transición, es una Libia desestabilizada.
Esta última nación ha sido durante mucho tiempo una fuente de empleo para miles de egipcios y tunecinos y de intercambio comercial fronterizo.
Un triunfo de los opositores en Libia resonaría con fuerza en toda la región, empezando por Argelia, y representaría una advertencia para regímenes y como un faro de esperanza para personas que anhelan el cambio.
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