El presidente egipcio, Hosni Mubarak, cedió poderes el jueves a su vicepresidente pero se negó a renunciar, provocando una explosión de indignación en los centenares de miles de personas que desde hace más de dos semanas exigen su partida.
"¡Vete, vete!", "Te vamos a enterrar bajo tierra", clamaba la multitud concentrada en la plaza Tahrir de El Cairo, epicentro de la ola de protestas que se desencadenó el 25 de enero y dejó unos 300 muertos.
El aire se impregnaba de agresividad en la plaza y empezaron a oírse llamamientos a dirigirse al palacio presidencial para sacar a Mubarak por la fuerza, haciendo temer una nueva escalada de la violencia.
©AFP / pedro ugarte
En un esperado discurso televisado, Mubarak afirmó que participará en la transición hasta las elecciones presidenciales de septiembre, aunque anunció que delegará poderes al vicepresidente Omar Suleimán, sin precisar cuáles.
Dijo asimismo que está determinado a vivir y morir en Egipto, desalentando a quienes esperaban que partiese al exilio dejando vía libre a las reformas democráticas.
"¿Donde está el ejército? ¿Dónde está el ejército egipcio?", coreaba una muchedumbre furiosa que poco antes había oído que las Fuerzas Armadas estaban tomando "las medidas necesarias para proteger a la nación y apoyar las legítimas demandas del pueblo".
Pero el mandatario de 82 años, en el poder desde 1981, frustró todas esas expectativas.
©AFP / marco longari
"Soy consciente del peligro que representa esta encrucijada (...) y eso nos impone hacer pasar primero los intereses superiores de la nación", dijo Mubarak, antes de agregar: "He decidido delegar poderes al vicepresidente, conforme a la Constitución".
Inmediatamente después, Suleimán, un ex militar que dirigió los servicios secretos hasta que Mubarak lo nombró vicepresidente el mes pasado, instó a los manifestantes a regresar a sus hogares.
Según el embajador egipcio en Washington, Sameh Shukri, Suleimán es ahora "de hecho" el jefe de Estado.
El opositor y Premio Nobel de la Paz, Mohamed ElBaradei, instó al ejército a "salvar" a Egipto.
"Egipto va a explotar. El ejército tiene que salvar al país ya mismo", escribió ElBaradei en Twitter, poco después del discurso de Mubarak.
Las apuestas por la renuncia de Mubarak eran fuertes también en el extranjero, y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos consideraba poco antes del discurso que había una "fuerte probabilidad" de que ello ocurra, según dijo el director de la entidad, Leon Panetta, en una audiencia ante el Congreso en Washington.
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Y el presidente Barack Obama declaró que el mundo estaba viendo viendo la historia "en marcha" en Egipto.
En su discurso, Mubarak dijo que nuca aceptará "órdenes del extranjero".
La rebelión que puso al régimen al borde del abismo se inició el 25 de enero y cobró una nueva proporción en las últimas horas, con la entrada en huelga de decenas de miles de trabajadores en todo el país.
En los últimos días se señalaron también incidentes violentos en otras ciudades.
En Puerto Said (noreste), unos 3.000 habitantes de un suburbio que reclamaban viviendas decentes saquearon el jueves la sede central de la policía e incendiaron patrulleros y vehículos de los agentes, indicaron testigos a la AFP.
En El Jargo (sur), la policía dispersó el martes a balazos una manifestación, hiriendo a un centenar de personas, cinco de las cuales murieron el miércoles, según los servicios médicos.
Al enterarse de la muerte de los manifestantes, los habitantes enfurecidos incendiaron siete edificios oficiales, entre ellos dos comisarías, un tribunal y la sede local del PND.
Egipto, un aliado de Occidente, es uno de los dos únicos países árabes que firmaron un tratado de paz con Israel (el otro es Jordania) y controla el canal de Suez, por donde pasa la mayor parte del abastecimiento petrolero de los países industrializados.
Suleimán abrió el pasado fin de semana un diálogo con varias fuerzas de la oposición, que abarca desde sectores laicos a los Hermanos Musulmanes, para tratar de desactivar las protestas.
Mubarak ya había prometido al iniciarse el movimiento que no buscaría un nuevo mandato en la elección presidencial de septiembre.
Pero todo eso no bastó para apaciguar la rebelión.
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