Dubinet se sentó sin mencionar palabra. El otro en cambio tomó un sorbo de coñac y apoyó la copa con la frialdad del hielo. -Debo reconocerle la jugada, Dubinet. Es usted de esos hombres que sabe, aún en las circunstancias más desafortunadas, encontrar un resquicio de donde aferrarse...
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Rodrigo de Valmorás
I
Dubinet se sentó sin mencionar palabra. El otro en cambio tomó un sorbo de coñac y apoyó la copa con la frialdad del hielo.
-Debo reconocerle la jugada, Dubinet. Es usted de esos hombres que sabe, aún en las circunstancias más desafortunadas, encontrar un resquicio de donde aferrarse.
Basilio Dubinet permanecía mudo e imperturbable apoyado en su bastón y con los ojos fijos en los ojos del otro.
-Asumo que el telegrama era una información falsa. No hay ninguna cita en cierne con el pequeño Dosantos.
-La hay.
El muchacho ladeó la cabeza sin perder la sonrisa.
-¿Alteró el contenido del telegrama? ¡Ah! Entiendo. Hubo otro primero y luego un segundo a manera de sueñuelo. Atinado. El buen López mordió el anzuelo como el mejor. Está bien, tarde o temprano cometería un traspié. El hombre se ha esforzado mucho en todo esto, hay que concederle un tropiezo. El verdadero encuentro será en otra hora y otro lugar.
-El verdadero encuentro se está llevando a cabo en la casa de Oliverio.
El otro se tomó una pausa antes de soltar una risa apagada.
-¡Bravo! Nos ha sacado del medio como un verdadero maestro y ni siquiera me da tiempo de dar aviso a los míos para que actúen de inmediato. Dubinet, es usted un adversario de alcurnia. –sacó una cigarrera de plata, tomó un cigarrillo de origen francés y lo encendió- Nunca tuve oportunidad de felicitarlo por su trabajo en el pasaje Bertrés. Su apreciación de los hechos fue de una exactitud digna de elogio. Le confieso que he admirado su capacidad para deducir todo este asunto. Lo del muchacho Domingo, por ejemplo. ¡Brillante! Una exquisita muestra de un talento deductivo sin parangón. Es una pena tanto derroche de genialidad en vano.
-¿En vano?
-En vano.
-¿Si?
-Su empresa, Dubinet no tiene otra plaza que el fracaso. Me temo que estaba destinada a eso aún antes de empezar.
El viejo se permitió apoyar la espalda contra el respaldar y un movimiento lento y semicircular con la cabeza.
-Los hechos hasta el momento no se han dado de modo fortuito. –su voz era portadora de una seguridad portentosa que producía un sentimiento agrio. El sur dotaba a los hombres de esa cadencia petulante.
-Así es.
-Es mi voluntad, Dubinet, la que ha empujado cada acción, la que digita este drama y la que le opondrá a tu voluntad un obstáculo infranqueable.
-¿Infranqueable?
-Inaccesible aún para un hombre como tú. Y los hechos acaecidos hasta el momento dan testimonio de lo que digo.
-Las circunstancias nos encuentran en este lugar uno frente al otro.
-Una victoria a la que no le quito mérito. –hizo una pausa y agregó confidente- Te enfrentas contra un enemigo más allá de tu nivel. Aquí me tienes, frente a ti y qué ha cambiado. Nada, Dubinet. Déjame ilustrarle el camino en tu búsqueda de la verdad. Indagarás como un sabueso y despertarás más muertes y seguirás por sendas que te llevarán casi a la luz, pero aún cuando encuentres la tan dichosa verdad no podrás hacer nada con ella. ¿Quieres un consejo compasivo? Abandona el caso ahora, cuando estás en la cima. No podrás escalar más alto y…
-No.
Fue un sonido seco, como el golpe de un pedrusco al golpear una superficie dura.
-Entiendo la obstinación, créeme que lo hago. Y lo siento por ti. La derrota es, en el mejor de los casos, inevitable. Las fuerzas a las que te enfrentas, mi querido amigo, nos superan a ambos en potestad.
-Entiendo.
-¿No me crees?
-Le creo.
-¿Y entonces?
-También la fuerza que me impulsa nos superan en potestad, Valmorás.
-Noble, pero inútil.
-Me permitiré el riesgo del fracaso. Me pregunto: ¿Puede permitírselo usted, Rodrigo?
Y sin articular otro sonido, sin esperar reacción alguna en el rostro del otro, se puso de pie áspero como era su costumbre y se dio la vuelta sin dignarle una venia. Para ese entonces Juan Dosantos ya estaría en lugar seguro y aquello que tanto la policía como el asesino habían buscado con ansias ya sería suyo. No necesitaba saber más para emprender la marcha.
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