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30/01/2013 - Un día como hoy pero de 1951

Getulio Vargas es investido presidente de Brasil

Tras su victoria electoral en octubre, a los cinco años de haber sido depuesto del poder, al que había accedido con anterioridad en tres ocasiones y tras haber fundado el "Estado Novo" brasileño. El legado que dejó no es poco: el Brasil de la actualidad, la mayor potencia industrial del hemisferio sur y una de las diez mayores masas económicas del mundo. La figura política más importante de Brasil.

 
 Getulio Vargas y el Brasil moderno

Por el Profesor Luis Alberto Moniz Bandeira*

A la pregunta sobre cuál es el legado histórico del presidente Getúlio Vargas, que ejerció el poder en Brasil entre 1930 y 1945, y después entre 1951 y 1954, se puede contestar: el Brasil de la actualidad, la mayor potencia industrial del hemisferio sur, Brasil potencia regional y una de las diez mayores masas económicas del mundo, con un PBI de U$S 1.536 trillones, casi igual al de Italia (U$S 1.667), estimado según la paridad del poder de compra.

 

 

A él se debe la creación de las grandes empresas que posibilitaron el desarrollo industrial de Brasil, entre las cuales se destacan la Compañía Siderúrgica Nacional, la Petrobrás y la Compañía Vale do Rió Doce. 

 

Brasil, antes de Getúlio Vargas, era un país predominantemente agro-exportador. En el siglo XX, su alineamiento con los Estados Unidos, particularmente entre 1915 y 1930, reflejó, entre otros factores, una situación de complementariedad económica, en que Brasil dependía cerca del 60% a 70% de las exportaciones de café y éstas, en igual proporción, del mercado americano. Pero, desde que conquistó el poder, con la revolución de 1930, Vargas empezó a impulsar el proceso de industrialización y diversificación del comercio exterior, como un proyecto de Estado, con el objetivo de superar la situación de dependencia, en que la monocultura del café mantenía al Brasil, subordinándolo a los dictámenes de un mercado cuyo control estaba a millares de millas de distancia.

 

Pero los esfuerzos para la industrialización de Brasil casi siempre colisionaron con los intereses de capitales extranjeros, más precisamente con los intereses de Inglaterra y de los Estados Unidos, que peleaban para  mantener el mercado brasileño cautivo para exportación de sus manufacturas. El conflicto entonces se agravó, cuando el gobierno de Getúlio Vargas, delante de las dificultades de la balanza de pagos y de la crisis general del capitalismo, en consecuencia del colapso de la bolsa de Nueva York (1929),  empezó a intervenir directamente en la economía, tanto para regular las relaciones de trabajo, cuanto para romper el bloqueo impuesto por los monopolios internacionales a los sectores básicos de la producción.

 

Vargas, cuyo primero gobierno (1930-1945), dictatorial durante algunos años (1937-1945), há reflejado una estrategia de compromiso, vinculó el proletariado urbano a la fracción de la burguesía volcada hacia el mercado interno, mediante la institución de leyes sociales, y atribuyendo al Estado un decisivo papel en el  desarrollo del país, jugando con las contradicciones entre las grandes potencias industriales para concretizar importantes emprendimientos, como la implantación de la primera usina siderúrgica nacional, e Volta Redonda.

 

Así, al firmar con los Estados Unidos el Tratado de Comercio y Reciprocidad, en 1934, celebró, al mismo tiempo, el Acuerdo de Compensaciones con Alemania, que se convirtió en su principal proveedor de manufacturas y su segundo mayor cliente de productos primarios, entre 1934 y 1938

 

. Por otro lado, él buscó tanto con los Estados Unidos como con Alemania la cooperación técnica y financiera para el montaje del complejo siderúrgico, antigua aspiración de las Fuerzas Armadas brasileñas. 

 

Al percibir que la United States Steel y otras empresas privadas norteamericanas no querían asumir el emprendimiento, Vargas trató de negociar con la Krupps, de Alemania la instalación de la siderúrgica.  Cuando irrumpió la Segunda Guerra Mundial, en 1939, la posición de Brasil, era de neutralidad y el Alto Comando de las Fuerzas Armadas, favorable a la Alemania nazi, oponíendose a la pretensión de los Estados Unidos de instalar bases militares en el Nordeste brasileño, región de relevancia estratégica, dado que se confrontaba con África Occidental y se proyectaba sobre todas las rutas del Océano Atlántico. 

 

El 11 de junio de 1940, al evidenciarse, tres días antes de la caída de París, el colapso total de Francia ante las tropas de Adolf Hitler, Vargas, a bordo del acorazado Minas Gerais , pronunció para las Fuerzas Armadas un discurso de cuño nacionalista y socializante, en que distanció a Brasil de los Estados Unidos, al declarar que la época de los “liberalismos imprevisibles” había pasado y que se estaba asistiendo a la “exacerbación de los nacionalismos, las naciones fuertes imponiéndose por la organización basada en el sentimiento de la patria y sustentándose por la convicción de la propia superioridad.

 

Según él, la “economía equilibrada” no conformaba más “el monopolio del confort y de los beneficios de la civilización por clases privilegiadas” y de ahí porque el Estado debía asumir la “obligación de organizar las fuerzas productivas”, no para garantizar lucros personales o ilimitados a grupos cuya prosperidad se basaba en la explotación de la mayoría, pero sí para el engrandecimiento de la colectividad.

 

La democracia económica debería sustituir a la democracia política, pues no había más lugar para los “regímenes fundados en privilegios y distinciones” – afirmóv.  Este discurso, que hasta los comunistas brasileños, presos o en el exilio, aplaudieron por interpretarlo como un “gran golpe en la política de sumisión al imperialismo norteamericano”i y estar aún la URSS pactada con la Alemania nazi, fue percibido como “germanófilo” y consternó al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Rooseveltvii, por dejar entrever la amenaza de alineamiento de Brasil con las potencias del Eje.

 

Vargas, mientras tanto, alcanzó su objetivo. Al día siguiente al discurso a bordo del acorazado Minas Gerais, recibió la información de que Roosevelt se disponía a conceder la financiación para que una empresa del Estado brasileño instalase, en su territorio, un gran complejo siderúrgico. Aún así, de modo de asegurar que el gobierno norteamericano cumpliese la promesa, Vargas, el 29 de junio, Minas Gerais , resaltando que “motivos de ninguna índole”, de orden moral o material, aconsejaban a Brasil tomar partido por cualquiera de los pueblos en guerra y que su solidaridad con los Estados americanos para la defensa común, en fase de amenazas o intromisiones extrañas, no lo obligaba a intervenir en luchas “fuera del continente”viii.  Y agregó que la solidaridad interamericana, para ser duradera, debía basarse en el “mutuo respeto de las soberanías nacionales” y en la “libertad de organización política de cada pueblo”, según sus propias tendencias, necesidades e intereses. reafirmó lo que dijera en el

 

Vargas, con todo, era conciente de que Brasil, no sólo por depender del mercado norteamericano para la colocación de la producción del café, como por su posición estratégica en el Atlántico Sur, debería fatalmente acompañar a los Estados Unidos, cuando Roosevelt, una vez reelecto y vencidas las tendencias aislacionistas, encontrase el pretexto para entrar en guerra, al lado de Gran Bretaña.  Los Estados Unidos necesitaban de la cooperación efectiva de Brasil, dada la importancia de su posición estratégica en América del Sur, y difícil sería obtenerla, si la Krupp invirtiese en la implantación de la siderurgia, fortaleciendo los sectores nazi-fascistas, sobre todo en la cúpula de las Fuerzas Armadas, dentro del gobierno de Vargas.

 

 La expansión del conflicto armado con Alemania al continente americano iba a ser inevitable, dado que los nazis, ocupando ya el norte de África, podrían atravesar el Océano Atlántico, si Brasil no permitiese que los Estados Unidos instalasen bases militares a lo largo de su litoral y reaccionase militarmente frente a cualquier tentativa de ocupación por la fuerza, según lo planificado en el Pentágono. 

 

Con esta medida extrema, el general Lehmann Miller, jefe de la Misión Militar Americana, llegó a amenazar al ministro de Guerra, general Eurico Dutra, y escuchó la respuesta, en un clima de exaltación, que los soldados norteamericanos serían recibidos a balazos si desembarcaban en territorio brasileño sin autorización.  A Roosevelt tal escenario no le convenía en ninguna hipótesis y él, como en el caso de Méjico, optó por la negociación.

 

Alrededor del 27 de agosto de 1941, el gobierno norteamericano aseguró entonces el crédito de U$S 20 millones para que una empresa estatal (Companhia Siderúrgica Nacional), creada por el gobierno Vargas, construyese en Volta Redonda (Estado de Río de Janeiro) el mayor complejo siderúrgico de América Latina, asentando los cimientos de la industrialización de Brasil.

 

Cerca de tres meses después, Brasil completó las negociaciones con Argentina y, el 21 de noviembre de 1941, los cancilleres Oswaldo Aranha (Brasil) y Enrique Ruiz-Guiñazú (Argentina), celebraron un tratado, manifestando, “el propósito de conseguir – establecer en forma progresiva un régimen de intercambio libre, que permita llegar a una unión aduanera/…/, abierta a la adhesión de los países limítrofes, lo que no sería obstáculo para un amplio programa de reconstrucción económica que, bajo la base de la reducción o eliminación de derechos y otras preferencias comerciales, viniese a desarrollar el comercio internacional, basado en el principio multilateral e incondicional de la nación más favorecida”.

 

 El 7 de diciembre, sin embargo, los aviones japoneses bombardearon Pearl Harbor, y la evolución de los acontecimientos terminó por alejar a Brasil de Argentina.  Vargas telegrafió a Roosevelt, ofreciendo solidaridad a los Estados Unidos, pero resistió romper las relaciones de Brasil con las potencias del Eje, no obstante la insistencia de Oswaldo Aranha.  Estaba claro, para él, que los países de América Central y del Caribe tomaron tal actitud, no “espontáneamente” y sí “coaccionados” por la presión norteamericana .

 

Tal recalcitrancia resultaba no sólo de inclinación personal, por cuanto estaba “aprehensivo” con el hecho de que los norteamericanos querían arrastrar a Brasil a una guerra que le parecía inútil, como de factores relacionados con la política interna y externa de su gobierno.  Por un lado, el ministro de Guerra, general Eurico Dutra, y otros oficiales del Alto Comando del Ejército simpatizaban con el nazi-fascismo y amenazando renunciar a sus cargos, se oponían al rompimiento de relaciones con las potencias del Eje, bajo el argumento de que los Estados Unidos aún no habían cumplido la promesa de enviar material bélico y las Fuerzas Armadas brasileñas no estaban equipadas para defender el territorio nacional, en caso de ataque derivado de su involucramiento en la guerra. 

 

Por otro lado, los jefes militares brasileños se manifestaban contrarios a que el gobierno apoyase una decisión inaceptable para Argentina, cuya amistad Vargas consideraba “parte integrante de un programa de gobierno”xiii.

 

Vargas mantuvo esta posición, durante la Tercera Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos, que se realizó en Río de Janeiro (15 al 28 de enero de 1942), convocada por los Estados Unidos con el objetivo de forzar a los estados americanos, en nombre de la solidaridad continental, a romper relaciones con las potencias del Eje, por causa del ataque de Japón a Pearl Harbor.  Él con todo, ya había autorizado que los Estados Unidos instalaran bases militares a lo largo del litoral de Brasil, después de asegurar el financiamiento para la construcción de la siderúrgica en Volta Redonda. Y no le quedó otra alternativa si no ceder al llamado personal de Roosevelt, acrecentado por el compromiso de atender sus otras demandas (prioridad para la fabricación de los equipamientos de la industria siderúrgica y el suministro inmediato del material bélico), así como por las amenazas indirectas del embajador Sumner Welles, sub-secretario del Departamento de Estado, al decirle que los Estados Unidos cortarían todos los recursos de Argentina y provocarían la caída del gobierno de Buenos Aires, si ella no acompañase en la guerraxiv.  En tales circunstancias, Vargas, después de mostrar a los jefes militares y a su ministerio las ventajas o las consecuencias, que advendrían de la actitud de Brasil, y vencer las resistencias, autorizó al canciller Oswaldo Aranha a clausurar la III Reunión de Consulta de los Cancilleres Americanos, anunciando el rompimiento de las relaciones de Brasil con las potencias del Ejexv.

 

 Como represalia, los submarinos de Alemania y de Italia comenzaron a atacar navíos brasileños y, entre febrero y agosto de 1942, hundieron cerca de 20, lo que forzó al gobierno de Vargas, frente al clamor público, a abandonar la neutralidad y formalizar el estado de beligerancia contra aquellos dos paísesxvi.  Esta decisión separó a Brasil, políticamente, de Argentina y la secuencia de acontecimientos inviabilizó cualquier tentativa en el sentido de constituir la unión aduanera y extenderla a los países limítrofes en América del Sur.

 

Al final de la Segunda Guerra Mundial, un sector del gobierno de los Estados Unidos, bajo la presidencia de Henry Truman, decidió desembarazarse de Vargas, a fin de impedir, entre otros motivos, que Brasil formase un eje nacionalista con Argentina, donde el general Juan Domingo Perón había recuperado el poder con la movilización de la masa trabajadora.  El 29 de setiembre de 1945, el embajador de los Estados Unidos en Río de Janeiro, Adolf Berle Jr., hizo un discurso, en el que no solamente reclamaba la realización de las elecciones en la fecha prevista (2 de diciembre), como condenaba la propuesta de convocatoria de la Constituyente con Vargas en el gobierno.  El pronunciamiento causó un fuerte impacto en la opinión pública, con los líderes de la oposición, ya previamente informados, aplaudiéndolo, mientras que los laboristas y comunistas protestaban contra aquella ingerencia abierta y frontal en los asuntos internos de Brasil.  El propio Vargas, frente a cerca de 100.000 personas, que, el día 3 de octubre, desfilaron por las calles de Río de Janeiro gritando “Queremos a Getúlio”, respondió que “no preciso buscar ejemplo en lecciones en el extranjero.  Poseemos los principios de democracia en nuestras tradiciones de democracia política, étnica y social”.

 

El temor de que los episodios de Argentina se reprodujesen en Brasil llevó entonces al ministro de Guerra, general Pedro Aurélio de Góes Monteiro, que fuera simpatizante de Alemania nazi y después estrechara sus vínculos con los Estados Unidos, a precipitar, sponte sua o no, el desenlace de la crisis.  El 29 de octubre, doce días después de la victoria de Perón, él ejecutó el plan de “defensa del orden contra la acción subversiva” y, movilizando tanques, cañones y ametralladoras sin que oficiales y soldados supiesen cuál era el objetivo, obligó a Vargas a renunciar, no para asegurar la restauración de la democracia política, ya en curso, y sí para evitar su ampliación social, debido a la creciente participación de la masa trabajadora en el movimiento queremista (“Queremos Getúlio”), promovido por los líderes sindicales, laboristas y comunistas, a favor de la Constituyente con Vargas.

 

El funcionamiento de la Compañía Siderúrgica Nacional, desde 1946, constituyó la mayor operación en gran escala en la industria pesada de América Latina.  Y Brasil necesitaba concentrar sus esfuerzos en la consolidación de las industrias de base, en la producción de máquinas y equipamiento para sustituir las importaciones, aliviar los encargos de balanza de pagos y posibilitar la auto-sustentación y la auto-transformación del capitalismo.  Estas necesidades del proceso productivo, generadas por la instalación de un complejo siderúrgico en un país donde existían abundantes yacimientos de hierro y había un parque industrial de bienes de consumo, modificó, gradualmente, el perfil de los intereses nacionales, a lo largo

 de los años 50.

 

Vargas volvió al poder, a través del voto, en 1951, y trató de consolidar el proceso de industrialización, retomando la orientación nacionalista. Y el secretario de Estado, Dean Acheson, observó, en Memorandum al presidente Truman, que él adoptaría una orientación “socialista” y definidamente “nacionalista”, lo que lo llevaría a oponerse a las políticas liberales que los Estados Unidos intentaban propagar en el campo del comercio internacional.  También el embajador de Gran Bretaña, Neville Butler, percibía que Brasil, con Vargas en el gobierno, no sería un “dócil adepto” de los planes económicos y militares de los Estados Unidos para América Latina, cuyas aspiraciones él estaba decidido a interpretar, y procuraría seriamente contener su influencia o contraponer a ella la de Europa, pero no trataría de estrechar, por el momento, relaciones con Argentina, por miedo de inquietar los gobiernos de Washington y de Londres. De hecho, Vargas, desde los primeros meses de su administración, se empeñó en el sentido de compensar la dependencia de Brasil con relación a los Estados Unidos, buscando en Europa mercados para sus exportaciones, sobre todo de café, y nuevas fuentes que le suministrasen equipamientos y tecnología.

 

Las discrepancias entre los intereses de Brasil y las políticas de los Estados Unidos, mientras tanto, comenzaron a aparecer con el retorno de Getúlio Vargas al gobierno, en 1951.  El funcionamiento de la Compañía Siderúrgica Nacional desde 1946, constituía la mayor operación a gran escala en la industria pesada de América Latina.  Brasil necesitaba concentrar sus esfuerzos en la consolidación de las industrias de base, en la producción de máquinas y equipamientos, para sustituir las importaciones, aliviar los encargos de la balanza de pagos y posibilitar la auto-sustentación y la auto-transformación del capitalismo.

 

 Estas necesidades del proceso productivo, generadas por la instalación de un complejo siderúrgico en un país donde existían abundantes yacimientos de hierro y había un parque industrial de bienes de consumo, modificó, gradualmente, el perfil de los intereses nacionales, a lo largo de los años 50. 

 

En la IV Reunión de Consulta de la OEA, el profesor Francisco Clementito de San Tiago Dantas, consejero económico de la delegación brasileña, criticó la política de defensa de los Estados Unidos, enfatizando que la “agresión interna”, esto es, la revolución, constituía la principal amenaza que pendía sobre los países del hemisferio, y que el medio de evitarla era la urgente elevación del nivel de vida de sus pueblos. Según San Tiago Dantas, que fue interrumpido por una salva de palmas cuando se refirió a las áreas de pobreza y miseria marcando el continente, América Latina iba a sufrir aún más con las consecuencias del programa de defensa de los Estados Unidos.

 

La divergencia de Brasil con los Estados Unidos tuvo repercusiones. The Washington Post comentó que los dos países “jugaron a las riñas” en la IV Reunión de Consulta.  Un telegrama de France Press, publicado en el Diario de Notícias de Río de Janeiro, resaltó que Brasil y los Estados Unidos, “por primera vez en la historia, se presentaron en campos opuestos”. Y el canciller João Neves da Fontoura recibió el aplauso de la delegación brasileña y de las delegaciones de los demás países latinoamericanos, “por no haber seguido la línea de transigencia ilimitada con los Estados Unidos”, a cambio de un posible tratamiento favorable en las conversaciones bilaterales.

 

 Esta línea de “transigencia ilimitada”, observó San Tiago Dantas, habría sido seguida en otras ocasiones y “siempre sin resultado”.  En la IV Reunión de Consulta, mientras tanto, Brasil mantuvo el “rigor de una resistencia moderada” y consiguió la aprobación de “fórmulas mucho más eficaces” para la acción diplomática futura, conquistando “prestigio para las negociaciones bilaterales en las que obtuvo resultados mejores que los del pasado”xxvii.  Y los Estados Unidos no alcanzaron plenamente su objetivo, que era el de movilizar el apoyo de América Latina para la intervención en Corea y a la preparación de la guerra contra la Unión Soviética y el Bloque Socialista.  La solidaridad no pasó de la hoja de papel en la declaración anti-comunista, aprobada por las 21 naciones del continente.

 

Las autoridades americanas frecuentemente, según observó el politólogo Peral K. Haines, confundieron las fuerzas emergentes del nacionalismo en Brasil, que no entendían, con el comunismo, y las percibieron como una formidable amenaza a los objetivos de los Estados Unidos en el sentido de crear en el hemisferio un bulwark anti-comunista, próspero y estable.  La amenaza comunista, vista de los dos países – Brasil y Estados Unidos - era, sin embargo, diferente como se evidenció en la IV Reunión de Consulta de la OEA.  El principal problema para Brasil no era la invasión de la Unión Soviética ni la amenaza de dominación del comunismo, sino, sobre todo, la inestabilidad y la subversión interna.

 

Brasil, en aquella época, resentía el hecho de que, desde 1945, no había recibido ningún tipo de apoyo al esfuerzo de desarrollo, a pesar de la colaboración en la Segunda Guerra Mundial y del alineamiento con los Estados Unidos, en que el gobierno del presidente Eurico Gaspar Dutra (1946-1951) perseveró, mientras millares de dólares afluían para Europa, a través del Plan Marshal.  El embajador americano Herschell V. Jonson percibió que los líderes políticos en Brasil ya cuestionaban la utilidad de la línea de íntima colaboración económica con los Estados Unidos que las relaciones entre los dos países se habían trabado en un “círculo vicioso de las dificultades políticas conflictivas xxix.  Mientras continuase respaldando, en general, la política exterior de los Estados Unidos, en el contexto de la Guerra Fría, Vargas se rehusó a enviar tropas a Corea y ejecutaba internamente una política económica nacionalista. 

 

Durante su segundo gobierno, Vargas instituyó el monopolio estatal del petróleo, creando la Petrobrás, elaboró el proyecto de la Eletrobrás, negoció con científicos alemanes la compra de tecnología nuclear para enriquecimiento de uranio por medio de la ultra-entrifugación, encareció las importaciones de bienes de capital, por con Instrucción 70, de la Superintendencia de la Moneda y del Crédito (sumoc), e intentó el control sobre las transferencia de ganancias para el exterior exterior. Tales iniciativas, con el objetivo de solucionar los problemas de energía,  inducir la fabricación de máquinas y equipos en Brasil y  contener la evasión de capitales, afectando los intereses monopolísticos de poderosas corporaciones internacionales, que se aliaron con la burguesía comercial, beneficiaria de los negocios de importación e exportación y  fomentaron la campaña para derrocar el gobierno. En el medio de la crisis política y militar, el 24 de agosto de 1954, Getúlio Vargas se suicidó con un tiro en el corazón, responsabilizando a los grupos internacionales por la “campaña subterránea” contra su administración.

 

Ante el impacto político de la denuncia, amplificado emocionalmente por la tragedia del suicidio, las multitudes se arrojaron a las calles de Río de Janeiro, San Pablo, Porto Alegre, Salvador y otras ciudades brasileñas, donde, por más de dos días, depredaron no sólo radios, periódicos y sedes de los partidos de oposición, sino también casas comerciales, bancos y cualquier otro establecimiento, como estaciones de gasolina, que indicasen la vinculación con capitales norteamericanos. 

 

Estas manifestaciones populares inhibieron la efectivización del golpe militar y la implantación del “Estado de excepción”, según pregonaba el periodista Carlos Lacerda, de la Unión Democrática Nacional (UDN). El vicepresidente de la República, João Café Filho, asumió el gobierno, de acuerdo con los preceptos de la Constitución, aunque organizó su gabinete con los políticos de la UDN. En tales condiciones, con el Congreso  funcionando y las libertades públicas en vigencia, los liberales-conservadores no pudieron revertir la obra económica y social de Vargas, inclusive porque la mayoría de las Fuerzas Armadas defendía el proceso de industrialización.

 

El suicidio de Vargas constituyó el turning point en la conciencia nacional, reflejando los cambios, que se dieron en la estructura económica y social de Brasil, acelerados a partir de 1930, debido al proceso de industrialización, incentivado como un proyecto de Estado.

 

Brasil dejaba entonces de ser un país predominantemente rural, con base en el monocultivo de café, y la población urbana comenzaba a suplantar a la población rural. Y el Partido Social-Demócrata (PSD), con el apoyo del Partido Laborista Brasileño (PTB), las mismas fuerzas políticas que sustentaron el gobierno de Vargas, lanzó la candidatura de Juscelino Kubitschek, gobernador de Minas Gerais, a la presidencia de Brasil.

Traducido para  LA ONDA digital por Cristina Iriarte

Luiz Alberto Moniz Bandeira es doctor en Ciencia Política, profesor catedrático de historia de la política exterior de Brasil en la Universidad de Brasília (jubilado) y autor de varias obras, entre las cuales, Argentina, Brasil y Estados Unidos y La Formación de los Estados en la Cuenca del Plata, traducidas para el español y publicadas por la Editorial Norma, de Buenos Aires.

 

 



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