Hoy suena casi redundante preguntarlo, ¿pero quién en 2003, con un Estado quebrado, con un país abatido, podía pensar que seríamos capaces de lograr lo que alcanzamos? Desde que Juan Domingo Perón escribiera, tras la muerte del Che Guevara que “era uno de los nuestros, quizás el mejor”, decir sobre alguien que ha muerto que era “el mejor de nosotros” suena a lugar común, o a frase gastada, su uso y abuso. Sin embargo, me resulta imposible no recurrir a ella cuando recuerdo a Néstor. Por Juan Abal Medina
Hoy suena casi redundante preguntarlo, ¿pero quién en 2003, con un Estado quebrado, con un país abatido, podía pensar que seríamos capaces de lograr lo que alcanzamos?
Desde que Juan Domingo Perón escribiera, tras la muerte del Che Guevara que “era uno de los nuestros, quizás el mejor”, decir sobre alguien que ha muerto que era “el mejor de nosotros” suena a lugar común, o a frase gastada, su uso y abuso. Sin embargo, me resulta imposible no recurrir a ella cuando recuerdo a Néstor.
Una muerte que nos sorprendió a todos y que por su contundencia permitió a una sociedad, acosada diariamente por el discurso con pretensiones narcotizantes del multimedio, a recordar quién era realmente este hombre que fue capaz de reconstruir la autoestima y la voluntad de un país que parecía acabado.
Ese hombre, al que tuve la enorme suerte de acompañar en estos últimos
tiempos, fue sin dudas alguien muy especial, pero a la vez muy normal,
alguien que nunca dejó de ser “uno de nosotros”. Néstor fue alguien que,
sin dejar de sentirse jamás un hombre común “con responsabilidades
especiales”, como gustaba decir, afrontó tareas titánicas que el resto
de nosotros veíamos imposibles y lo hizo con la certeza del triunfo,
simplemente porque las consideraba justas, correctas, necesarias.
Para la literatura clásica, el héroe era tanto un Aquiles o un Hércules,
hijos de dioses con poderes sobrenaturales, como un Ulises o un Teseo,
simples mortales que llevaban adelante tareas incluso más difíciles que
los primeros, sin más apoyo que su propio coraje y lo justo de su
misión. Ellos no se autodenominaban héroes, fueron hombres que, aun
sabiéndose vulnerables, no dudaron en librar las batallas más difíciles,
midiéndose con los más poderosos y −condición esencial para ser ungido
como héroe− defendieron causas justas.
Hoy suena casi redundante preguntarlo, ¿pero quién en el año 2003, con
un Estado quebrado, con un país abatido, podía pensar que seríamos
capaces de lograr lo que alcanzamos? ¿Quién, en un país que había
liberado e indultado a los responsables del mayor genocidio que recuerde
nuestra historia, podía pensar que todos ellos estarían recorriendo los
tribunales y empezando a pagar por sus crímenes?
¿Quién, en un mundo globalizado en el que la desigualdad parece haberse
impuesto definitivamente, podría pensar que en este rincón del globo
nosotros lograríamos reducirla? ¿Quién, en una sociedad donde los
monopolios massmediáticos habían capturado la realidad y donde todos los
políticos creían que ningún gobierno resistía tres tapas negativas de
Clarín, hubiese pensado en que se podía democratizar la palabra?
Esas y tantas otras peleas (la salida del default y la reducción de la
deuda externa, la renovación de la Corte Suprema, el freno al ALCA, la
reversión de la decadencia económica argentina, el creciente apoyo a la
educación, la ciencia y la tecnología, la resolución de la crisis entre
Colombia y Venezuela, la construcción de la Unasur), todas y cada una de
tal magnitud que merecen el calificativo de homéricas, fueron encaradas
por alguien que siempre caminó junto a su pueblo, a sus compañeros, a
sus amigos.
Alguien que, pese a lo gigantesco de sus logros, nunca fue soberbio ni
distante. Porque Néstor, aun en medio de esas luchas dificilísimas, no
dejaba de hablar de fútbol, de sus afectos, de sus anécdotas juveniles.
No dejaba de cargarnos y cargarse a sí mismo, de reírse de todo y de
disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Por eso el 27 de octubre,
tres meses atrás, se fue el mejor, pero también se fue uno de nosotros.
Néstor se consideraba un militante más de este proyecto, aunque a su
muerte todo un pueblo lo lloró como un héroe.
Por suerte, en estos 2500 años de historia hemos avanzado, y nuestro
héroe no estuvo acompañado por los hilos de una Ariadna o una Penélope
que esperaban o simplemente ayudaban a su hombre, sino por una compañera
como Cristina, que con su enorme inteligencia y coraje coprotagonizó
todas sus epopeyas y protagoniza la realización de todos sus sueños.
El autor es Secretario de Comunicación Pública
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