Había nacido en Mar del Plata en enero de 1943. Las novelas "Triste, solitario y final", "No habrá más penas ni olvido", "Cuarteles de invierno" y "A sus plantas rendido un león", fueron publicadas en 20 países y traducidas a los idiomas inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, noruego, holandés, griego, polaco, húngaro, checo, hebreo, danés y ruso. Murió en Buenos Aires.
Compartimos este bellísimo cuento del "gordo" con la voz de Alejandro Apo, imperdible
Había nacido en Mar del Plata en enero de 1943. En 1973 publicó su primera novela Triste, solitario y final. En 1976, poco antes del golpe de Estado, Soriano se trasladó a Bélgica. Luego vivió en París hasta 1984, año en que regresó a Buenos Aires. En 1983 se conoció No habrá mas penas ni olvido, llevada al cine por Héctor Olivera, que ganó el Oso de Plata en el festival de Berlín. En 1983 se publicó Cuarteles de invierno. En 1984 apareció Artistas, locos y criminales y en 1988 Rebeldes, soñadores y fugitivos, colecciones de historias de vidas. Ese mismo año se publicó A sus plantas rendido un león, la novela de más éxito de esos años. En1990 escribió Una sombra ya pronto serás, llevada al cine en 1994 por Héctor Olivera. En 1993 publicó Cuentos de los años felices, historias cortas, la mayoría de las cuales aparecieron en el diario Página/12. Las novelas Triste, solitario y final, No habrá más penas ni olvido, Cuarteles de invierno y A sus plantas rendido un león, fueron publicadas en 20 países y traducidas a los idiomas inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, noruego, holandés, griego, polaco, húngaro, checo, hebreo, danés y ruso. Soriano murió en Buenos Aires.
A continuación transcribiré fragmentos de su nota: “24 de Marzo”, aparecida en Página/12, con la sola intención de demostrar que: si “El Gordo” viviera sería kirchnerista.
”Recuerdo aquel día […] que me tocó vivir desde Bruselas: el noticiero […] mostraba tipos bigotudos, ceñudos y entorchados que parecían la caricatura de una irrecuperable republiqueta bananera. […] supe que había perdido la Argentina de mi infancia, la de mi escuela y mi primer trabajo. Perdía, como millones de compatriotas, cosas íntimas e intransferibles; dejaba atrás una manera de explicarme la vida, los fundamentos sobre los que había construido mi propio imaginario. Tenía treinta y tres años […] maduré boxeando contra la sombra de la dictadura, lejos, sin pensar mucho en mí, contando muertos, […].
Fui, con las Madres de Plaza de Mayo, con Cortázar, Osvaldo Bayer, David Viñas, con miles de otros […], uno más de lo que los militares llamaban "campaña antiargentina". […]
La dictadura ha significado […] el mal absoluto. […] Quiero decir, asimilo a aquellos militares con el régimen nazi y eso me impide comprender las razones de los que trabajaron de cerca o de lejos para ella, de los que colaboraron e incluso de quienes fueron actores pasivos pero concientes. No les creo una palabra a los que dicen aún hoy "yo no sabía lo que pasaba". Me es imposible perdonar aquel "por algo será", el "somos derechos y humanos". […] Los almuerzos de intelectuales con Videla. […]. Era mejor estar equivocado contra la dictadura que tener razón obedeciéndola.
Nosotros […] ya no somos los mismos. […] intentamos entender este fin de siglo, pero nada podrá hacernos olvidar, perdonar. Me acuerdo bien: volví por unos días a Buenos Aires, estaba viviendo en casa de Tito Cossa […], y en esos días secuestraron a Haroldo Conti, el autor de Sudeste […]. Me viene a la memoria la cara de Videla, aplaudido en cines y estadios. La pesada ausencia de Conti, de Paco Urondo, Vicky Walsh […] Yo estaba vagamente enamorado de Vicky aunque ella no lo supiera.
[…] no puedo escribir sin odio. Mataron a treinta mil jóvenes y a algunos viejos, guerrilleros o no. Destruyeron la educación, los sindicatos combativos, la cultura, la salud, la ciencia, la conciencia. Desterraron la solidaridad, el barrio, la noche populosa. Prohibieron a Einstein y a Gardel. Abrieron autopistas y llenaron de cadáveres los cimientos del país; dejaron una sociedad calada por el terror […].
El plan de aniquilamiento desató por su propia lógica una guerra a la vez humillante y absurda. […] Dejaron un escenario vacío y oscuro que había que tomar en silencio. No quedaban civiles armados en 1983; sólo conciencias heridas y una pena infinita. Lo curioso para quien volvía del extranjero era que la gente había enterrado […] a Perón, se inclinaba por un abogado de Chascomús que antes le había propuesto a Videla un pacto cívico-militar y después impulsó un acuerdo radical-menemista.
Lo que pasó en las almas de los argentinos entre 1976 y 1983 es todavía un enigma. […] ¿Fue cielo alguna vez la tierra que se convirtió en infierno? No lo sé, los abuelos de nuestros padres decían que sí. […] sobrevivientes perplejos, chicos que no se rinden. ¿Por qué habrían de hacerlo si lo que está en juego es su futuro? Acaso a ellos les espera una gran aventura republicana, pacífica y fraternal. No se trata de una nueva ideología. Ni siquiera de cambiar la historia. Simplemente decirle no al olvido y levantar las viejas banderas de Mayo, las que alguna vez hicieron de este país una Nación rebelde y orgullosa”.
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