Alguien que había hecho un culto de su anonimato –el empresario Alfredo Yabrán- es sorprendido por una foto que le sacó José Luis Cabezas en Pinamar para la revista "Noticias". Yabrán, conocido por la opinión pública por el alegato de Cavallo en el Congreso en 1995, identificado -hasta allí- porque manejaba los depósitos fiscales de Ezeiza. “Don Alfredo”, propietario de la empresa Bosquemar, la inmobiliaria dueña del Hotel Arapacis de Pinamar.
Conmovedor cortometraje dirigido por Iván Romero Sineiro
En una cava, cerca de la ruta entre Pinamar y Madariaga, es hallado calcinado en un automóvil el fotógrafo de "Noticias" José L. Cabezas. Esposado, con dos tiros en la nuca y dentro de un auto incendiado. Provoca conmoción. Cabezas, de 35 años de edad, conocía los “secretos” de Pinamar porque desde hacía 4 años cubría gráficamente la temporada para "Noticias" y era su pareja María Cristina Robledo, natural de la localidad con quien había procreado a Candela. En aquella madrugada un grupo de hombres lo acorraló en la puerta de su casa, tras una fiesta en lo de Andreani. Lo llevaron a la cava, lo golpearon hasta partirle varios huesos, lo esposaron y lo ejecutaron. Le prendieron fuego al cadáver dentro del auto, le robaron la máquina de fotos -poco menos que su alma- y luego escaparon. Quedaron: un cuerpo carbonizado, el auto -sólo- chapa quemada y un reloj detenido a las 5.48 horas.
Era la síntesis del horror. La huella del crimen organizado, capaz de comprometer a la libertad de prensa y a la clase dirigente. El asesinato aparecía agravado por su intuida significación política. El hecho era que el fotógrafo había sido secuestrado a menos de 100 metros de la residencia del gobernador
Duhalde, en una zona “vigilada”. ¿Se había decidido convertir el lugar en una "zona liberada" para el operativo?
El gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, ocupó un lugar protagónico en esta trama. Cuatro horas después del asesinato pasaba frente a la tristemente célebre cava y pensó que alguno de sus enemigos le había "tirado un muerto" para robarle sus aspiraciones presidenciales. Duhalde se convenció que era un macabro "mensaje mafioso-político" que le estaba dirigido. Esclarecía el caso, o su futuro político estaba trunco. Se puso al frente y -ante el silencio del gobierno nacional- juró no detenerse hasta el esclarecimiento.
Duhalde siempre estuvo convencido de que había que buscar a los criminales en una oscura asociación entre policías bonaerenses ligados con el narcotráfico (¡si lo sabría él!), el poder de Yabrán y sus contactos con el gobierno nacional. En la investigación se puso al comisario Víctor Fogelman, considerado un cientista dentro del cuerpo.
Siguió una pista falsa y detuvo a 5 infractores de Mar del Plata. A Margarita Di Tullio, una meretriz conocida en el puerto, llamada "Pepita la pistolera" que, según una versión, era extorsionada por Cabezas. La causa judicial de Dolores, a cargo del juez José Luis Macchi, descubre la complicidad de bandas de marginales y de grupos de la policía bonaerense, a quienes Duhalde había calificado como "la mejor policía del mundo". Macchi mantuvo presos a los "pepitos" dos meses, hasta comprobada su inocencia y la Cámara Penal de Dolores los liberó con un fallo durísimo, con un reclamo a Fogelman que dejara de perseguir caminos erróneos y apuntara sobre la “bonaerense”.
Se intuía que había algo tras Yabrán. Su custodia personal aparecía involucrada en el crimen. El asesinato de Cabezas provocó una purga en la policía bonaerense, que el gobernador ya había comenzado, por su inocultable relación con el narcotráfico. Duhalde quiso presentar a su gobierno como el mejor de la historia provincial. Lo de Cabezas sería el principio del fin para su fracasada aspiración presidencial. El asesinato marcó en la pelea Menem-Duhalde el ingreso en una dinámica dramática, que se acercó al desborde.
Duhalde se entrevistó con Cavallo para averiguar más sobre la relación entre el poder económico y el político con eje en Yabrán.
Los sospechados como instigadores eran dos: Yabrán, al que Cabezas había fotografiado cuando su imagen era desconocida y los exjefes de la bonaerense, que guardaban rencor a Duhalde por la purga del ´96 y que bien podían haber elegido al fotógrafo de "Noticias" -no olvidemos, la foto de José Luis a Klodczyck, con el título en letras catástrofe "Maldita Policía"- como un ariete para golpear a Duhalde.
El secretario de Seguridad del gobernador, Eduardo De Lázzari, llevó una investigación paralela y secreta. Duhalde decidió blanquear ante el juez Macchi el resultado de ese trabajo: el asesinato, dijo, fue ejecutado por el exsubcomisario de Pinamar, Gustavo Prellezo, y cuatro ladrones de Los Hornos subordinados a una mafia policial de la Costa. Los cinco sospechosos fueron detenidos. Los “horneros” confesaron y acusaron a Prellezo de disparar los “tiros de gracia”. El policía se defendió diciendo que uno de los ladrones se excedió.
Duhalde insistió en seguir indagando sobre el autor intelectual. Los exjefes de la Policía -con Klodczyck a la cabeza- presionaron a De Lázzari para que no se los investigara. Este renunció. Reemplazado por Carlos Brown, todas las miradas apuntaron a Yabrán.
Se descubren los contactos de Prellezo con Gregorio Ríos, jefe de seguridad del titular de OCA. Este es citado por el Congreso. El empresario estaba sospechado por el "caso Cabezas" y por sus contactos y el de su círculo con el menemismo. Duhalde señaló directamente a Yabrán como el autor intelectual del crimen y los funcionarios provinciales que investigaron el caso empezaron a difundir los resultados de la aplicación del sistema informático Excalibur (seguimiento de las llamadas telefónicas) que desnudaron los contactos entre Yabrán y altos funcionarios del “menemato”. El aparato de seguridad “yabraniano”, estaba formado por exrepresoresde la dictadura. La agenda de Prellezo repleta de teléfonos enclave del empresario y su entorno, o los contactos entre el policía y Gregorio Ríos.
Se acentuó el desafío a Menem por parte del gobernador Duhalde. Este se encerró en su rol de presentarse, simultáneamente, parecido y diferente al menemismo.
El juez recibió a Yabrán en su despacho, junto a Ríos, para que declararan como testigos. Las comprobaciones del Excalibur dieron con los vínculos entre Yabrán y el gobierno nacional y forzaron la renuncia del ministro de Justicia de la Nación, Elías Jassan, quien había realizado 103 llamadas a las oficinas de Yabrán.
Menem -desde Estados Unidos- debió reemplazar a Jassan y defendió públicamente al empresario telepostal, lo que contrastaba con las acusaciones de Duhalde. El presidente ordenó al jefe de gabinete, Jorge Rodríguez, que recibiera en audiencia especial a Yabrán para escuchar sus quejas sobre la persecución a la que lo sometía el gobernador. En el momento en que se concertaba la polémica entrevista en la "Rosada", el presidente Menem desde Nueva York informaba que Raúl Granillo Ocampo sería el reemplazante de Jassan.
Yabrán construyó su protagonismo a partir del desarrollo del creciente enfrentamiento entre el proyecto presidencial de Duhalde y las aspiraciones de Menem de conseguir un tercer mandato consecutivo, dos actitudes que la realidad demostraba que eran excluyentes. Hubo una tregua pactada por el presidente y el gobernador en la casa de Eduardo Menem, a partir del temor compartido de un desastre electoral en octubre ´97; esto permitió bajar el tono de la pelea.
Menem y Duhalde elogiaron la precandidatura de Alfonsín. El Frepaso interpretó esa canallada política como un intento, funcional al oficialismo, de minar la alta intención de votos que le daban las encuestas a Graciela Fernández Meijide en la provincia. Los embates de Duhalde, contra Yabrán y el menemismo, fueron retomados por su esposa, "Chiche" Duhalde, convertida en primera candidata a diputada nacional por el partido justicialista bonaerense y, por lo tanto, investida de un inmerecido sitial político.
Cuando se acercaba la fecha de los comicios, sobre todo a partir de la conformación de la Alianza (UCR-Frepaso), el presidente y el gobernador compitieron por ocupar el centro de la escena. A cada gesto diferenciador de Duhalde, Menem respondía con una nueva iniciativa a favor de la "nacionalización" de la campaña.
El juez, presionado por Duhalde, decidió ordenar la detención de Gregorio Ríos, que se entregó en Dolores. Era el 9º detenido, sumándose a los asesinos, el informante de la pista "pepitos" y dos policías cómplices de Prellezo. Yabrán y su vocero, Wenceslao Bunge, protestaron reiteradamente por la presunta intención de Duhalde de utilizar el caso del asesinato de Cabezas y la supuesta implicación de Yabrán-Ríos-Prellezo como publicidad de su campaña electoral.
Yabrán fue llamado a declarar como imputado, sospechoso de la autoría intelectual del sórdido crimen, con motivaciones políticas nunca vistas desde la dictadura del ´76. Yabrán caracterizó las denuncias del gobernador como una maniobra política. El juez de Dolores, Macchi, ordenó la captura del principal sospechoso de ser el autor intelectual del homicidio calificado del fotógrafo: Yabrán. Cinco días después, el empresario telepostal se suicidó (¿?) en una estancia de Entre Ríos. Días antes había declarado ante el juez la esposa del principal acusado como autor material del asesinato del periodista gráfico, Prellezo, quien dijo que detrás del crimen había estado Yabrán. El testimonio de Silvia Belawsky -perteneciente a la policía bonaerense- parece haber sido determinante para el abrupto final del empresario. En cartas dejadas por don Alfredo, insiste en su defensa al cargar contra su máximo enemigo en las horas finales: el gobernador bonaerense Duhalde, el hombre que siempre creyó que el crimen de Cabezas fue una operación en su contra que terminó sellando su derrota en las legislativas del ´97 y que también le impidió alcanzar la presidencia en 1999.
Yabrán había sido el motor de la pelea Menem-Duhalde por la presidencia. Y con su muerte, el gobernador quedó privado de una herramienta de presión en su batalla contra el menemismo. La desaparición del empresario tuvo el inmediato efecto de clausurar la causa Cabezas, que había alcanzado su punto de ebullición en el preciso momento en que se produjo su desaparición física. La última palabra la diría el juicio oral, después del fracaso del proyecto presidencial de Duhalde.(Télam)
Por Daniel Chiarenza.
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