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18/01/2011 - Moría un día como hoy

Héctor Gagliardi, un poeta popular

Un día como hoy pero en 1984 muere en Buenos Aires el poeta popular Héctor Francisco Gagliardi, autor de una poesía sencilla y profundamente emotiva que recitaba en forma sensible, casi melodramática. Compuso tangos y valses. Transcribimos el prólogo, escrito por Homero Manzi, de “Por las calles del recuerdo”, de Gagliardi. VIDEO, POEMA EL PADRE

Autor de tangos y valses como "Media noche", "Vencido", "Matrimonio", "Primer beso", "Humillación", "Perdoname hermano", "Yo te recuerdo tranvía", sus poemas "El sapito", "Noche de reyes",  "Cinco guitas", "El almacén", etcétera, recitados en la radio con la emoción de quien suspira o solloza, estremecieron el corazón de los oyentes y le granjearon una inmensa popularidad. Publicó los volúmenes Puñado de emociones, prologado por Alberto Vaccarezza; Versos de mi ciudad, El sentir de Buenos Aires, Esquina de barrio, con prólogo de Cátulo Castillo; Por las calles del recuerdo, presentado por Homero Manzi con un ensayo sobre la significación de lo popular en el destino de América. Héctor Gagliardi, El Triste, había nacido en el porteño barrio de Constitución un 29 de noviembre de 1909.

Lo popular

Escrito por Homero Manzi (prólogo a la primera edición de Por las calles del recuerdo, de Héctor Gagliardi)

¡Lo popular!

Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales, tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para, recién entonces, poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos.

Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en dorado fracaso, su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros, y empecinados catequistas ordenaron:

¡Cambia tu piel!, ¡Viste esta ropa!, ¡Ama a este Dios!, ¡Danza esta música!, ¡Vive esta historia! Nuestra pobre América que comenzó a correr en una pista desconocida, detrás de metas ajenas, y cargando quince siglos de desventajas.

Nuestra pobre América que comenzó a tallar el cuerpo de Cristo cuando ya miles y miles de manos afiebradas por el arte y por la fe habían perfeccionado la tarea en experiencias luminosas.

Nuestra pobre América que comenzó a rezar, cuando ya eran prehistoria los viejos testamentos y cuando los evangelistas habían escrito su mensaje; cuando Homero había enhebrado su largo rosario de versos y cuando el Dante había cumplido su divino viaje.

Nuestra pobre América que comenzó su nueva industria cuando los toneles de Europa estaban traspasados de olorosos y antiguos alcoholes; cuando los telares estaban consagrados por las tramas sutiles y asombrosas; cuando la orfebrería podía enorgullecer su pasado con nombres de excepción; cuando verdaderos magos, seleccionando maderas, con cavidades y barnices, sabían armar instrumentos de maravillosa sonoridad; cuando la historia estaba llena de guerreros, el alma llena de místicos, el pensamiento lleno de filósofos, la belleza llena de artistas, y la ciencia llena de sabios.

Nuestra pobre América a la que parecía no corresponderle otro destino que el de la imitación irredenta.

No podíamos intentar nada nuestro. Todo estaba bien hecho. Todo estaba insuperablemente terminado.

- ¿Para qué nuestra música?

- ¿Para qué nuestros dioses?

 - ¿Para qué nuestras telas?

- ¿Para qué nuestra ciencia?

- ¿Para qué nuestro vino?

Todo lo que cruzaba el mar era mejor y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para salvarnos.

Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.

Lo popular no comparó lo malo con lo bueno. Hacía lo malo y mientras lo hacía creaba el gusto necesario para no rechazar su propia factura y, ciegamente, inconcientemente, estoicamente, prestó su aceptación a lo que surgía de sí mismo y su repudio heroico a lo que venía desde lejos.

Mientras tanto, lo antipopular, es decir, lo culto, es decir, lo perfecto, rechazando todo lo propio y aceptando lo ajeno, trababa esa esperanza de ser que es el destino triunfador de América.

Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre argentino, me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo que llega del pueblo, todo lo que escucha el pueblo.


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