Pareciera que la movida mediática dejó de ser tenma exclusivo del sector para entrar en el terreno diario de la discusión ciudadana, cada vez con más incorporaciones. El desenmascaramiento de los afanes de los grupos hegemónicos de la prensa -con imbricaciones en otros negocios-, giró el planetario de la credibilidad.
El público no acepta ya la noticia generada en los medios como hecho verdad tácita ni confía en la infalibilidad de los comunicadores tradicionales, rescatando el propio discernimiento como instrumento idóneo para detectar intencionalidades.
Es notable. La “moderación” de los políticos y la “objetividad” predicada por los teóricos del clasicismo comunicacional son sospechadas de negociación espuria de la intensidad de la denuncia de la injusticia.
Baste con cotejar el tratamiento mediático del caso jurídicamente calificable de reducción a servidumbre de los trabajadores rurales de San Pedro. Los llamados “medios oficialistas” lo desnudan crudamente, condenándolo; los tradicionales, ubicados en territorio opostor, lo disimulan, minimizan, ignoran o justifican. No peca de temerario deducir que además de implicancias ideológicas, en el procesamiento informativo privan interéses económicos de sector a proteger, con utilización de ninguneos, retaceos, distorsiones y silencios. Esta manipulación, antes, hubiera pasado desapercibida; pero rotos los eslabones de la cadena de la desinformación direccionada, el criterio del léctór, inteligente y liberado, saca conclusiones propias. Otros buceadores de circunstancias, formales e informales muestran, bajo otros parámetros, lo que se quiere retacear. “Puede -coligió un “periodista militante” de un medio comunitario-, que la propia tecnología informática que ellos explotan comercialmente, se les haya vuelto en contra”. La profusión de blogueros y nuevos medios dan la razón al periodista de marras, que con agudeza puntualizó que los servicios de cable e internet los provee el propio Grupo Clarín, obteniendo pingües ganancias.
EL PERIODISMO ”MILITANTE” Y EL “PROFESIONAL”
Moreno, Belgrano y Castelli escribieron desde su fervor revolucionario. Es impensable que lo hicieran objetivamente. Igual el legendario “El Mosquito”, que fustigaba a Sarmiento y Velez Sarsfield, y Jesé Hernándezm cuya pluma anatematizó a Urquiza, aprobó la conspiración de López Jordán y condenó al mitrismo por el crimen del caudillo riojano Vicente “Chacho” Peñaloza.
En el siglo XX, desde La Nación, Roberto Payró sutilizaba sobre los abusos hacia el peón rural, Arlt desnudaba el fascismo incipiente y el submundo marginal de la política, en tanto Natalio Botana, desde “Crítica”, despedazaba el segundo gobierno de Yriogoyen, cosa que repitió Timmerman (padre) con los gobiernos de Illia y María Estela Martínez desde “·Primera Plana” y la opinión respectivamente, abriendo paso a sendas dictaduras, de la última de las cuales finalmente resultó víctima. Convengamos entonces que de un modo u oro, el periodismo político, el que forma opinión, siempre fue y es “militante, para bien o para mal, por patriotismo, ideología, intereses sectoriales o lo que sea.
La “verdad” del hecho objetivo se recubre con pátinas subjetivas que responden a ideales o a miserias. La ley física de acción y reacción planteó un sinceramiento que, en caso de provenir de la monopolización mediático-tecnológica, da sustento a ríspidos alzamientos en pos de la democratización informativa. En el presente argentino, como remolino irresistible, arrastró a definirse a la clase política, antes medrosa en su totalidad y hoy, en parte, no tanto.
El jaqueo permanente a gobiernos nacionales, provinciales y locales –en oportunidades con tufo extorsivo-, sufrió mutaciones preanunciadas en los 80 y 90, con la abrupta aparición de radios y canales denominados “truchos”, potente respuesta a normas limitativas obtenidas bajo presión por las corporaciones mediáticas, cultoras de una especie de feudalismo informativo.
Hoy, el involucramiento público rompe cánones desde antinomias que hacen que los sectores sociales, más allá de sus contradicciones, modifiquen ejes de dependencia intelectual. La aseveración del fundador de “La Capital”, el noventista Ovidio Lagos, de que la misión de la prensa es “crear doctrina” retoma vigencia frente a una impronta de poder mercantilista, donde le domiunio casi absoluto de los medios deriva en un poder coadyuvante para materializa otros negocios, generalmente non sanctos. En síntesis, la persecución de un poder oligopólico y total sobre el formato mental de un pueblo, supra gubernamental y estatal, y en pos de todas y cada una de las riquezas colectivas existentes. Y nada tan estúpido y maligno como el poder por el poder mismo, sin proyección al bien común. Poder que transa con dictaduras, inmoral en esencia, tenebroso en fines, estéril en principios, contra cultural en sustancia.
PERIODISTAS Y PUEBLO
Los pueblos, generadores innatos de doctrinas nacionales y populares, siempre aspiraron, intrínsecamente, a una comunicación representativa, reflejo de su propio protagonismo. A una comunicación que forme opinión y no que la cautive. Del pueblo nacen y son acunados los periodistas, develadores a veces miticos y modificadores de la realidad tantos. Trotzky, Mussolini, Hertzl, Zola, Reed, Alberdi, Estrada y Martí lo fueron, virando decisiones del poder establecido,creando, revolucionando unos para bien y otros para mal, desde el altruismo y también desde la perversidad. Por ello, el “profesionalismo” pasa a ser una entelequia, porque ningún médico aspira a matar a su paciente ni ningún abogado a hundir a su cliente.
Lo forja del periodista profesional es una invención imperial, reducida a patronal. El machaqueo de los slogans que pontifican sobre “verdad”, “objetividad”, “equidistancia”, “neutralidad” es nada más ni nada menos que una simulada tentativa de adocenamiento, un impulso a la mercenarización, al ejercicio de la prostitucióin intelectual en servicio de los intereses mediáticos y paramediáticos de un corporativismo petulante y despiadado. Como genialmente y con exactitud lo reflejó Orson Welles en su peíícula “El Ciudadano”.
¿No será acaso verdadero profesionalismo conocer el oficio, las técnicas del mismo, la amplitud de las posibilidades tecnológicas de comunicación, el funcionamiento de los medios en sus diferentes estamentos y el dominio de los lenguajes de sonido, imagen y escritura? ¿Tiene eso que ver con la genuflexión a una línea editorial con la que se puede estar en desacuerdo, con el soportar el retaceo de una legítima y propia producción, la intercalación de acotaciones sibilinas, o la echada al canasto de una minuciosa investigación por una negociación espuria y sospechosamente conveniente y lucrativa de estamentos superiores? ¿Es eso “verdad”, “objetividad”, “neutralidad”, “equidistancia”?. Sí, lo es, pareciera, para ADEPA, SIP y AIR, adalides de la “prensa
Independiente”, corporaciones patronales que se arrogan la fiscalización sobre cuando hay o no hay “libertad de expresión”.
Paradojalmente, la masa universitaria de las carreras públicas de comunicación social –alumnado y docencia-, se volcó unívocamente a la defensa de la nueva ley de medios, en contradicción con los “valores” consuetudinarios inculcados por las corporaciones mediáticas. Los que se preparan para ser profesionales y en el futuro desempeñarse en medios no concuerdan con la interpretación monopólica del “periodismo independiente”, especie de totem concebido para autodefinirse del poder mediático hegemónico. Casualmente, se da cierto parentesco con la actitud de Ho Chi Minh, Lumumba, Knumah, Ben Bella, Ghandi, Senghor, que estudiaron en las metrópolis y terminaron siendo líderes de la liberación de sus países de los colonialismos europeos en lugar de ser cipayos, como hubiera naturalmente correspondido. Afortunadamente, las universidades públicas argentinas no son metrópolis de ADEPA, SIP y AIR, aunque esa fuera la pretensión.
CONCLUSION
El pueblo argentino, a partir del lúcido protagonismo pionero de un gobierno no medroso, decenas de organizaciones de radiodifusores informales, periodistas, artistas, intelectuales, movimiento obrero y empresarios vasallos, ya está convencido en su mayoría que la comunicación es cosa propia, fundamental e interactiva, y no exclusivo patrimonio corporativo. Así es con los periodistas malditos y militantes y el maldito periodismo exclusivista, sus intereses y sus amanuenses.
León Guinsburg
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