El primer día del nuevo año encontró a una jovencita de Beltrán que sufrió una terrible muerte, luego que su pareja la sometiera a espantosas torturas, que terminaron con su cuerpo flagelado, convirtiéndose así en la primera víctima de femicidio de 2011.
María Laura Córdoba tenía 19 años. Vivía en la ciudad de Beltrán junto a sus padres y algunos de sus hermanos menores, que eran 9 en total. Era casi analfabeta. Apenas sabía leer, pues había llegado sólo a 3º grado. Trabajaba con su padre en un tabique familiar. Sin embargo, soñaba con un futuro mejor.
Hacía dos años atrás había iniciado una relación amorosa con Andrés del Jesús Loto (32), a quien todos llamaban simplemente “Gringo”. Aunque todos le advirtieron que él tenía pareja y tres hijas, ella desoyó todos los consejos y decidió jugarse entera por ese amor floreciente.
No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a darse cuenta que su vida no sería color de rosa. Al principio, fue una bofetada, vaya a saber por qué. Luego vino un golpe más fuerte y una patada. Por fin, la violencia física se hizo una constante en su vida. Loto acostumbraba a castigarla con asiduidad, sin importarle siquiera que lo estuvieran viendo. Se sentía impune. Hasta ese momento lo había sido.
Pese a haber sido sospechado en innumerables oportunidades de casos de cuatrerismo y robos reiterados, solía escapar de la policía con facilidad. Aún cuando estuviera detenido, se las ingeniaba para huir de las fuerzas policiales, lo que le otorgaba cierta impunidad. Por ello, no temía golpear a la muchacha en frente de cualquiera. La consideraba casi un objeto de su propiedad, del que podía usar y abusar a su antojo.
No obstante, la joven continuaba amándolo. Ella misma se creía culpable de hacerlo enojar o de provocarle esos ataques de furia que terminan con su menudo cuerpo totalmente golpeado.
El día que él le reprochó que no le daba hijos, ella pensó que si quedaba embarazada los golpes se detendrían. Preocupada por su ingravidez, decidió consultar a los médicos, quienes le pidieron hacerse una batería de análisis para detectar algún problema. Cuando recibió el llamado de una médica del hospital Independencia no sabía qué sucedía, pero temía lo peor, o al menos lo que ella consideraba como peor: que nunca podría tener hijos. La profesional le comunicó que era portadora del virus de HIV, el que se habría contagiado a través de las relaciones con su pareja.
Él le habría negado padecer la enfermedad e incluso terminó acusándola a ella de ser la causante del mal.
El peor final
Los días fueron sucediéndose. Los golpes que ella recibía se confundían con las constantes exposiciones y denuncias policiales que, finalmente fueron elevadas en un expediente hacia la Comisaría de la Mujer, de la ciudad de La Banda.
Los festejos de fin de año la encontraron con muy bajo peso, pero feliz, porque iba compartir la noche con Loto y con su familia, que no le tenía ninguna simpatía. No se equivocaban.
Después del brindis de medianoche, la pareja se marchó en la motocicleta de él, con el propósito de saludar a otros familiares y amigos. Antes, pasaron por la casa que él compartía con su familia, desde donde se habría escuchado gritos y golpes. “Otra vez la está pegando”, repitieron los vecinos.
Luego, la llevó hacia un monte cercano a un basural, a un poco más de un kilómetro de la ruta que une Beltrán con Villa Hipólita, donde se habría repetido la discusión.
Luego de golpearla, Loto habría atado a la joven en un árbol, semiinconsciente. Cuando ella recuperó el conocimiento, él estaba haciendo fuego y calentando una cadena, que luego utilizó para castigarla terriblemente. No conforme con ello, hizo golpear la cabeza de la muchacha contra el árbol hasta matarla.
Cuando terminó su faena, Loto la desató y la dejó sobre un costado del camino. Antes, llamó a una hermana de la joven, a quien le dijo que le había pegado y la creía muerta. Fue su madre quien, horas después, encontró el cuerpo destrozado de la muchacha.
Andrés Loto, cobarde -como todos los hombres que sólo se sienten fuertes golpeando a mujeres- huyó del lugar. El lunes 3, se presentó con su abogada ante las autoridades policiales, quedando detenido en la Unidad Regional Nº 2 de La Banda. Su entrega no habría sido producto de una actitud reflexiva. Al contrario, habría querido evitar que los hermanos de Córdoba la encontraran antes y cobraran por manos propias las torturas y flagelaciones que la muchacha padeció. Su defensa se basaría en su escasa formación, el alcohol y el SIDA.
Marcela Arce
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