La estancia era una amplia habitación cuyos ventanales cubiertos por cortinajes de satén rojo, daban a un jardín que rodeaba todo el chalet. La noche le ganaba en oscuridad a la tarde y para ese entonces ya habían encendido varias lámparas que competían intrépidamente con las luces del crepúsculo.
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El hombre de gris
II
-Pero usted asegura que López es un nombre falso. –dijo el mellizo Dosantos todavía de pie en la entrada de la biblioteca.
La estancia era una amplia habitación cuyos ventanales cubiertos por cortinajes de satén rojo, daban a un jardín que rodeaba todo el chalet. La noche le ganaba en oscuridad a la tarde y para ese entonces ya habían encendido varias lámparas que competían intrépidamente con las luces del crepúsculo.
-Lo aseguro. –respondió Dubinet sentado en una cómoda poltrona.
El Chalet de Gervasio De Alba se disponía en el límite norte de la Villa de Aguilares, en una depresión magnífica sembrada de arboledas y jardines. Un camino empedrado concluía en una galería de arcos que alojaba entre otras cosas un portal de madera labrada de dos hojas que daba paso al interior de la residencia.
-Entonces seguimos en el mismo lugar. –Jaime trataba en vano de que su voz no reflejara la impotencia.
-No
Dosantos sabía también que era en vano apresurar el tiempo de Dubinet, así que esperó. Esperó hasta que la noche con la rapidez de un guiño se aposentara en el firmamento.
-Tres hombres estuvieron al momento del crimen. Tres. –el viejo hablaba más para sí mismo que para los otros que a unos pasos de distancia trataban de seguir el hilo de sus razonamientos- Había huellas. Huellas tan claras que casi revelaban nombres. Talvez los otros no las vieron pero yo…
-Usted las vio, jefe. –Bienvenido Hernández, con la libreta en las manos, hablaba con la excitación del perro de caza que se sabe cerca de la orden del amo.
-Y luego las colillas de cigarrillo. El resto de un armado en chala y un delicado pitillo. ¡Ah Hernández, el asesino está tan seguro de su victoria que no intenta cubrir sus huellas.
-¿Y qué haremos, jefe?
Dubinet no respondió. Se recostó en la poltrona y entornó los ojos un momento. El silencio se demoró un tiempo inexacto hasta que la puerta de la biblioteca se abrió de repente. La luz de las lámparas iluminó la figura delicada de Gervasio De Alba recortando el contorno de un frac entallado y las hebras oscurecidas del cabello largo.
-Será mejor que se coloque un abrigo, Dubinet. Encontraron otro cadáver.
En la alameda aguardaba el carruaje de dos caballos y Ramírez en el pescante. Empedrado de astros el cielo les siguió el rastro hasta internarse en los cañaverales, en un camino ancho que incrustado en la frondosidad se derramaba hacia el vacío.
-Alto. –Gervasio bajó del coche y encendió una lámpara.- Desde aquí seguiremos a pie.
Con los faroles en las manos la distancia los imaginaba burbujas de fuego esquivando las cañas por una huella afilada que atravesaba aquel mar de hojas verdes y anchas apiñadas unas contra otra desde las alturas hasta las robustas cepas del surco. Al final del pasaje se abría un claro extenso donde los árboles silenciosos regían la soledad. El sauce los recibió primero con un crujir de madera. Allí, un tramo de cuerda, un tramo de carne, se balanceaba como un péndulo el cuerpo del muchacho con la punta de los pies señalando el suelo. Los oficiales de policía y Aguijedo, que habían llegado antes, lo observaban en silencio formando un círculo en tierra firme, con las linternas y las antorchas olvidadas en las manos. Allí, sin saber muy bien cómo proceder, los pájaros creyeron a la distancia que eran adoradores de un dios que era sombra delicada mecida por el viento.
-¡Ah! Dubinet es usted. –dijo finalmente el Fiscal.
-A veces la muerte es una salida más feliz que el hambre. –sentenció el comisario arrojando el cigarrillo al suelo.
-Un desafortunado suicidio, sí
Dubinet caminó cuidando los pasos farol en mano con los ojos clavados en el suelo. Se diría que evitaba mirar el cuerpo suspendido en el aire meciéndose acompasadamente y girando con solemne cadencia. Se diría que como aquel en apariencia lejano 20 de mayo, Dubinet demoraba teatralmente su encuentro con la víctima.
-Luz –dijo y la lámpara de Ramírez derramó su luz sobre la oscuridad de la tierra. El viejo se arrodilló y después desde ese mismo sitio, sin levantarse, siguió con la mirada un camino invisible hasta el tronco del sauce y por fin hasta la forma negra suspendida en el aire.
-Una escala
Gervasio acreditó la orden con un movimiento delicado de la cabeza y un mocosuelo partió a la carrera sin decir nada.
-La traerán en un momento. –dijo una voz.
Aguijedo cuidaba sus palabras por primera vez más que el propio respiro mientras una impaciencia punzante lo exhortaba a lanzar sus eses castellanas a ese público imaginario que se escondía entre las brumas de la noche. Al fin cuando la muda escena pudo más que su cautela, se rindió a los nervios.
-¿Se ha sabido si hay testigos? ¿Alguien que viva en los alrededores?
-No hay un alma en una legua y media a la redonda. –respondió el comisario encogiéndose de hombros mientras encendía un nuevo cigarro- Si alguien vio algo no lo sabremos hasta que la noticia sea pública
-¿Quién lo encontró?
Dubinet seguía inmóvil de rodillas examinando la tierra.
-Un peón. Traigan al testigo
El muchacho se quitó un sombrero de ala ancha y lo retuvo fuerte con ambas manos.
-Mande, patrón
-¿Qué hacías por aquí? –Aguijedo no esperó demasiado para iniciar el interrogatorio.
-Volvía a casa, patrón
-¿Dónde queda tu casa, hijo?
-Legua y media de aquí. Cruzando el campo de los Simón
-¿Sueles hacer este camino a menudo?
-Siempre, patrón
-¿Y conocías a este? –preguntó Aguijedo señalando de espaldas el cuerpo de la víctima.
El muchacho dudó un momento.
-Lo vi un par de veces. De vez en cuando se emborrachaba en el almacén de don Gálvez. Por ahí decían que era de Santa Ana, que venía escapándole al diablo. Pero quién sabe. Lo conocía de sólo verlo, patrón, de sólo verlo
-¿Hubo algo que te llamó la atención esta noche, hijo?
-No
-¿Estás seguro?
-Seguro, patrón. Salí del cañaveral y me encontré con el cuerpo colgado
-Lo tocaste
El muchacho sacudió la cabeza.
-No, corrí a la jefatura y se lo conté al comisario. No quiero problemas, patrón
-¿A qué hora fue eso?
-Ya empezaba a anochecer. Serían casi las ocho
-¿Y no te encontraste con nadie por los alrededores?
-No
Un par de oficiales irrumpieron cargando una escala que colocaron a sugerencia del dedo de Dubinet sobre el grave tronco del sauce. El viejo escaló con una agilidad de la que no se le creería capaz.
-Es indudable –decía el comisario soltando las palabras tan pronto llegaban a su mente- que este pobre diablo se alejó todo lo posible para terminar con su vida. Algún prurito– sentenció con el temor que le producía esa palabra la cual escuchara al pasar en un contexto que se le antojó semejante- que le agarró en último momento. Se vino aquí con la soga se subió al sauce, la anudó a la rama se la puso al cuello y se dejó caer. Una muerte simple
La sencillez del hallazgo le dio satisfacción no tanto por lo brillante, sino por cuanto le representaría menos trabajo a la larga. Un asunto resuelto de buenas a primeras siempre era mejor. Aguijedo en cambio, condicionado por la presencia de Gervasio, movía la cabeza en un impreciso movimiento que le serviría igualmente para reprobar o felicitar el discurso del comisario según devinieran los hechos.
-Luz
Dubinet estiró la mano desde lo alto a la espera de un farol que no se hizo esperar. Ahora, muy cerca del muchacho seguía aplazando su mirada sobre él y la concentraba en la rama que sostenía la cuerda. Estuvo allí un rato subrayado hasta que por fin guió los haces de luz hacia el rostro desencajado del joven.
-Te dije que te fueras lejos. –expresó monocorde- Debiste escuchar
Para los que estaban abajo a penas sonó como un murmullo incomprensible.
-¿Estamos entonces de acuerdo? –sentenció el comisario.
Dubinet bajó y dijo con particular aridez:
-Bájenlo
Y era un espectáculo cautivante el observar como el viejo, fuera ya de ese sistema del que se había exiliado debido a diferencias irreconciliables, se servía de él como otrora sin que nadie le opusiera una queja, dominándolos a través de una autoridad que todos sufrían pero de la que no encontraban modo de escapar. Descolgaron el cuerpo y lo depositaron en el lugar exacto donde les indicó Dubinet. El fiscal se contentaba por el momento con visar las órdenes secas del detective y espiar con disimulo exagerado con el anhelo de descubrir la lógica de ese método inaccesible.
Basilio Dubinet revisó el cuerpo del muchacho. Con qué minuciosidad exploró cada bolsillo, cada agujero de ese traje raído y cada milímetro de esa piel a la que la muerte la esfumara de un gris de asfixia. Luego depositó una cajetilla de cigarrillos que encontró en sus vestimentas, dos fajos de billetes y un pañuelo a un lado del cuerpo y se puso de pie para quedar iluminado a la mitad por la luz de una linterna olvidada en el suelo.
-¿Coincide usted conmigo? –preguntó el comisario.
-En nada
Aguijedo sonrió al observar el desconcierto del policía y reconocer lo atinado de mantenerse al margen.
-¿Qué dice el médico?
Hubo un momento de desconcierto.
-¿Qué médico?
-Supongo que el forense está en camino
-Pues… no. El muchacho esté muerto y cuelga de una soga, caballero. No se necesita molestar a un médico para algo tan evidente.
-¿La hora de la muerte?
El comisario trastabilló algunas palabras y se quedó mudo. Luego volviendo la mirada hacia el fiscal y con la absurda intención de evitar verse expuesto de ese modo frente a su superior levantó la voz casi al punto del enojo y agregó:
-No hay porque hacer tanto asunto de un suicidio. Es una pena, no lo discuto pero estos pobres diablos no…
-Domingo no se suicidó, señor comisario
-¿Domingo?
-El nombre del muchacho –informó Hernández libreta en mano.
-¿Entonces usted lo conocía?
-Sabía su nombre
-¿Y usted asegura que esto no es un suicidio?
-Así es. Lo asesinaron
El comisario se volvió hacia el resto describiendo un círculo casi perfecto.
-¿Usted sabe cómo?
-Si –respondió seco Dubinet y añadió con ese suspiro que anunciaba su disgusto por un discurso largo por venir- Y si la demora en este sitio no le es incómoda, se lo explicaré todo ahora mismo
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